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Falleció Jürgen Moltmann, teólogo de la esperanza

Un soldado alemán encontrado por Cristo en un campo de prisioneros de guerra se convirtió en el renombrado erudito cristiano que enseñó que «Dios llora con nosotros para que algún día podamos reír con Él».
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Falleció Jürgen Moltmann, teólogo de la esperanza
Image: Bernd Weissbrod/picture-alliance/dpa/AP Images / Edición de Rick Szuecs

Jürgen Moltmann, teólogo que enseñó que la fe cristiana se fundamenta en la esperanza de la resurrección de Cristo crucificado y que el reino de Dios que viene actúa sobre la historia humana desde el futuro escatológico, murió el 3 de junio en Tubinga, Alemania, a los 98 años.

Moltmann es considerado uno de los teólogos más importantes desde la Segunda Guerra Mundial. Según el teólogo Miroslav Volf, su obra era «existencial y académica, pastoral y política, innovadora y tradicional, legible y exigente, contextual y universal», pues mostraba cómo los temas centrales de la fe cristiana hablaban de las «experiencias humanas fundamentales» del sufrimiento.

Según el Consejo Mundial de Iglesias, Moltmann es «el teólogo cristiano más leído» de los últimos 80 años. El experto en religión Martin Marty dijo que sus escritos «inspiran a una Iglesia incierta» y «liberan a la gente de las manos muertas de pasados muertos».

Moltmann no era evangélico, pero muchos evangélicos se involucraron profundamente con su obra. El popular escritor cristiano Philip Yancey dijo que Moltmann era uno de sus héroes, y en 2005 dijo que había «leído con determinación» casi una docena de sus libros.

Los editores de Christianity Today se mostraron críticos con la teología de Moltmann cuando se enfrentaron a ella por primera vez en la década de 1960, pero aun así elogiaron su obra.

G. C. Berkouwer escribió: «Hace que nos detengamos súbitamente, y nos recuerda que debemos pensar y predicar sobre el futuro desde una perspectiva bíblica. Si esto sucede, todas las charlas teológicas han dado buenos frutos».

En la actualidad, los evangélicos que en última instancia son críticos con respecto a los puntos de vista de Moltmann —y discrepan fuertemente con uno u otro aspecto— siguen encontrando mucho que valorar y con frecuencia animan a otros a leer sus escritos.

«Moltmann fue un punto de referencia constante para mí», escribió Fred Sanders, teólogo sistemático de la Universidad de Biola, en la plataforma social X. «El año pasado enseñé un poco a partir de su libro El Dios crucificado, y me sorprendió lo poderosa que sigue siendo su voz para los estudiantes... E incluso para mí, más allá de nuestros desacuerdos bien establecidos, releer a Moltmann significa encontrar formas sorprendentes de plantear las cosas, línea tras línea».

Wesley Hill, profesor de Nuevo Testamento, dijo estar en desacuerdo con Moltmann «en lo que se siente como cada doctrina cristiana importante». Sin embargo, «pocos teólogos me han conmovido, provocado e inspirado como él. Su obra gira en torno a Jesús crucificado y resucitado».

Moltmann nació en una familia no religiosa el 8 de abril de 1926. Sus padres, escribió en su autobiografía, eran seguidores de un movimiento de «vida sencilla» que apostaba por «una vida simple y un pensamiento elevado». Vivían en un asentamiento de personas afines en una zona rural a las afueras de Hamburgo. En lugar de ir a la iglesia, los Moltmann trabajaban en su huerto los domingos por la mañana.

No obstante, cuando alcanzó la edad requerida, su familia lo envió a clases de confirmación en la iglesia estatal local. Lo consideraban un rito de iniciación. Moltmann recuerda que aprendió muy poco sobre Jesús, la Biblia o la vida cristiana. El pastor centraba sus lecciones en intentar demostrar que Jesús no era judío, sino fenicio y, por tanto, ario, con lo que le enseñaba a los niños la teología antisemita promovida por los nazis.

«Era todo un disparate», dijo Moltmann.

Casi al mismo tiempo, en otro rito de iniciación, Moltmann fue enviado a las Juventudes Hitlerianas. Aunque los uniformes y los himnos lo hacían sentir muy patriota, recordaba más tarde, no era bueno para marchar y odiaba los ejercicios militares. En un viaje de acampada, lo metieron en una tienda con diez chicos. La experiencia le dejó la fuerte sensación de que disfrutaba mucho de estar solo.

A pesar del antisemitismo rampante de la época, el héroe de la infancia de Moltmann era Albert Einstein, que era judío. Moltmann quería ir a la universidad y estudiar matemáticas; sin embargo, ese sueño se vio interrumpido por la Segunda Guerra Mundial.

A los 16 años, Moltmann fue reclutado por las fuerzas aéreas y asignado a la defensa de Hamburgo con un cañón antiaéreo de 88 mm. Él y un compañero de escuela llamado Gerhard Schopper fueron designados para permanecer con su cañón en una plataforma sobre pilotes en un lago. Por la noche, miraban las estrellas y estudiaban las constelaciones.

Entonces, los británicos atacaron. En julio de 1943, enviaron mil aviones para lanzar explosivos sobre la ciudad, provocando una tormenta de fuego que derritió metal, asfalto y vidrio. Todo material orgánico —madera, tela, carne— fue consumido por un mar de fuego. Temperaturas superiores a los 760 °C (1400 °F) succionaron el aire de las calles, de modo que la ciudad sonaba, según un superviviente, «como un viejo órgano de iglesia cuando alguien toca todas las notas a la vez».

La operación, que no tenía como objetivo las instalaciones militares ni las fábricas de municiones, sino «la moral de la población civil enemiga», recibió el nombre en clave de «Gomorra», en referencia a la ciudad bíblica destruida por Dios en Génesis 19. Unas 40 000 personas murieron.

Cuando terminó el ataque, Moltmann flotaba en el lago, aferrado a un trozo de madera de la deshecha plataforma de su cañón. Su amigo Schopper había muerto.

Más tarde lo describiría como su primera experiencia religiosa.

«Mientras miles de personas morían en la tormenta de fuego a mi alrededor», dijo Moltmann, «le grité a Dios por primera vez: ¿Dónde estás?».

Aquel día no obtuvo respuesta. Pero dos años después, fue capturado en el frente y enviado a un campo de prisioneros de guerra en Escocia. Un capellán le dio un librito que incluía el Nuevo Testamento y los Salmos, y comenzó a leer el Salmo 39 todas las noches:

Señor, escucha mi oración,
atiende a mi clamor
no te desentiendas de mi llanto.

Leyó el Evangelio de Marcos y se sintió profundamente atraído por Jesús. La crucifixión lo deshizo.

«No encontré a Cristo. Él me encontró a mí», dijo Moltmann más tarde. «Allí, en el campo de prisioneros de guerra en Escocia, en el pozo oscuro de mi alma, Jesús me buscó y me encontró. Él vino a buscar lo que se había perdido (Lucas 19:10), y así vino a mí».

Cuando regresó a Alemania a los 22 años encontró el país en ruinas y decidió ir a la escuela a estudiar teología. Los nazis fueron expulsados de las universidades durante la reconstrucción liderada por Estados Unidos, incluido Emmanuel Hirsch, teólogo de la Universidad de Gotinga que tarareaba el himno nacional nazi entre clase y clase y quien en una ocasión afirmó que Adolf Hitler era el mayor estadista cristiano de la historia del mundo.

En Gotinga, Moltmann estudió con personas afines a la Iglesia Confesante que enseñaban la teología de Karl Barth. Escribió una disertación sobre un calvinista francés del siglo XVII, centrada en la doctrina de la perseverancia de los santos.

Durante sus estudios, Moltmann se enamoró de otra estudiante de teología, Elisabeth Wendel. Recibieron juntos su título de doctorado y se casaron en una ceremonia civil en Suiza en 1952.

Tras graduarse, Moltmann fue enviado a pastorear una iglesia en un remoto pueblo del estado de Renania del Norte-Westfalia. Fue el maestro de una clase de confirmación para «50 niños salvajes» y en invierno hacía visitas a domicilio en esquís. La gente le pedía que trajera arenques, margarina y otros alimentos de la tienda cuando llegara.

«La primera pregunta que me hacían en todas partes era si creía en el diablo», recordaría Moltmann más tarde. Le enseñó a la gente que podían ahuyentar al diablo recitando el Credo de Nicea. No estaba convencido de que le hicieran caso.

La segunda iglesia de Moltmann también fue un reto. Lo enviaron a un pequeño pueblo del norte del país, cerca de Bremen. Había ratas en el sótano de la casa parroquial, ratones en la cocina y murciélagos y búhos en el ático. A la iglesia acudían unas 100 personas, pero no todas a la vez ni con regularidad. Los domingos por la mañana, el joven pastor esperaba junto a la ventana, preguntándose si alguien asistiría.

Sin embargo, se ganó el respeto de los granjeros por su habilidad con el juego de cartas Skat y aprendió a predicar sermones que conectaban con la gente. Moltmann aprendió que si los campesinos mayores ponían los ojos en blanco mientras él hablaba, su teología se había alejado demasiado de las preocupaciones de la vida real.

«A menos que la teología académica vuelva continuamente a esta teología de la gente, se volverá abstracta e irrelevante», escribió más tarde. «No estaba totalmente capacitado para ser pastor, pero me alegré de haber experimentado toda la altura y profundidad de la vida humana: niños y ancianos, hombres y mujeres, sanos y enfermos, nacimiento y muerte, etc. Me habría alegrado de seguir siendo un teólogo pastor».

En 1957, Moltmann abandonó el ministerio pastoral para enseñar teología. Dio conferencias sobre diversos temas, pero se interesó especialmente por la historia de la esperanza cristiana en el reino de Dios.

Al mismo tiempo, empezó a interesarse por la obra de un filósofo marxista llamado Ernst Bloch. Moltmann escribió varias reseñas críticas de los libros de Bloch, pero sus ideas le parecieron estimulantes. Bloch sostenía que la vida avanzaba dialécticamente hacia una utopía final. En su obra magna de tres volúmenes, Das Prinzip Hoffnung (El principio de la esperanza), defendía la esperanza revolucionaria, afirmando que el marxismo estaba guiado por un impulso místico de anticipación de una realización final.

Aunque era ateo, Bloch citaba con frecuencia las Escrituras. Decía que intentaba articular la «conciencia escatológica que vino al mundo a través de la Biblia».

Moltmann observó que, aunque muchos teólogos habían escrito sobre la fe y el amor, había poco en la tradición protestante sobre la esperanza. La teología había «dejado escapar su propio tema», dijo, y decidió asumir la tarea.

Comenzó a dar clases sobre el tema primero en la Universidad de Bonn y luego en la de Tubinga, donde pasaría el resto de su carrera.

Moltmann publicó Theologie der Hoffnung (Teología de la esperanza) en 1964. La obra despertó un gran interés. El libro se imprimió seis veces en dos años y se tradujo a varios idiomas. Apareció por primera vez en inglés en 1967 y atrajo la suficiente atención de los teólogos como para llamar la atención del New York Times.

En un artículo de portada de marzo de 1968, el periódico informaba que los debates sobre la teología de moda de la «muerte de Dios» habían sido sustituidos por una discusión sobre la idea de Moltmann, de 41 años, que afirmaba que Dios «actúa sobre la historia desde el futuro». El artículo incluía una cita de Moltmann en la que afirmaba que «del principio al fin, y no solo en el epílogo, el cristianismo es escatología».

El periódico se maravillaba de que esta «teología de la esperanza» se basara en la creencia en la resurrección, «que muchos otros teólogos consideran ahora un mito».

Sin embargo, a algunos críticos de la época les preocupaba que este énfasis en la escatología eclipsara la obra de Cristo en la cruz. Dijeron que el énfasis de Moltmann en las cosas finales ignoraba o incluso restaba importancia a la crucifixión.

Moltmann llegó a pensar que había algo de razón en esas críticas durante un simposio sobre Teología de la Esperanza celebrado en la Universidad de Duke en abril de 1968. Durante una de las sesiones, el teólogo Harvey Cox entró corriendo en la sala y gritó: «Le han disparado a Martin Luther King».

La reunión se disolvió rápidamente cuando los teólogos se apresuraron a regresar a sus casas en medio de las noticias de disturbios en todo el país. Pero los estudiantes de Duke —a quienes no parecía importarles en absoluto la teología de la esperanza— se reunieron en una vigilia espontánea en el patio de la escuela. Lloraron la muerte de King durante seis días. En el último día, los estudiantes negros de otras escuelas se unieron a los estudiantes blancos que se lamentaban, y juntos cantaron el himno de los derechos civiles «We Shall Overcome».

Moltmann, conmovido por el poder transformador del sufrimiento, empezó a trabajar en su segundo libro, Der gekreuzigte Gott (El Dios crucificado). Se publicó en 1972 y salió en inglés dos años después.

«La identidad cristiana solo puede entenderse como un acto de identificación con Cristo crucificado», escribió Moltmann. «La “religión de la cruz”... no eleva ni edifica en el sentido habitual, sino que escandaliza; y sobre todo escandaliza a los “correligionarios” del propio círculo. Pero mediante este escándalo, trae la liberación a un mundo que no es libre».

Moltmann unió las dos ideas —el sufrimiento de Cristo y la esperanza de los cristianos— y eso se convirtió en el núcleo de su teología. Enseñaba que la gente debía «creer en la resurrección de Cristo crucificado y vivir a la luz de su realidad y su futuro».

O más sencillamente: «Dios llora con nosotros para que algún día podamos reír con Él».

Moltmann se jubiló en 1994, pero siguió trabajando con estudiantes de posgrado durante muchos años. Cuando su esposa murió en 2016, escribió un último libro sobre la muerte y la resurrección.

A Moltmann le sobreviven cuatro hijas.

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