Para el lector diligente de la Biblia, el libro de Crónicas puede parecer un poco desconcertante. Mientras leemos, es posible que nos preguntemos: ¿No he leído esto antes? La respuesta corta es sí y no.

Los libros de 1 y 2 Crónicas vuelven a contar algunas de las mismas historias de Israel y Judá que aparecen en los libros de Samuel y Reyes. Sin embargo, el cronista también ofrece una nueva perspectiva sobre esos años, incorporando material nuevo y dejando de lado otras historias. Su decisión sobre qué conservar y qué añadir no es arbitraria sino intencional. Y si prestamos atención, encontraremos que el cronista tiene un mensaje claro del que podemos aprender hoy.

Primero, solo la mitad de Crónicas es material repetido de Samuel y Reyes. Por un lado, es cierto que esto significa que hay mucha superposición. Pero, por otro lado, eso también significa que la mitad de las crónicas es material nuevo. ¡Lo que significa que no podemos darnos el lujo de pasarlo por alto!

Y si bien el contenido de Crónicas se superpone con material anterior, este fue escrito más de 100 años después, lo que le brinda al cronista el beneficio de la visión retrospectiva y la oportunidad de abordar una nueva serie de desafíos para su generación. El pueblo de Judá acababa de regresar del exilio y se enfrentaba a la enorme tarea de reconstruir el templo de Yahvé [Jehová] en Jerusalén que el rey Nabucodonosor había destruido. Esta tarea determina profundamente el telón de fondo de los libros de Crónicas.

Al comparar Crónicas con Samuel y Reyes, encontramos que el nuevo material se centra en dos temas principales: David y el templo. El cronista dedica más tiempo a la genealogía de la familia de David y a los detalles del legado de David. Y aunque Reyes se centra en el reino del norte de Israel, Crónicas destaca el reino del sur de Judá, donde reinaron los descendientes de David.

Asimismo, el cronista añade contenido adicional sobre el templo. Leemos sobre la preparación de los materiales de construcción por parte de David, y descubrimos nuevos detalles sobre el proceso de construcción y del momento en que Salomón dedicó el templo. El cronista también nos habla de cinco proyectos distintos de renovación del templo que abarcan cientos de años. Escuchamos las oraciones de varios reyes en el templo y descubrimos cuál de los levitas está asignado a cada tarea relacionada con el templo.

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Estos dos temas importantes (David y el templo) son evidentes desde el comienzo del libro en las genealogías que aparecen enlistadas. Ahora bien, es comprensible tener ganas de leer solo superficialmente los nueve capítulos de genealogía que abren el libro. Pero si lo hacemos, podemos perder de vista pistas importantes sobre qué detalles le importan al cronista y por qué.

A pesar de su extensión, las genealogías no ofrecen un relato imparcial y exhaustivo de las doce tribus de Israel. Más bien, se centran especialmente en la familia de David y la tribu de Leví, ya que sus descendientes fueron primordialmente quienes recibieron el llamado a servir en el templo.

Otra cosa que podrías notar si comparas Crónicas con Samuel es que el cronista omite la mayoría de las historias poco halagadoras sobre David.

En Crónicas, David no se aprovecha de Betsabé ni pierde el control sobre sus hijos. No es que el cronista desconozca los fracasos de David; claramente, tiene el libro de Samuel frente a él mientras escribe, ya que muchas historias están tomadas palabra por palabra. Pero, en su mayor parte, las historias de las luchas de David simplemente no coinciden con el propósito del cronista, con clara una excepción. Dado que es la excepción la que confirma la regla, echémosle un vistazo más de cerca.

Dado el retrato casi absolutamente limpio de David en Crónicas, sorprende que el cronista incluya la historia del imprudente censo de David, cuando le ordenó a su comandante que registrara a todos sus combatientes. Su falta de confianza en la protección de Dios tuvo consecuencias desastrosas para la nación.

Para entender por qué aparece esta historia en 1 Crónicas 21, debemos prestar mucha atención a las consecuencias de las acciones de David. David había pedido un censo militar en contra del consejo de su comandante, Joab. El ejercicio fue a la vez una demostración del poder de David y una falta de confianza en la protección de Dios. Pero poco después de que llegaron los números, David se dio cuenta de que había pecado y oró pidiendo perdón.

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En respuesta, Dios le permitió a David elegir su propia consecuencia entre tres opciones: «tres años de hambre o tres meses de persecución y derrota por la espada de tus enemigos… o tres días en los cuales el Señor castigará con plaga el país, y su ángel traerá destrucción en todos los rincones de Israel» (1 Crónicas 21:12). David eligió la última opción y decidió poner su propia vida y el reino en manos de Dios.

La plaga fue realmente devastadora, con muchas muertes innecesarias debido a la insensatez de David. Pero en medio del juicio, Yahvé mostró compasión por la nación al impedir que su ángel destruyera a más personas, en un momento sorprendentemente parecido al del Monte Moriah [o Moria], cuando Abraham estaba a punto de matar a su hijo Isaac y el Señor le dijo que se detuviera (Génesis 22:9–14). El narrador también nos dice exactamente dónde estaba el ángel del Señor cuando la plaga se detuvo en seco: «estaba junto a la era de Ornán el jebuseo» (1 Crónicas 21:15, NBLA).

Esta ubicación es de suma importancia para la trama general del libro. La era o el campo de trillar era donde la gente procesaba sus cosechas de cereales al pasar equipos pesados sobre los tallos de trigo para separar el grano de la paja. Cuando era posible, llevaban a cabo este trabajo en las cimas de las colinas para que el viento se llevara la paja, dejando solo el grano rico en nutrientes.

Entonces, David le compró al jebuseo esta excelente era en la cima de una colina, y construyó allí un altar para ofrecer holocaustos y ofrendas de comunión para restaurar la comunión con Yahvé y agradecerle por su misericordia. Sorprendentemente, «en respuesta, Dios envió fuego del cielo sobre el altar del holocausto» (1 Crónicas 21:26, NVI), una respuesta dramática que hizo eco del momento en que se construyó el tabernáculo (Levítico 9:24). David concluyó lógicamente que este sería el lugar perfecto para construir el templo, diciendo: «Aquí se levantará el templo de Dios el Señor y el altar donde Israel ofrecerá el holocausto» (1 Crónicas 22:1). Pero, como quizás recuerdes, no fue David, sino su hijo quien llevaría a cabo esta tarea.

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El cronista finalmente une estos hilos en un florecimiento dramático en 2 Crónicas: «Entonces Salomón comenzó a edificar la casa del Señor en Jerusalén en el monte Moriah, donde el Señor se había aparecido a su padre David, en el lugar que David había preparado en la era de Ornán jebuseo» (2 Crónicas 3:1, NBLA). El lugar donde Dios le mostró misericordia a David al perdonar a los israelitas es el mismo lugar donde Dios también perdonó la vida de Isaac. ¡El cronista no quiere que nos lo perdamos!

¿Por qué contar una historia tan poco halagadora sobre David en un libro que ofrece una imagen positiva de él? La debacle del censo es esencial porque en última instancia conduce a establecer la ubicación del templo de Salomón, que es el otro tema clave del libro. En este mismo lugar, Dios le mostró misericordia a los israelitas y les proporcionó sobrecogedora evidencia de su presencia y bendición.

El cronista quiso subrayar para su propia generación la importancia de reconstruir el templo y reunir a aquellos que habían sido llamados a servir en él, quienes apenas comenzaban sus vidas de nuevo tras regresar a sus tierras. Necesitaban desesperadamente un sentido de continuidad con el pasado y alguna seguridad de que la presencia de Dios honraría a su comunidad una vez más. Y si nos saltamos los libros de Crónicas asumiendo que estos son una «repetición», podemos perder de vista que Dios está llamando a nuestra propia generación a priorizar la construcción del templo.

Hoy enfrentamos una tarea similar: ¿Cómo puede la iglesia reconstruirse después de una pandemia global? ¿Cómo podemos recuperarnos después de tantos escándalos públicos y profundas divisiones? Sin embargo, la tarea de nuestra generación no es reconstruir un templo físico, sino apoyarnos en nuestra identidad colectiva como cuerpo de Cristo. Especialmente en Occidente, donde se valora tanto el individualismo expresivo, el libro de Crónicas nos ofrece un correctivo muy necesario. No se trata de mí, se trata del pueblo de Dios haciendo la obra de Dios en el mundo. Y al subrayar nuestra misión compartida, podemos redescubrir nuestro sentido de propósito.

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«Por lo tanto, ustedes ya no son extraños ni extranjeros, sino conciudadanos del pueblo elegido y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular», escribió el apóstol Pablo. «En él todo el edificio, bien armado, se va levantando para llegar a ser un templo santo en el Señor. En él también ustedes son edificados juntamente para ser morada de Dios por su Espíritu» (Efesios 2:19-22).

Este no es un proyecto en solitario. Como dicen Pablo y Sóstenes en otro lugar: «¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?» (1 Corintios 3:16). Los ustedes aquí son todos plurales: «¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?». Nadie realiza un recorrido arquitectónico para admirar un solo ladrillo, sino para admirar edificios formados por cientos de miles de ladrillos bien colocados.

Para nosotros hoy, la construcción del templo implica reunirnos regularmente, buscar a Dios juntos, aprender a amarnos bien unos a otros y descubrir cómo honrar a Dios juntos en nuestra generación. Ningún individuo puede demostrar por sí solo la plenitud de la gloria de Dios a un mundo que observa. Reconstruir la casa de Dios es un proyecto de grupo y todos nos necesitamos unos a otros.


Carmen Joy Imes es profesora asociada de Antiguo Testamento en la Universidad de Biola y autora de Bearing God’s Name and Being God’s Image. Actualmente, está escribiendo su próximo libro, Becoming God’s Family: Why the Church Still Matters.

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