El artículo fue adaptado del boletín de Russell Moore de Russell Moore. Suscríbete aquí.

En las últimas semanas tuvieron lugar dos eventos que cambiarán nuestro futuro. Uno de ellos fue el lanzamiento de GPT-4o, el nuevo programa de inteligencia artificial de OpenAI, justo por delante de varios competidores que harán lo mismo en cuestión de semanas. El otro evento fue la expulsión del sacerdocio de un sacerdote robot por enseñar que los bautismos se podían realizar con Gatorade. Me temo que la iglesia no está preparada para ninguna de las dos cosas.

El acontecimiento más comentado fue el anuncio de OpenAI, con videos del programa de inteligencia artificial (en adelante IA) riéndose, pareciendo sonrojarse, contando chistes, viendo y describiendo cosas en tiempo real e incluso cantando canciones inventadas en el momento (con el grado de emoción e ilusión que le fue solicitado).

Mucho menos comentado fue el hecho de que apenas unas semanas antes, la plataforma de apologética católica romana Catholic Answers se vio en la necesidad de disciplinar a un chatbot de inteligencia artificial llamado «Padre Justin», que fue diseñado para ayudar a las personas a resolver preguntas de doctrina y práctica.

La gente empezó a enfadarse cuando el padre Justin empezó a afirmar que era un verdadero sacerdote, capaz de escuchar confesiones y ofrecer sacramentos, y empezó a dar respuestas poco ortodoxas tales como que bautizar a un bebé con Gatorade estaría bien en caso de emergencia (a lo cual el magisterio dijo que no).

Ahora el padre Justin es simplemente «Justin», un «teólogo laico». Catholic Answers reconoció ante los críticos que son pioneros en el nuevo panorama tecnológico y están aprendiendo (como lo hará todo el mundo) lo difícil que es mantener una inteligencia artificial ortodoxa. Si mis amigos católicos pensaban que Martín Lutero era malo, esperen a que los robots empiecen a publicar sus tesis en la nube.

Sin embargo, antes de reírnos de Catholic Answers, deberíamos pensar en la anécdota ahora citada hasta el punto de ser un cliché de la respuesta del predicador del siglo XIX D.L. Moody a un crítico de sus prácticas evangelísticas: «Prefiero mi manera de hacerlo más que tu forma de no hacerlo». Tras bambalinas, casi todos los ministerios con visión del futuro de cualquier tipo están preocupados por cómo prepararse para un mundo transformado por la IA, imaginando cómo habría sido todo si Lutero no hubiera estado preparado para una era de Gutenberg o si Billy Graham no hubiera estado preparado para la era de la televisión.

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Un experto en IA me dijo recientemente que él y otros se están dando cuenta de que la gente le dirá a una IA lo que nunca le diría a un ser humano. Los médicos saben, por ejemplo, que cuando le preguntan a un paciente: «¿Cuánto bebe cada semana?» obtendrán cierta respuesta de un posible bebedor problemático, mientras que un chatbot obtendrá una respuesta mucho más parecida a una respuesta honesta.

Lo mismo ocurre con la búsqueda espiritual, afirmó este experto. La persona que nunca le preguntaría a un cristiano ¿Qué me pasará cuando muera? o ¿Por qué me siento tan culpable y avergonzado?, es mucho más probable que haga esas preguntas a una inteligencia que no es otra persona. En cierto modo, eso suena extrañamente cercano a Nicodemo, quien vino a hacerle preguntas a Jesús por la noche (Juan 3:1-2).

«La pregunta no es si la gente buscará chatbots para hacer preguntas importantes como esa», me dijo el experto. «La pregunta será si las respuestas que obtendrán serán espiritualmente correctas o incorrectas».

El verdadero desafío puede resultar no tanto si la iglesia puede avanzar lo suficientemente rápido como para ver el mundo de la IA como un campo misionero, sino más bien si estará lista para el conflicto emocional —como lo notamos incluso en la mayoría de nuestras respuestas a los propios videos de los anuncios de OpenAI—.

Los videos provocaron en muchas personas un nivel de asombro cercano al alunizaje. Como le dije a mi esposa: «Mira, ¿puedes creer cómo le ayuda a este niño a entender un problema de geometría?». Me di cuenta de que un día mi reacción se sentiría tan ingenua como los viejos videos de los presentadores de televisión debatiendo entre sí cómo deberían pronunciar el nombre del símbolo «@» en la entonces nueva tecnología llamada correo electrónico.

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Al mismo tiempo, los videos nos espantaron un poco a todos. Los psicólogos han llamado esta vaga sensación de malestar como el «valle inquietante». Es la razón por la que mucha gente estaría aterrorizada de quedar atrapada dentro de una fábrica de cabezas de muñecas o en un cobertizo lleno de maniquíes. Los seres humanos tienden a responder con temor a algo que casi parece real pero que no llega a serlo. Algo que nuestro cerebro quiere leer como «humano» y «no humano», o como «vivo» y «muerto» tiende a desequilibrar nuestros sistemas límbicos.

La prensa, la radio, la televisión y los medios digitales tienen su parte en la comunicación del evangelio, como nos advirtieron Marshall McLuhan y Neil Postman. Pero lo que esos medios mantuvieron en común con la proclamación oral fue una conexión, por tenue que fuera, con el nivel personal. Puede que uno no sepa quién escribió un tratado evangélico al encontrarlo en la calle, pero sí sabe que hay un ser humano detrás de ello.

Por un lado, estoy casi convencido por el argumento de que se podría poner a la IA en la misma categoría que la pluma que Pablo usó para escribir sus epístolas o las fuentes que Lucas recopiló para escribir su evangelio. Los programas de IA están diseñados por seres humanos y la Palabra de Dios viene con poder independientemente del formato.

Aun así, esa no parece ser toda la historia. ¿La gente experimentará la inquietud del «valle inquietante» solo porque se trata de una nueva tecnología a la que todavía no estamos acostumbrados? Tal vez. Pero quizás haya más.

Hace unas semanas, la cuenta de Instagram Sketchy Sermons publicó una caricatura con una cita del comediante Jaron Myers: «He visto a demasiados pastores de jóvenes decir “Ten cuidado con TikTok, solo hay muchachas bailando en trajes de baño” y yo pienso, hermano... Es un algoritmo».

El chiste funciona porque ahora vivimos en un ecosistema donde todo parece hiperpersonalizado. Los algoritmos parecen saber dónde está el corazón de una persona mejor que el pastor de esa persona, o el cónyuge de esa persona, o incluso el propio corazón de esa persona. Si te gusta ver contenidos sobre tejido y puntadas, verás contenido de tejido y puntadas. Si te gustan los videos de gatitos, verás videos de gatitos. Y si te gustan las chicas bailando en bikini, o las teorías de conspiración o fumar marihuana, también obtendrás ese contenido.

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Esa hiperpersonalización es irónicamente la razón por la cual esta era parece tan impersonal. Aunque una máquina parezca conocerte, no puedes evitar darte cuenta de que lo que realmente sabe es cómo venderte algo.

Sin embargo, el evangelio no puede vivirse más que como algo personal. Si la Palabra de Dios es exhalada por el mismo Espíritu de Cristo (1 Pedro 1:11), entonces cuando la escuchamos, no escuchamos simplemente «contenido», «información» o datos desconectados seleccionados por nuestras curiosidades y apetitos. Lo escuchamos a Él.

¿Cómo comunicar algo en un mundo donde la gente duda si lo que escucha es algo más que la información de su propia vida digital, acumulada y lanzada de vuelta?

El hecho de que tantas personas sientan ansiedad al ver una IA amigable, útil y aparentemente omnisciente podría decirnos algo sobre nosotros mismos. A pesar de su famosa caricaturización, el filósofo Leon Kass nunca expresó «la sabiduría de la repugnancia» como un argumento a favor o en contra de algo. Lo que escribió fue que cuando sentimos algún tipo de repulsión, deberíamos preguntarnos por qué. A veces es simplemente un condicionamiento cultural o el miedo a lo desconocido, pero a veces es «la expresión emocional de una sabiduría profunda, más allá del poder de la razón claramente visible».

¿Deberíamos concluir que Dios puede levantarle hijos a Abraham a partir de estos chatbots? ¿Cómo nos aseguramos de que, cuando la gente tiene sed de agua viva, no les demos Gatorade?

Lo que sí sé es que ninguna tecnología nueva puede superar una de las más antiguas de todas: la de un pastor que guía un rebaño con su voz. Sí, aunque caminemos por el misterioso valle inquietante de la sombra de los datos, no debemos temer mal alguno. Al mismo tiempo, tenemos que estar preparados para un futuro muy diferente, y no estoy seguro de que lo estemos.

Russell Moore es editor jefe en Christianity Today y dirige su Proyecto de Teología Pública.

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