No es ningún secreto que el teólogo holandés Herman Bavinck ha disfrutado de un renacimiento en los últimos años, como también señaló James Eglinton en un artículo previo para CT.

Desde que se publicó la traducción al inglés de la histórica obra de Bavinck, Reformed Dogmatics[Dogmática reformada] en 2008, y su versión condensada en un solo volumen en español en 2023, ha habido un flujo constante de nuevas lecturas acerca de su vida y pensamiento. Más recientemente, han salido a la luz nuevas traducciones de sus trabajos menos conocidos, pero no menos importantes, entre otros, Christian Worldview [Cosmovisión cristiana], Our Reasonable Faith [Nuestro Dios maravilloso], Christianity and Science y Guidebook for Instruction in the Christian Religion; y se han publicado nuevas ediciones de Philosophy of Revelation, basadas en sus charlas «Stone Lectures» de 1908, y The Wonderful Works of God.

Los teólogos como yo también estamos redescubriendo la tradición neocalvinista moldeada por Bavinck y su colega, el teólogo holandés Abraham Kuyper, y estamos examinando cómo estos pensadores podrían abordar cuestiones culturales de nuesta época, tales como la manera en que Estados Unidos y otros países están haciendo un ajuste de cuentas con el racismo. [En adelante, los enlaces redirigen a contenidos en inglés]. Y aunque muchos han criticado recientemente (y con razón) el fluctuante legado de Kuyper al respecto, a menudo también han descuidado las contribuciones de Bavinck sobre el tema, que muchos académicos ven como una mejora con respecto a Kuyper.

El análisis de Bavinck tiene lecciones perdurables para los cristianos que viven en un clima político polarizado. De manera similar al contexto del propio Bavinck de la Europa del siglo XIX, los estadounidenses hoy se enfrentan a los desafíos de vivir en una cultura cada vez más poscristiana. Esto ha dado lugar a acalorados debates sobre la identidad de Estados Unidos como nación, el nacionalismo cristiano y cómo todos podemos encontrar puntos en común aun en medio de nuestras diferencias más profundas.

La cosmovisión cristiana neocalvinista de Bavinck y Kuyper, por ejemplo, afirmaba la diversidad de la realidad, pero veía que esa diversidad refleja una unidad mayor. Como el Creador es Trino, observaron que el mundo a menudo se ajusta a patrones de unidad en la diversidad. Sin embargo, Bavinck creía que este patrón tenía implicaciones adicionales para la humanidad misma.

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Como lo mostré en otro texto, Bavinck argumentó que la imagen de Dios (imago Dei) se refiere no solo a nosotros como individuos, sino a la humanidad en su conjunto. Como escribe el teólogo Richard Mouw, Bavinck articula cómo la imagen de Dios se despliega «en la rica diversidad de la humanidad, repartida en muchos lugares y épocas», a medida que la raza humana se dispersa por todo el mundo y desarrolla culturas, idiomas y contextos orgánicamente diferenciados. Estas diferencias no están osificadas ni son estáticas, sino que se fusionan de maneras hermosas y sorprendentes a través de la unión del reino de Dios llevada a cabo por el Espíritu Santo.

En resumen, Bavinck creía que la gloria de Dios se revela más claramente a través de la diversidad de la humanidad, y que esta diversidad se mantiene unida por una confesión común de Jesús como Señor. La iglesia global es un pueblo integrado colectivamente por cada tribu y lengua: una humanidad renovada que alcanza su telos o propósito bajo el señorío de Cristo.

Sin embargo, Bavinck combinó esta visión positiva con duras advertencias contra el racismo y el nacionalismo. En dos textos, Christian Worldview [Cosmovisión cristiana] y Philosophy of Revelation, Bavinck anticipó el surgimiento del nacionalismo eurocéntrico. En un libro de próxima publicación, exploro cómo Bavinck detectó el desarrollo de estas ideas en la filosofía alemana a principios del siglo XX, que eventualmente prepararon el escenario para el régimen de Hitler, la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto.

Bavinck atribuyó estos cambios ideológicos al declive de la fe cristiana en Europa. Cuando los humanos dejan de adorar a Dios, sustituyen lo divino por las obras creadas (Romanos 1:25). Por lo tanto, dijo, en cualquier sociedad que se aparte de la fe cristiana, naturalmente alimentará el racismo y el nacionalismo.

Si Dios no es la fuente que define lo que es verdadero, bueno y bello, entonces la moralidad tendrá que tener a la humanidad misma como su fundamento. Y si la humanidad no es «genérica» o «universal», sino diversa y en constante evolución, entonces uno debe decidir qué humanidad y en qué momento de la historia se convierte en el estándar para la evaluación moral. En el contexto de Bavinck, ese punto de referencia era el nacionalismo ario (al que se refería como «pangermanismo, paneslavismo, etc.»), que veía a la raza aria como la cúspide de la humanidad universal y, por lo tanto, como la encarnación de la normatividad.

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Bavinck cita a algunos de los primeros líderes de pensamiento «elocuentes», cuya ideología racista emergente influyó en algunos de sus contemporáneos, y cuyas ideas eventualmente llevaron a reconfigurar al propio Jesús como el símbolo supremo de la raza aria.

Dado que cada religión recurre a una figura histórica como fuente de su revelación, el nuevo nacionalismo alemán necesitaba transformar a Jesús en «el tipo más puro de la raza aria o germánica» para «retener» su autoridad. «Jesús no vino de Israel sino de los arios», determinaron, porque consideraban que todas las demás culturas pasadas eran primitivas, incluida la judía. «Qué tonto es el que cree que Jesús no era judío, sino que era ario», escribió Bavinck, «y que la Biblia, en la que todo hereje encuentra su texto de prueba, proporciona la evidencia de este asunto».

Este «renacimiento de la conciencia racial» fue reforzado aún más, según Bavinck, por la visión histórica que muchos filósofos sostenían en su época: que cada etapa sucesiva de la historia humana ascendía hasta su era actual, que, convenientemente, se describía a sí misma como la más evolucionada y culta. Así, el linaje ario era visto como la raza dominante y superior a la que se podían atribuir todos los mayores logros de Europa (y, por tanto, del mundo).

El resultado, observó Bavinck, fue que «la llamada “visión histórica pura” se convierte en la construcción más sesgada de la historia». Al ubicar la ética dentro de su propia historia y proyectar su cultura como si fuera la norma absoluta, los alemanes se postularon como árbitro y pináculo de la historia, y eclipsaron a todas las demás naciones y grupos étnicos. Liberaron a su «raza superior» de la rendición de cuentas ante la revelación trascendente de Dios, lo que les permitió infligir coerción opresiva sobre todas las razas «inferiores», y rechazar que cualquier otra cultura pudiera ser una fuente de corrección.

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Estas ideas se combinaron con la práctica emergente de la eugenesia, en la que la teoría de la evolución y las ciencias naturales se aplicaron a la noción de crear una raza superhumana (Übermensch). ¿Qué pasaría si, por ejemplo, el proceso de selección natural mediante la «supervivencia del más apto» pudiera acelerarse eliminando las debilidades genéticas para «purificar y perfeccionar» a la raza humana? Bajo este razonamiento, filósofos, científicos y psicólogos se unieron con el objetivo de liberar a la humanidad de sus miserias o, como dijo Bavinck, «mejorar las cualidades raciales de la humanidad de manera artificial».

Bavinck conectó estas teorías populares de su época con las aspiraciones de los filósofos alemanes de presentarse ante el mundo como portadores de alguna forma de salvación escatológica. Observó que estos pensadores no solo rechazaban el cristianismo porque lo percibían como falso, sino porque lo consideraban malo para el desarrollo del futuro: «Si la cultura moderna quiere avanzar, debe rechazar totalmente la influencia del cristianismo y romper completamente con la vieja cosmovisión».

¿Por qué? Como explicó Bavinck, mientras que se creía que la esperanza humana moderna era enteramente «de este mundo», sus contemporáneos europeos consideraban que el cristianismo era «indiferente a esta vida», ya que su esperanza reside, en última instancia, en un reino de otro mundo: la eternidad, el cielo y Dios. En otras palabras, creían que la esperanza en los logros humanos tangibles era más segura que la esperanza en las realidades divinas intangibles.

Según el razonamiento de Bavinck, al ver a una sociedad o nación humana en particular como el principal portador de la civilización ética llenaba el vacío escatológico que queda al eliminar la esperanza cristiana de la sociedad moderna. Si la ley moral no se encuentra en lo trascendente sino en lo inmanente, entonces sucede lo mismo con el cielo. En este caso, una sociedad utópica está modelada por cualquier nacionalidad que represente la «altura» de la humanidad.

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Estos desarrollos ideológicos, que estaban de moda en ese momento, pintaban un panorama realmente sombrío. ¿Cuál fue la respuesta de Bavinck y qué alternativa propuso?

En Philosophy of Revelation, Bavinck señala los problemas insuperables que plantea la transposición de los principios científicos de la evolución naturalista a la historia social de la humanidad. Según argumentó, este instinto refleja una forma de monismo que reduce la gran diversidad de la vida creada a una uniformidad singular, como si una explicación que funciona bien en una esfera pudiera usarse para todas las áreas de la vida.

Además, argumentó que los intentos de elaborar una gran narrativa histórica a menudo privilegian a una nación o grupo étnico sobre otros, e ignoran la unidad de la raza humana a través del tiempo y el espacio. Más aún, afirmar que cada siglo es intrínseca y holísticamente mejor que el anterior no reconoce que en la antigüedad existió una «alta civilización», incluso más avanzada que nosotros en algunos aspectos, ni que los mismos vicios de la antigüedad todavía plagan nuestra época y nuestras culturas contemporáneas.

En lugar de una historia lineal de desarrollo progresivo que culmina en una nación o una filosofía maestra, Bavinck creía que la historia es pluriforme: un laberinto rico y multifacético que cuenta la historia de una humanidad unida a través de todas sus particularidades, ubicaciones y períodos de tiempo.

Y Bavinck argumentó que para evitar el instinto supremacista de elevar una nación o fase de la historia, las ciencias históricas deben tener sus raíces en el teísmo cristiano. Esto se debe a que los historiadores requieren una «revelación» divina y única para afirmar que «todas las criaturas… son acogidas y se mantienen unidas por un pensamiento rector, es decir, por el sabio consejo de Dios». Creer en la unidad de la humanidad, que es la «presuposición de toda la historia», es una afirmación «que solo nos ha sido dada a conocer por el cristianismo».

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En lugar de ver una cultura o etnia como la expresión universal de la verdadera humanidad, para Bavinck el cristianismo enseña que «la unidad de la humanidad no excluye sino que más bien incluye la diferenciación de la humanidad en raza, carácter, logros, vocación y muchas otras cosas».

Bavinck escribe que esta «variedad ha sido destruida por el pecado y transformada en todo tipo de oposición» desde que «la unidad de la humanidad se disolvió en una multiplicidad de pueblos y naciones». Pero en lugar de buscar la «falsa unidad» de un monismo mundano, preservar la rica diferenciación de la humanidad requiere que «la unidad de toda la creación no se busque en las cosas en sí, sino en algo trascendente... en un ser divino, en su sabiduría y poder, en su voluntad y consejo».

En otras palabras, afirmar el cristianismo significa rechazar la uniformidad fabricada por el hombre y abrazar la diversidad ordenada por Dios. Solo la salvación en Cristo y la comunión en su Espíritu, la revelación divina y la redención pueden restaurar y alcanzar el ideal de la unidad verdadera y orgánica de la humanidad en la diversidad.

Como seres humanos, nuestra unidad y diferenciación, así como nuestra identidad y dignidad, están aseguradas en última instancia en Cristo, a quien Bavinck llama el «núcleo» que reveló el «plan, el progreso y el objetivo» de la historia, y que eliminó nuestra tendencia pecaminosa a exaltarnos a nosotros mismos como el ideal histórico. En otras palabras, el centro, objetivo, progreso y fin último de la historia no se encuentra en la humanidad sino en Cristo.

La única cosmovisión que «responde a la diversidad y riqueza del mundo», escribe Bavinck, es aquella que insiste en que la historia está gobernada por la voluntad divina. No solo eso, sino que debemos creer que Dios entró voluntariamente en el mundo «históricamente» en la persona de Jesucristo, a fin de elevarlo «a las alturas» del «reino de los cielos».

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La utopía celestial que buscamos, entonces, no es el resultado del progreso histórico humano, sino una obra divina de Dios: «Si alguna vez ha de haber una humanidad unida en un corazón y en una alma, entonces debe nacer al retornar a un solo Dios vivo y verdadero».

En la era cada vez más polarizada en que vivimos hoy en día, el mensaje de Bavinck sobre la diversidad unificada de la humanidad es más necesario que nunca. En lugar de asumir que nuestra visión del mundo es definitiva o superior a la de otros contextos, Bavinck nos recuerda el testimonio profético del mensaje universal de reconciliación dado por Dios y encarnado en Jesucristo.

Las reflexiones antropológicas de Bavinck ciertamente no son perfectas. Sigue siendo un hombre del siglo XIX y, en ocasiones, refleja ciertos análisis o lenguaje que los lectores del siglo XXI rechazarían (por ejemplo, su lenguaje de culturas «altas» y «bajas»). Pero es notable que, a principios del siglo XX, Bavinck previera los peligros de la eugenesia, el racismo y el nacionalismo emergentes en la filosofía alemana, que estaban de moda en ese momento, incluso entre los cristianos.

En los siglos previos a los horrores de la Segunda Guerra Mundial, cuando se creía que «el espíritu alemán sanaría al mundo», Bavinck presentó una visión escatológica trascendente, no impulsada por manos humanas sino iniciada por la voluntad divina de Dios. Y en una era poscristiana, tanto entonces como ahora, Bavinck nos recuerda que las funestas raíces del racismo y el nacionalismo se remontan al rechazo de las afirmaciones cristianas, en las cuales se encuentra el fundamento de nuestra moralidad, así como de nuestra dignidad y esperanza final en Dios.

N. Gray Sutanto es profesor asociado de teología sistemática en el Seminario Teológico Reformado de Washington, DC. Es autor, editor y traductor de varios libros, entre ellos God and Humanity: Herman Bavinck and Theological Anthropology y T&T Clark Handbook of Neo-Calvinism.

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