Hace poco un amigo preguntó en Twitter si la Biblia pasaba el test de Bechdel-Wallace. Aunque ya se había presentado la misma pregunta antes en internet, el tuit de mi amigo me hizo preguntarme si podría utilizar mis habilidades como programador especializado en la Biblia para hacer un análisis de datos más profundo del que encontré en línea. (Una de las mejores iteraciones viene de una sacerdote bloguera llamada Paidiske [enlaces en inglés]).

Si no están familiarizados con el test de Bechdel, se trata de «una medida de representación de las mujeres» en películas y libros. Está basado en un cómic de Alison Bechdel que sugiere que una obra debe contener una escena que cumpla con tres criterios específicos: (1) que aparezcan al menos dos mujeres con nombre (2) que hablen entre sí (3) y que hablen acerca de otra cosa que no sea un hombre.

Películas como la franquicia de Star Wars pueden servir como ejemplo de la utilidad del test. La primera película de Star Wars fue alabada por presentar a un personaje femenino fuerte en la princesa Leia. Sin embargo, el único otro personaje femenino con nombre en la película es la tía Beru, pero ella y Leia nunca se encuentran ni hablan, así que la película no pasa el test de Bechdel. Por el contrario, El despertar de la fuerza (episodio VII) incluye una escena en la que Rey y Maz Kanata hablan del destino de Rey, misma que pasa los tres elementos del test de Bechdel.

Realmente la Biblia no necesita pasar el test de Bechdel para ser la Palabra de Dios. Eso probablemente sería un mal ejemplo de presentismo. Pero el test todavía puede ser usado de un modo útil a fin de reexaminar las historias bíblicas y ver el cuidado de Dios por todos los portadores de su imagen.

Parte de mi interés en esta cuestión viene del hecho de que me gusta jugar con los datos bíblicos. Pero la razón principal es que estoy casado con una mujer increíble cuya profundidad apenas si he comenzado a ver durante los últimos quince años, y soy padre de una jovencita indescriptiblemente interesante que quiere saber: ¿Cuál es el lugar y el valor de las mujeres en el mundo? Y, ¿qué tiene que decir la Biblia al respecto?

La Biblia como fuente de datos

Para explorar la cuestión del test de Bechdel, utilicé un conjunto de datos de fuente abierta creado por Robert Rouse de viz.bible que incluye personas, lugares y eventos en la Biblia. Usé sus datos para encontrar todos los pasajes en los que hay mujeres mencionadas juntas (test de Bechdel número 1) y todos los pasajes en los que mujeres hablan (test de Bedchel número 2). Después examiné las superposiciones para encontrar aquellas que pasaran completamente el test (incluyendo el test de Bedchel número 3) y aquellas que los pasan parcialmente por diversas razones. (Mi informe completo se encuentra disponible en mi blog).

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Aquí hay un resumen de lo que encontré. La base de datos de Rouse tiene 3070 personajes, y 202 de ellos son mujeres. (Solo por hacer la comparación, el Corán solo tiene a una mujer con nombre, María, y otros textos religiosos como el Bhagavad Gita no tienen a ninguna). De los 66 libros del canon protestante, 34 son narrativos o mayoritariamente narrativos, y 41 tienen personajes femeninos.

Concentrándonos en el nivel de la perícopa, hay 147 escenas con dos o más mujeres (test de Bechdel 1), 261 escenas donde hablan mujeres (test de Bechdel 2) y 14 en las que las mujeres hablan entre sí (test de Bechdel 3).

Bechdel y más allá

Entonces, ¿la Biblia pasa el test de Bechdel?

La respuesta corta es que sí; hay múltiples escenas en las que dos mujeres con nombre tienen una conversación entre sí en la que no se habla sobre un hombre.

La respuesta larga es más compleja, pero también más interesante, creo.

Aunque en la Biblia hay menos personajes femeninos que masculinos, y muy pocas escenas que pasan el test de Bechdel sin ambigüedades, cuando leemos los pasajes centrados en personajes femeninos con detenimiento, nos encontramos con que el test de Bechdel por sí solo no cuenta toda la historia.

Si bien es cierto que hay hombres deambulando por todos lados en las páginas de las Escrituras, siempre hay mujeres fieles y prominentes presentes durante los momentos clave de la historia bíblica cuando Dios está realizando grandes movimientos para salvar a la humanidad. Casi es como si, en un mundo de patriarcado y misoginia, la presencia de mujeres funcionara como un marcador que dice: «¡Presten atención; esto es importante!» en cada gran movimiento de la historia bíblica.

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El principio

Génesis comienza recordándole a los lectores que Dios «varón y hembra los creó» a su imagen (1:27). Entonces, en Génesis 2, Eva habla con la serpiente (v. 2) y con Dios (v. 13) en igualdad de condiciones que Adán. Aunque estas escenas no pasan el test de Bechdel, mi colega y amiga Sandra Glahn sugiere que se necesita un nuevo test donde «una mujer con nombre que tiene una conversación con un ser que excede en posición a un hombre acerca de algo que no sea un hombre obtiene puntos extra en la escala de representación».

Según vamos leyendo, encontramos que el resto de Génesis resulta ser un lugar brutal, especialmente para las mujeres, a las que a menudo se les explota, sexualiza y maltrata, tanto de parte de hombres como de otras mujeres. Génesis también contiene el lanzamiento del plan de Dios de redimir a la humanidad a través de una sola familia humana, y en esa historia sucede una escena poderosa cuya importancia deriva precisamente de que no cumple con el test de Bechdel.

En Génesis 12, Dios promete que Él hará que los descendientes de Abram y su esposa Saray (ambos nombrados en Génesis 11:29) sean una gran nación, a través de la cual Él bendecirá a todos los pueblos. Tristemente, Abram y Saray fallan con respecto a confiar que Dios puede darles un hijo y, en el proceso, abusan de la sierva de Saray, Hagar. No se registra el diálogo entre Saray y Hagar, pero podemos inferir que la conversación fue bastante desagradable.

Sin embargo, las palabras de Hagar que sí se registran hacen de ella el primer personaje de las Escrituras que le da un nombre a Dios. «Como el Señor le había hablado, Agar le puso por nombre “El Dios que me ve”, pues se decía: “Ahora he visto al que me ve”» (Génesis 16:13).

Esta es una de las primeras ocasiones en las que no pasar el test de Bechdel es precisamente lo que le da el poder a la escena. En medio del sufrimiento de una mujer, Dios ve su dolor y obra para redimirla.

Cuando continuamos con la historia bíblica antigua, nos encontramos con pasajes que no superan el test de Bechdel porque pasan solo el tercer criterio, en el que mujeres con nombre hablan sobre algo que no sean otros hombres, pero hablan con hombres o multitudes en vez de con otras mujeres. Por ejemplo, en la historia del nacimiento de Moisés, la hija del Faraón no tiene nombre, así que su conversación con Miriam no pasa del todo el test de Bechdel (Éxodo 2:1-10). Otros momentos clave son las negociadoras femeninas de Números 27 (ver también Josué 17) y el canto de Débora en Jueces 5.

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Jueces 4 y 5 contiene las historias de Jael y Débora, y aunque los dos personajes nunca se juntan ni hablan, representan a las mujeres como personas completas, capaces de ser esposas y madres, pero también líderes, negociadoras, profetas y asesinas a sangre fría.

La bendición se traspasa (junto con el test de Bechdel)

El siguiente gran movimiento de la historia bíblica llega con el establecimiento del pacto davídico y la promesa de un rey justo cuyo reinado sería eterno. Este gran evento viene precedido y depende de un claro caso de la Biblia que pasa los tres elementos del test de Bechdel.

En los capítulos iniciales del libro de Rut, Noemí, Orfa y Rut hablan de hombres: sus esposos muertos, las perspectivas de un matrimonio futuro, y de Boaz. Pero Noemí y Rut también hablan entre sí de sus vidas, su relación y su trabajo (Rut 2:2). En medio de estas conversaciones viene uno de los pasajes más hermosos de las Escrituras: uno que expresa la promesa de que el pueblo escogido de Dios llevaría las buenas nuevas a todas las naciones. Esa historia se cuenta a través de un intercambio entre dos viudas, tanto extranjeras como inmigrantes:

Pero Rut respondió: «¡No insistas en que te abandone o en que me separe de ti! Porque iré adonde tú vayas, y viviré donde tú vivas. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios. Moriré donde tú mueras, y allí seré sepultada. ¡Que me castigue el Señor con toda severidad si me separa de ti algo que no sea la muerte!». Al ver Noemí que Rut estaba tan decidida a acompañarla, no le insistió más. (Rut 1:16-18)

Esta conversación memorable del libro de Rut resalta aún más en medio de la brutalidad de Jueces y los libros de Samuel, Reyes y Crónicas. En estos libros las mujeres rara vez hablan entre sí (1 Samuel 25:18-19), pero las mujeres hablan, y una escena en particular destaca.

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En 2 Reyes 22 nos encontramos con el rey Josías, que ascendió al trono a los ocho años. Dieciocho años después decide limpiar el templo y, en el proceso, uno de los sacerdotes recuperó, como es bien sabido, «el libro de la ley» (v. 8). Después de escuchar las palabras de las Escrituras por primera vez, Josías se sintió quebrantado, pero no consultó a los sacerdotes. En vez de eso, les pide a cinco sacerdotes hombres que busquen la sabiduría de Huldá la profetisa.

Este es otro caso en el que no pasar el test de Bechdel aumenta la importancia de la historia:

Así que Jilquías el sacerdote, Ajicán, Acbor, Safán y Asaías fueron a consultar a la profetisa Huldá, que vivía en el barrio nuevo de Jerusalén. Huldá era la esposa de Salún, el encargado del vestuario, quien era hijo de Ticvá y nieto de Jarjás. (…) Huldá les contestó: (…) «Pero al rey de Judá, que los envió para consultarme, díganle que “en lo que atañe a las palabras que él ha oído… como te has conmovido y humillado ante el Señor… y como te has rasgado las vestiduras y has llorado en mi presencia, yo te he escuchado. Yo, el Señor, lo afirmo”» (vv. 14, 18-19).

Según Aimee Byrd: «Es la primera vez que vemos la Palabra de Dios ser autentificada con autoridad como canon, y lo hace una mujer. Lo cual es impresionante».

La llegada del Salvador

En los Evangelios, algunos pasajes —como en el que Marta le dice a María que Jesús quiere verla (Juan 11:28)— claramente fallan en el test de Bechdel. Pero algunas de las escenas más importantes realmente lo pasan.

La encarnación en sí misma está marcada por una escena que pasa el test de Bechdel: la conversación de Elisabet y María sobre sus próximos embarazos (Lucas 1:41-45). En el siguiente capítulo, cuando el bebé Jesús es llevado al templo, tiene un encuentro con Simeón y después con Ana. Después de ver a Jesús, se registra que Ana es una de las primeras en explicar la importancia teológica de este pequeño bebé. Se puede decir que esta escena pasa parcialmente el test de Bechdel porque una mujer con nombre habla a otras personas (presumiblemente incluidas otras mujeres) acerca de la redención de Jerusalén:

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Había también una profetisa, Ana, hija de Penuel, de la tribu de Aser. Era muy anciana; casada de joven, había vivido con su esposo siete años... Llegando en ese mismo momento, Ana dio gracias a Dios y comenzó a hablar del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. (Lucas 2:36,38)

Avanzando hasta la muerte de Jesús, encontramos una escena en la cual María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé debaten acerca de quién les va a quitar la piedra que cerraba la tumba de Jesús. La piedra, por supuesto, está relacionada con Jesús, pero es sorprendente que, en el suceso más importante de la historia humana, mujeres con nombre estén hablando entre sí sobre un punto importante de la trama:

Muy de mañana el primer día de la semana, apenas salido el sol, se dirigieron al sepulcro. Iban diciéndose unas a otras: «¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro?». (Marcos 16:2-3)

Y, finalmente, en una escena que no supera el test de Bechdel, pero es importante debido a ello, María Magdalena se convierte en la primera en compartir las buenas noticias de que Jesús ha resucitado de los muertos:

María Magdalena fue a darles la noticia a los discípulos. «¡He visto al Señor!», exclamaba, y les contaba lo que él le había dicho. (Juan 20:18; ver también Lucas 24:10)

Es una maravilla que el nacimiento, la muerte y la resurrección de Jesús, así como la proclamación de su triunfo, estén ligados a escenas que pasan (o fallan intencionalmente) el test de Bechdel.

La iglesia primitiva

El libro de Hechos cuenta la historia de la expansión de la iglesia, pero no registra a mujeres dialogando directamente entre sí. Y, no obstante, hay historias de mujeres que asumen roles importantes, como Lidia, que prestó su casa para una de las primeras iglesias (Hechos 16:11-15) y Priscila, quien junto con su esposo Aquila, proveyó cursos de teología para Apolos (18:26).

Mi algoritmo también sacó a la luz dos ocasiones de mujeres con nombre que hablan («saludan») al final de las cartas de Pablo:

Las iglesias de la provincia de Asia les mandan saludos. Aquila y Priscila los saludan cordialmente en el Señor, como también la iglesia que se reúne en la casa de ellos. (1 Corintios 16:19)

Saludos a Priscila y a Aquila, y a la familia de Onesíforo. (…) Te mandan saludos Eubulo, Pudente, Lino, Claudia y todos los hermanos. (1 Timoteo 4:19, 21)

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Se cree que Claudia, nombrada en el pasaje de Timoteo, era una mujer británica que vivía en Roma y estaba entre las que cuidaron de Pablo durante su encarcelamiento. Sin diálogo o sin personajes con nombre que reciban esos saludos, estos versículos no pasan el test de Bechdel, pero sí señalan (de nuevo) los importantes roles que jugaban las mujeres en la iglesia primitiva.

Hay un pasaje más que merece la pena señalarse, que se puede decir que incluye dos personajes femeninos importantes. En la primera carta a Timoteo, Pablo escribe unas de las palabras más controvertidas de todas las Escrituras acerca de los hombres (2:8) y las mujeres (2:9-12) y luego sigue con esto:

Porque primero fue formado Adán, y Eva después. Además, no fue Adán el engañado, sino la mujer; y ella, una vez engañada, incurrió en pecado. Pero la mujer se salvará siendo madre y permaneciendo con sensatez en la fe, el amor y la santidad. (1 Timoteo 2:13-15)

Aunque las traducciones modernas traducen este pasaje de distintas formas, es importante señalar que en el griego original «la mujer» aparece así, en singular. Y no existe puntuación entre los versículos. El verbo «se salvará» es singular también, lo que significa que estaría conectado con la última persona del pasaje.

Además, la palabra para «ser madre» no se utiliza en ningún otro lugar del Nuevo Testamento, y su gramática indica que es posible que no se esté refiriendo al embarazo en general, sino a un embarazo en particular. Citando a algunos padres de la iglesia y a varios comentaristas modernos, George Knight escribe: «La interpretación más probable de este versículo es que se refiere a la salvación espiritual a través del nacimiento del Mesías». Esto significa que el pasaje se podría traducir como: «Pero ella [Eva] se salvará por el embarazo [de María]» (v. 15).

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Aunque Eva fue la primera en convertirse en pecadora, por la gracia de Dios el recipiente por medio del cual el engaño llegó al mundo es el mismo recipiente por medio del cual vino la redención. Eva, al igual que todos nosotros, en última instancia se salvará por la obra de Jesús, que comenzó con una simple célula en el vientre de María.

Aunque muchos comentaristas rechazan esta interpretación (ver las notas [en inglés] de la New English Translation), yo la prefiero por dos razones. La primera, evita el problema de explicar cómo el ser madre confiere salvación. Y, más importante, ofrece la oportunidad de volver a contar de manera específica, hermosa y breve toda la historia bíblica y nos recuerda cómo Dios está salvando a toda la humanidad, hombres y mujeres, desde el principio hasta el final, por medio del despliegue de su poder y amor infinitos de la manera más vulnerable e íntima.

Las Escrituras, diría yo, pasan el test de Bechdel y también lo superan. En esta escena final de dos mujeres juntas, se las valora no por lo que dicen o lo que hacen, sino por lo que son: hijas de Dios. Sea cual sea el estado de nuestros conflictos actuales con respecto a la raza, el género, el poder y la economía, desde el primer pecador hasta el último, un día, todos serán salvados por Dios el Hijo, quien se convirtió en un hombre al ser formado en el vientre de una mujer.

Continuemos pues en fe, amor y santidad.

John Dyer (doctor por la Universidad de Durham) es deán y profesor del Seminario Teológico de Dallas, y enseña y escribe sobre teología, tecnología y sociología. Puedes seguirlo en Twitter @johndyer y encontrarlo en su blog.

Este ensayo está adaptado de una entrada de blog.

Traducción por Noa Alarcón.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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