En el capítulo 1 de Lucas, se nos presenta un hermoso relato de cómo un ángel se le apareció a María, cómo ella escuchó con atención a su mensaje, y cómo respondió con valentía: «Aquí tienes a la sierva del Señor. Que él haga conmigo como me has dicho». Estas palabras deberían llenar a todo lector fiel de asombro y admiración, pero sobre todo de gratitud. Estos pocos versículos de Lucas son una de las grandes bisagras —o puntos de inflexión trascendentales— de toda la Biblia. Son una respuesta a aquel trágico punto de inflexión en Génesis: el momento en que Eva desobedeció.

La elección de Eva tuvo consecuencias terribles para todos nosotros. Su «sí» a la serpiente sometió y redujo nuestra verdadera humanidad —¡aunque, por supuesto, la serpiente había prometido justo lo contrario!—. Pero así como Eva le dio la espalda a Dios, y con ella nos implicó a todos nosotros, María se vuelve voluntariamente hacia Él, y su valiente «sí» a Dios da la bienvenida a Jesús al mundo. En Jesús, ahora cada persona puede elegir, si lo desea, ser recibido por Dios. Esta bienvenida se extiende tanto a la plenitud de la vida aquí en la tierra, aun con todas sus limitaciones, como a la vida eterna con él.

Nuestro Dios es un Dios de libertad y amor, y no se impone a nadie. Por el contrario, espera cortésmente nuestro consentimiento, nuestro «sí» a su amor. Al leer estos versículos, casi contenemos la respiración y volvemos a entrar en el drama de aquel momento: Dios se ofrece a venir al mundo como nuestro salvador, y María, en ese momento, habla por todos nosotros. ¿Cómo responderá? ¿Ofrecerá toda su vida para que sea renovada, para que cambie para siempre? ¿O rehuirá la carga?

Entre los versículos 37 y 38 deberíamos sentir un silencio impresionante, una agonía de suspenso, y luego, al oír la respuesta de María, deberíamos sentir un gran alivio y regocijo. El «sí» de María no solo cambia todo para siempre, sino que nos sirve de ejemplo para nuestra propia vida cristiana. Ahora también nosotros estamos llamados a no tener miedo, sino a estar abiertos, a decirle a Dios: «Aquí tienes al siervo(a) del Señor. Que Él haga conmigo como me has dicho». En el soneto que sigue, he intentado evocar un poco el suspenso y la importancia de este momento.

Vemos tan poco, nos quedamos en las superficies,
Medimos el exterior de todas las cosas,
Preocupados por nuestros propios propósitos
Pasamos por alto el brillo de las alas de los ángeles,
Coruscan a nuestro alrededor en su alegría
Un remolino de ruedas y ojos y alas desplegadas,
Guardan el bien que nos proponemos destruir,
Un resplandor oculto de gloria en el mundo de Dios.
Pero en este día una joven se detuvo a ver
Con los ojos y el corazón abiertos. Oyó la voz;
La promesa de su gloria aún por venir,
Y el tiempo se detuvo para que ella hiciera una elección;
Gabriel se arrodilló y ni una pluma se movió,
El Verbo mismo esperaba su palabra.

Este soneto, «Anunciación», fue extraído de Sounding the Seasons (Canterbury Press, 2012), y fue usado con permiso del autor.

Malcolm Guite fue capellán y miembro vitalicio del Girton College de Cambridge. Enseña y da conferencias sobre teología y literatura.

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