«La cosa en sí no puede ser alabada», dijo Cicerón. «Solo su potencial».

Se refería a los niños pequeños. Esta era la opinión en el imperio al que Jesús llegó como un bebé. «El niño», decía Plutarco, «es más parecido a una planta» que a un humano, o incluso que a un animal.

Pero Jesús y sus seguidores tenían una visión diferente de la condición moral de los niños. Jesús dijo que para seguirle era necesario ser como un niño. Los cristianos decían que incluso los bebés son totalmente humanos y llevan plenamente la imagen de Dios. Como escribió el obispo africano Cipriano, «Dios mismo no hace tal distinción de persona o de edad, pues se ofrece a sí mismo como Padre para todos». Y si ese es el punto de vista de Dios, entonces «todo sexo y edad debe recibir honor entre vosotros».

La Iglesia incluso extendió ese honor y protección a los no nacidos. «No asesinarás a un niño mediante el aborto ni lo matarás cuando nazca», dice uno de los primeros documentos cristianos, conocido como la Didaché.

Reglas como esta no crearon un recinto de prohibiciones, sino una comunidad de cuidado. Paganos como el médico griego Galeno reconocieron a regañadientes: «… el desprecio de los cristianos por la muerte se nos hace patente cada día... Y en su aguda búsqueda de la justicia, han alcanzado un nivel no inferior al de los auténticos filósofos».

A lo largo del régimen de Roe vs. Wade, los cristianos contemporáneos han demostrado de forma similar su «desprecio por la muerte», su búsqueda de la justicia para los no nacidos, y su amor por los niños y las mujeres embarazadas. Pero, como pueden atestiguar muchas mujeres y parejas, incluso los cristianos provida pueden tratar con demasiada rapidez al no nacido como una mera vida humana «en potencia» cuando un niño se pierde a causa de un aborto espontáneo.

A veces este punto de vista llega a través de declaraciones bienintencionadas pero hirientes, como las que empiezan con: «Bueno, al menos...». Se manifiesta también a través de la presión de esperar hasta el segundo trimestre para anunciar un embarazo. Y es más clara en las expectativas de que el duelo por un aborto espontáneo será breve y privado.

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Esas inclinaciones son comprensibles. «El embarazo en sí, para una buena parte, es algo que no se ve», dice Eric Schumacher, pastor de Iowa y autor del nuevo libro Ours: Biblical Comfort for Men Grieving Miscarriage [Nuestro: consuelo bíblico para hombres que lamentan un aborto espontáneo]. «El duelo por un aborto espontáneo puede ser difícil para los amigos y familiares que no han experimentado al niño como lo ha hecho la madre».

Pero estamos hechos para hacer duelo en comunidad. «“Alégrense con los que están alegres; lloren con los que lloran”.… y a veces, ambas cosas tienen lugar dentro del mismo embarazo», dice Schumacher. Esa respuesta requiere iglesias que hablen abierta y honestamente del duelo y la pérdida; iglesias en las que los servicios conmemorativos en los que se lamenten los abortos espontáneos formen parte de la liturgia cultural tanto como los baby showers.

«En los oscuros meses que siguieron a la pérdida de nuestro bebé, el simple mensaje: “Tu bebé es un ser humano real y puedes tomarte todo el tiempo que necesites para hacer duelo” fue sanador y poderoso», escribió Tish Harrison Warren en un artículo de CT de 2018 [enlaces en inglés]. «No todas las mujeres que abortan tienen un cuerpecito o siquiera restos del bebé... Pero para las que sí, la práctica de enterrar a esos hijos que nunca nacieron ofrece un importante consuelo psicológico y emocional a las familias. También da testimonio de la humanidad de aquellos a quienes enterramos».

No hay que presionar a los padres en duelo para que celebren ese tipo de servicios, pero tampoco ellos deberían verse en la necesidad de ejercer presión para realizarlos.

La buena noticia es que las iglesias parecen estar mejorando a la hora de tratar la muerte del no nacido como la muerte de una vida humana. El aumento de los libros cristianos sobre el aborto espontáneo es un indicador, al igual que los libros que, como el de Schumacher, no abordan este tipo de muerte como el dolor exclusivo de una madre. Del mismo modo, ahora es raro que un predicador no reconozca a quienes han sufrido esterilidad o la pérdida de un hijo en el Día de la Madre.

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El lamento bíblico no es tan extraño como antes en las «alegres y animadas» congregaciones evangélicas. Las redes sociales también han ayudado, dice Schumacher: «La barrera de una pantalla de la que nos quejamos puede ser la distancia adecuada para que una madre o un padre digan: “Estábamos esperando un bebé y pasamos por un aborto; por favor, oren por nosotros”». La apertura ha llevado a una mayor apertura.

No se trata de convertirnos en mejores opositores al aborto ni en opositores más consistentes, así como tampoco el objetivo de los primeros cristianos al cuidar de los niños era refutar al emperador o a esos «auténticos filósofos». Pero lamentar la muerte de los inocentes no nacidos y cuidar de sus padres es tanto una forma de amar a los que sufren como de proclamar la verdad al mundo.

Se calcula que entre el 10 % y el 20 % de los embarazos conocidos terminan a causa de un aborto. Mucha gente ha considerado que ese asombroso número de muertes es una prueba de que las vidas no nacidas importan menos. Pero los cristianos no ven la vulnerabilidad y la fragilidad como evidencia en contra del cuidado de Dios: lo ven como un llamado especial a mostrar el cuidado de Dios. Una iglesia que puede lamentar bien el aborto espontáneo es una iglesia que tiene algo que decir sobre la muerte en general y sobre cómo este último enemigo será derrotado. Una iglesia que tiene problemas para lamentar la muerte del inocente no nacido y ser honesta sobre la fragilidad de la vida tendrá problemas para ser conocida como un lugar que ama al no nacido, a sus padres, a la vida y a su Autor.

La iglesia tiene algo más que un mero potencial para dar un mejor testimonio de la vida. Es la casa de la Vida misma.

Ted Olsen es editor ejecutivo de Christianity Today.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.

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