Como padre de dos niños en educación primaria, la noticia del tiroteo masivo que tuvo lugar el 24 de mayo en Uvalde, Texas —a solo tres horas al sur de donde vivo en Austin, y que provocó la muerte de 19 niños y 2 maestras— me impactó profundamente.

La mañana después del tiroteo, mientras llevaba a mi hija a la escuela, sentí profundamente la fragilidad e imprevisibilidad de la vida, y me di cuenta de que sentía un miedo intenso y un enojo creciente.

Solo 10 días antes del tiroteo en Uvalde, un joven de 18 años impulsado por motivos raciales, vestido con chaleco antibalas y con un rifle con un cargador de gran capacidad, disparó y mató a 10 personas en un supermercado de Buffalo, e hirió a otras tres. Once de las trece víctimas eran de raza negra.

Un día después del tiroteo masivo en una tienda Tops Friendly Markets en el norte del estado de Nueva York, un hombre armado entró en la iglesia Geneva Presbyterian Church, en Laguna Woods, California —donde un grupo de feligreses se había reunido para un almuerzo en honor al expastor de una congregación taiwanesa que hace uso del edificio de la iglesia para sus reuniones—, disparó, mató a una persona e hirió a otras cinco.

Una nación bombardea a otra, una denominación encubre una lista secreta de pastores abusivos, un hombre es señalado por el color de su piel, una cristiana es perseguida a causa de su fe, y miles de personas son desplazadas sin piedad de sus hogares, todo ello con una pandemia mundial como telón de fondo.

Es tentador cerrarse emocionalmente ante toda esta violencia. Es tentador ceder ante la desesperanza. «El mundo es así», podríamos decir, deseando que fuera diferente, pero sintiéndonos impotentes para cambiar las cosas. Es tentador mantenernos distraídos con nuestro trabajo o recurrir a frases espirituales trilladas para adormecer el dolor. «Deja de hacer y deja a Dios hacer». «Dios obra de maneras misteriosas». «El cielo es nuestro verdadero hogar».

Sin embargo, nuestro mundo es violento y la Biblia no nos permite ignorar su violencia ni minimizarla con eslóganes teológicos elegantes. Nos ordena que encaremos a nuestro mundo de frente, juntos, y que, cuando sea necesario, descarguemos nuestra rabia delante de Dios. La Biblia nos invita a enojarnos con Dios, porque Él puede soportar la expresión abierta de toda nuestra rabia, así como nuestras lágrimas amargas. Y esas palabras deben ser expresadas en voz alta, porque en parte es así como evitamos que el caos de la violencia haga raíces en nuestros propios corazones.

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Como escribo en mi libro sobre los Salmos [enlaces en inglés], no hay ninguna oración fiel en el libro oficial de culto de Israel, el Salterio, que trivialice el mal, ni hay ninguna fe genuina que ignore los poderes destructivos del pecado, ni ningún testimonio verdadero que haga caso omiso de la violencia en nuestro mundo. Por esta razón, acudimos a los salmos para que nos guíen en tiempos como estos, ya que nos muestran lo que podemos —y, de hecho, lo que debemos— orar en un mundo violento.

Pero queda una pregunta: ¿Cómo exactamente hemos de orar después de tanta violencia? ¿Qué palabras de lamento podemos poner en nuestros labios que den sentido a lo que no tiene ningún sentido? ¿A qué podría decir «amén» todo el pueblo de Dios a la luz del poder corrosivo del odio que permite al prójimo matar irracionalmente a su prójimo? ¿Qué puede decirle a Dios un pueblo que se siente agotado y desanimado en un momento como este?

Por supuesto, estas preguntas no son fáciles de responder, pero en los últimos dos años he intentado encontrar las palabras para estas cuestiones en forma de Oraciones Colectas, con la esperanza de que puedan resultar útiles, y tal vez reconfortantes, para aquellos que, de una u otra forma, se enfrentan a los terrores y traumas provocados por hechos violentos. Que el Señor, en su misericordia, escuche nuestras oraciones.

Una oración de enojo:

Al Dios cuya santa ira trae sanidad;
Al Mesías cuya justa ira vence el mal;
Al Espíritu Santo que impide que nuestra ira se vuelva destructiva:
Recibe nuestros corazones heridos;
Toma nuestras palabras iracundas;
Protégenos del deseo de venganza.
Que nuestra ira justa se convierta en el motor de la justicia en nuestro mundo quebrantado,
así como de la restauración de las relaciones rotas en nuestros barrios y hogares.
Por amor de tu nombre —y por amor a nosotros mismos— te lo pedimos.
Amén.

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Una oración después de un tiroteo masivo:

Oh Señor, que aborreces a los que asesinan a los inocentes, no hagas oídos sordos a nuestros clamores de amargura, te lo pedimos, y no nos dejes solos con nuestro dolor en este día. Escucha nuestras furiosas palabras de protesta. ¡Oh Dios de Jacob, atiende nuestros gemidos por justicia y sal a nuestro encuentro en este lugar humilde y desesperado! ¡Despierta, Señor! ¡Levántate! ¡Líbranos del mal, por amor de tu nombre! Rogamos esto para que seamos testigos de tu fuerza para salvar y de tu poder para sanar. Te lo pedimos en el nombre de quien es nuestra Fortaleza y Refugio. Amén.

Una oración de amargo lamento:

Dios misericordioso, que lloras con los que lloran, que rescatas a los oprimidos, que inclinas tu oído a los necesitados y que sanas los corazones quebrantados: escucha nuestra oración. Pon fin a nuestra angustia. Preserva nuestras vidas. Rescátanos. Sánanos. Acércate a nosotros en este día. Oramos en el nombre de Jesús, varón de dolores, experimentado en quebranto, en quien depositamos todas nuestras cargas. Amén.

Una oración por la paz en tiempos de guerra:

Señor, tú que eres el Rey verdadero, te rogamos que tengas misericordia de los pueblos que actualmente sufren los estragos de la guerra. Haz callar a los que desean la guerra, dispersa a los sanguinarios, destruye las armas de guerra y ten compasión de los vulnerables, para que la verdadera paz y la justicia sean restauradas en esta tierra. Te lo pedimos en el nombre del Príncipe de Paz. Amén.

Una oración contra la impiedad:

Oh Señor, tú que aborreces a los sanguinarios, reprende a los asesinos, te rogamos, y rompe la espada de los violentos, para que podamos dar testimonio de ti como el Dios de Justicia y el Señor de Misericordia bajo la luz del sol del mediodía. Te lo pedimos en el nombre de Cristo nuestro Rey. Amén.

Una oración en respuesta a la muerte:

Oh Cristo herido, que has ido a las profundidades monstruosas y te has tragado la muerte entera. Tú que probaste su amarga finalidad y la venciste de una vez y para siempre, te pedimos que nos liberes del miedo a la muerte y nos consueles por las pérdidas que hemos experimentado a causa de ella, para que nuestros corazones sean infundidos hoy con la vida que ofrece tu resurrección. Te lo pedimos en el nombre de Aquel que es la Resurrección y la Vida. Amén.

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Una oración por los agentes de policía:

Oh Señor, tú que amas la rectitud y la justicia, te pedimos hoy por todos los agentes de policía, para que los apoyes y bendigas en sus funciones, y los fortalezcas para que defiendan la causa de los vulnerables, mantengan el derecho de los oprimidos, sirvan en favor del bien de la comunidad y preserven la paz en nuestras ciudades, a fin de que sean emisarios de tu justicia en el mundo. Te lo pedimos en nombre de Aquel que gobierna las Naciones. Amén.

Una oración por nuestros enemigos:

Oh Señor, tú que nos pides que hagamos lo imposible —bendecir a nuestros enemigos, orar por los que nos persiguen y amar a los que nos desean el mal— te rogamos que hagas lo imposible en nosotros: ayúdanos a amar a nuestros enemigos como tú los amas. Ayúdanos a recordar quiénes son nuestros verdaderos enemigos: Satanás, la muerte y las fuerzas espirituales del mal. Haz también un milagro en nuestros enemigos por tu Espíritu, y con tu poder soberano refrena el poder del mal en este mundo. Te lo pedimos en el nombre de Aquel que obra lo imposible. Amén.

Una oración contra el odio al prójimo:

Oh Señor, tú que nos mandas bendecir a nuestros enemigos, te rogamos que nos libres de considerar a nuestros prójimos como enemigos, dignos de odio y como si no merecieran más que insultos y maldiciones. Concédenos, en cambio, el corazón de Jesús, para que podamos amar a nuestro prójimo como tú lo amas. Te lo pedimos en el nombre de Aquel que hace salir el sol sobre buenos y malos. Amén.

Una oración para amar al prójimo que sufre:

Oh Señor, tú que no ignoras el dolor de este mundo, abre nuestros ojos para que veamos el dolor de nuestro prójimo, y para que por tu gracia nos convirtamos en la presencia y el poder sanadores de Jesús para ellos, para que nuestros corazones sean encendidos con tu amor hacia el prójimo en este día. Te lo pedimos en nombre de Aquel que es Misericordioso. Amén.

Una oración para ser un pueblo que ama la justicia:

Oh Señor, tú que odias a los que toman decisiones injustas, haz que seamos un pueblo que se oponga a la injusticia que se comete en cualquier lugar como una amenaza a la justicia en todas partes, para que seamos dignos representantes de tu reino justo y extremistas del amor de Cristo. Te lo pedimos en el nombre de Aquel que da libertad a los oprimidos. Amén.

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Una oración por los que se cansan de hacer justicia:

Oh Dios, que ves los corazones de todos con perfecta claridad, confieso mi irritación con los que se abren camino con las palabras, que piensan que nadie ve lo que hacen en las sombras, y que viven en un mundo de negación. Confieso que estoy enfadado, asustado y cansado de hacer lo correcto. Fortalece mi corazón, te ruego, para que no pierda la esperanza. Te lo ruego en el nombre del Buen Pastor y Juez Justo. Amén.

Una oración contra la duplicidad de corazón:

Oh Señor, que fuiste vitoreado y abucheado por la misma multitud, ten piedad, te ruego, de mis propias duplicidades: confieso abiertamente un pecado mientras oculto otro; bendigo a Dios por un lado de mi boca, mientras maldigo a mi prójimo por el otro; sonrío en público, pero me enfurezco en privado; amo a Dios y al dinero por igual; además de todos mis demás pecados. Concédeme la gracia de la integridad, de ser el mismo en todo momento, cueste lo que cueste. Te lo ruego en el nombre de Aquel que permanece fiel. Amén.

Una oración por el reino de paz de Dios:

Oh Señor, tú que te manifestaste al mundo en la visita de los magos, manifiéstate hoy al mundo como el Rey que se niega a utilizar la violencia del mundo para lograr la paz que tanto deseamos, para que podamos ser fortalecidos para hacer la obra de tu reino pacífico en nuestro propio tiempo y lugar. Te lo pedimos en el nombre de nuestro Redentor y Rey. Amén.

Una oración de adoración al Príncipe de Paz:

Oh Señor, tú que eres digno de todas nuestras lealtades, juramos lealtad en este día al Cordero de Dios y al reino invertido que Él representa, una nación santa bajo Dios, el Rey Siervo y el Príncipe de Paz, que da libertad y justicia para todos sin excepción alguna. Oramos esto en el nombre de la Santísima Trinidad. Amén.

W. David O. Taylor es profesor asociado de teología y cultura en el Seminario Teológico Fuller. Es autor de Open and Unafraid: The Psalms as a Guide to Life y de las tarjetas ilustradas de oración de los salmos que lo acompañan.

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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