La Cuaresma es una época de preparación en la cual los cristianos se disponen a celebrar los trascendentales eventos de la muerte, la resurrección y la ascensión de Cristo.

Algunos aprovechan esta época como una oportunidad para acercarse a Dios al practicar las disciplinas espirituales de la confesión, el ayuno y la meditación de las Escrituras. Durante mucho tiempo se ha visto la Cena del Señor como una ocasión para tales cosas, si bien este sacramento se ha interpretado en una infinidad de maneras diferentes a través de la tradición cristiana.

La escena en el aposento alto la noche antes de que Jesús fuera crucificado resulta familiar, sin duda. Allí Jesucristo tomó el pan, llamó la atención de sus seguidores y dijo: «Tomen, coman. Este es mi cuerpo». Hizo algo parecido con una copa de vino, diciendo: «Esta es mi sangre».

Me imagino que los discípulos de Jesús pensaron lo mismo que los judíos que escucharon su controvertido sermón de Juan 6 («Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida») y dijeron, en esencia: «Esta enseñanza es muy difícil; ¿quién puede aceptarla?».

Sin duda, la dificultad de esta enseñanza acerca del pan y el cuerpo, el vino y la sangre, se ha demostrado en la diversidad de interpretaciones que han surgido con los años desde que Cristo pronunció por primera vez estas palabras. Y aunque probablemente no nos uniremos en torno a una sola perspectiva, podemos intentar entender un poco mejor el abanico de opciones.

Desde mi punto de vista, los enfoques para entender la Cena del Señor entran dentro de una especie de espectro. Tal y como yo lo veo, hay tres familias principales dentro del espectro, cada una de ellas con varios familiares que son primos conceptuales entre sí.

Llamemos a estas familias según la manera en la cual piensan que Cristo está presente en la eucaristía: en lo corporal, en lo espiritual o en lo normal. Intentaré trazar estos puntos en el espectro como si fueran ciudades de un mapa, según donde residan los proponentes principales de cada familia.

La familia corpórea de puntos de vista cree que cuando Cristo dice que un trozo de pan es su cuerpo, se refiere a que lo es literalmente. Solucionar cómo puede ser esto posible es lo que distingue a los primos dentro de esta familia.

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Por ejemplo, la visión oficial de la Iglesia Católica Romana —llamemos a esta la perspectiva «de Roma»— es la «transubstanciación», donde el prefijo trans- indica un «cambio» en la «sustancia» de un objeto. Para los católicos romanos, la sustancia del pan —aquello «en lo que consiste»— cambia para ya no ser pan, sino el cuerpo de Cristo.

Esto sucede, por supuesto, mientras que no hay cambio en la apariencia del objeto en sí: todavía parece, huele y sabe como pan. Los católicos romanos creen que la sustancia de algo se puede separar de su apariencia. Para ellos, el objeto que parece ser pan no lo es, sino que es el cuerpo de Cristo.

La siguiente parada en el espectro conceptual de la familia corpórea son lo que yo llamo las perspectivas alemanas. En este grupo se encuentran los luteranos, por ejemplo, pero también se encuentran los anglicanos y los ortodoxos orientales. Estas perspectivas afirman, junto con sus primos romanos, que Cristo fue literal en su pronunciación; sin embargo, al contrario que los romanos, sostienen que el pan continúa existiendo tal y como aparenta.

Hay (al menos) dos versiones de las perspectivas alemanas, y podemos trazarlas en el mapa como ciudades alemanas. La perspectiva de Wittenberg sostiene que el cuerpo de Cristo está «en, con y bajo» el pan, como dice el sofismo luterano.

En la teología medieval, esta perspectiva se denominó «consubstanciación»; la «sustancia» del pan y la «sustancia» del cuerpo de Cristo existen una con otra. Pero, les aseguro, ¡a la mayoría de los luteranos no les gusta este término!

Otra perspectiva alemana —llamémosla la perspectiva de Nuremberg (por el pastor luterano del siglo XVI Andreas Osiander)— sostiene que el cuerpo de Cristo y el pan de la eucaristía se relacionan igual que las dos naturalezas de Cristo se relacionan en la encarnación.

Si esperas un término para esta perspectiva, el que se suele usar en la tradición es impanación. Al igual que la encarnación se refiere a darle un cuerpo a algo (en + carna- «carne» + -ción), la impanación se refiere a darle forma de pan a algo (im- «en» + panis «pan» + -ción), por así decirlo.

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Cuando salimos de la familia corpórea en nuestro espectro, llegamos a la familia espiritual. Esta familia, del mismo modo, sostiene que el pan y el vino siguen siendo lo que son, pero intenta caracterizar la presencia espiritual de Cristo en la eucaristía.

«Geográficamente», nos trasladamos desde las ciudades de Roma, Wittemberg y Nuremberg hasta Amberes, donde nos encontramos con Edward Schillebeeckx, un monje dominico belga del siglo pasado. El nombre de la perspectiva que él propuso es «transignificación».

Aunque era católico romano, Schillebeeckx pensaba que la distinción entre «lo que es» un objeto y «qué apariencia tiene» era una exageración; y él pensaba que lo que era importante, en cambio, era el significado de un objeto. Para su perspectiva, el «cambio» (trans-) del pan y del vino en la comunión está en su significado (-significación).

Según Schillebeeckx, el significado se encuentra en la comunidad. Cuando nuestra comunidad —la iglesia cuya cabeza es Cristo— designa un objeto que parecer ser pan como «el cuerpo de Cristo», los verdaderos participantes de la comunidad adoptarán ese significado. Aunque su punto de vista no permeó en los círculos católico-romanos, aquellos protestantes confundidos por la familia corpórea puede que encuentren en Antwerp una residencia adecuada.

Si pasamos a localidades más propiamente protestantes dentro de la familia espiritual, llegamos a Ginebra, que caracteriza las perspectivas de muchos cristianos contemporáneos, principalmente los reformados y los presbiterianos.

En esta perspectiva, el Espíritu Santo utiliza el pan y el vino como vehículos para catalizar una conexión entre los cristianos y el Cristo resucitado. Es en los lugares celestiales donde toma lugar esta conexión (de ahí el «Levantemos el corazón» del Sursum corda), pero la Cena del Señor es una ocasión en la que ocurre esta unión con Cristo.

Canterbury es la siguiente parada dentro del espectro de la familia espiritual. Allí nos encontramos con la perspectiva de Thomas Cranmer. Aunque su visión de la eucaristía cambió a lo largo de su vida, su perspectiva madura se conoce como un paralelismo sacramental. Es decir, recibimos el cuerpo y la sangre de Jesús en un nivel espiritual que normalmente, pero no siempre, va en paralelo con el hecho de recibir el pan y el vino en un nivel físico.

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Para Cranmer, lo importante es que nos alimentemos de Cristo en nuestro corazón. Comer el pan de la eucaristía puede contribuir a ello, pero esta alimentación espiritual puede suceder incluso aunque nunca hayamos probado el pan y el vino.

La familia de perspectivas que llamamos «normales» cree que Cristo está presente en la eucaristía exactamente del mismo modo que lo está normalmente en cualquier localidad del mundo en cualquier momento dado.

En virtud del atributo divino de la omnipresencia, estos cristianos sostienen que el Verbo está en todos los lugares y, por lo tanto, no hay nada especial en el pan y el vino en sí mismos. En cambio, lo que tiene de especial la comunión, según creen ellos, está en aquello en lo que te motiva a meditar.

Otra localidad suiza, Zúrich, sirve como la localidad más popular dentro de la familia de perspectivas normales, y puede que aquí encontremos a muchos de los cristianos contemporáneos dentro de las tradiciones bautista y pentecostal. Aquí el pan y el vino sirven como «palabras visibles», enfatizando el aspecto cognitivo de nuestras acciones asociadas con el pan y el vino.

Uno de mis antiguos profesores bromeaba con que, según la perspectiva de Zúrich, el pan y el vino sirven como tarjetas pedagógicas para Jesús. ¿Ven el pan? ¡Acuérdense de Jesús! ¿Ven el vino? ¡Acuérdense de Jesús! Aquí la Cena del Señor sirve como una oportunidad para recordar y pensar más acerca de Cristo y su obra… pero no necesariamente como una ocasión para un encuentro único con su presencia.

Finalmente, completamos la familia de perspectivas normales con otra ciudad: Filadelfia, un centro para la Sociedad Religiosa de los Amigos o la tradición cuáquera. Según esta perspectiva, no solo es que Cristo no esté exclusivamente presente en la comunión, sino que no se suele realizar la práctica de la comunión. Debemos tomar esta como la localidad más extrema en el espectro, justo antes de salirse de él.

Desde mi punto de vista, la perspectiva más atractiva desde lo bíblico, histórico, teológico e incluso filosófico es Nuremberg: dentro del linaje alemán de la familia corpórea. Me siento especialmente atraído por el modo en que esta localidad del espectro apunta hacia la encarnación.

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El evangelio de Mateo nos cuenta que una virgen concibió y dio a luz a un hijo, y que él sería llamado Emmanuel, que significa «Dios con nosotros». Los cristianos sostenemos que cuando el Verbo se hizo carne habitó entre nosotros; un miembro divino de la Trinidad asumió una segunda naturaleza humana. Con respecto a esto, existen dos sustancias únicas, aunque unidas, en la persona de Jesucristo: Él es tan divino como humano.

Este antiguo hilo de interpretación de la eucaristía utiliza la encarnación como un medio para explicar cómo un trozo de pan puede ser el cuerpo de Cristo. Es decir, del mismo modo que Cristo es tanto Dios como humano, el objeto que comemos en la Cena del Señor es tanto pan como el cuerpo de Cristo. De este modo, el pan y el cuerpo se unifican en una unión sacramental en una unión similar a la que ocurre en la encarnación, que es una unión hipostática.

En la encarnación, vemos hasta dónde llegó Dios para estar con nosotros: tan lejos que se convirtió en uno de nosotros. Del mismo modo, en la Cena del Señor vemos a un Dios que continúa estando presente en medio de nosotros. Al ver la eucaristía a través de los lentes de la encarnación, el Verbo que se hizo carne y la carne que se hizo pan dan testimonio de que Dios realmente está con nosotros.

James M. Arcadi enseña en la Trinity Evangelical Divinity School y es el autor de An Incarnational Model of the Eucharist.

Traducción por Noa Alarcón.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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