Lea Mateo 1:18–25

La fama que mejor puede reclamar José es por aquello que no era. Le conocemos como «el que no es el padre real» de Jesús. Mateo enfatiza lo poco que José tuvo que ver con el desarrollo de la historia de la redención, desde el embarazo de María hasta la ubicación del nacimiento de Cristo, pasando por los sucesos que condujeron al viaje de la familia a Egipto.

Las Escrituras también muestran a José como alguien visiblemente silencioso. No pronuncia ninguna palabra registrada. Como resultado, a menudo pasamos por alto a José o lo convertimos en sujeto de conjeturas. Queremos saber más. No obstante, quizá la no contribución de José es precisamente lo que Dios quería que recordáramos.

El rol más importante de este hombre es, aparentemente, que carece de rol alguno. Su reducida participación encapsula un principio central del evangelio: la salvación le pertenece solo a Dios. La historia de José nos recuerda que no somos nosotros los que orquestamos nuestro propio rescate. El ángel no le dijo a José: «Esto es lo que Dios quiere, así que anda y hazlo». En esencia, lo que dijo fue: «Esto es lo que Dios ha hecho que sucediera, y así es como se ha de recibir esta verdad».

Sería comprensible que José se sintiera resentido porque la vida no se desarrolló como él esperaba. Sin embargo, en vez de centrarse en todo lo que se le pidió que entregase, José dejó espacio para una realidad mayor: este niño era el Prometido, la clave para la redención de Dios de toda la humanidad. Y si el nacimiento de Jesús era en verdad buenas nuevas para todo el mundo, eso le incluía a él. El gran plan para la humanidad también significaba salvación personal para él.

Vale la pena señalar que el silencio de José se rompe con una sola palabra. No se lo cita directamente, sino que se nos dice que él habló, y la palabra fue Jesús. Fue José el que tuvo el honor de darle al niño un nombre que significa «Dios salva».

Mateo enlaza este nombre con el texto de Isaías que identifica al Mesías como Emanuel, Dios con nosotros. Jesús y Emanuel son básicamente nombres intercambiables: la presencia de Dios hace posible nuestra salvación, y nuestra salvación nos permite permanecer en su presencia.

Para José, otorgar este nombre significaba más que seguir las órdenes del ángel. Era una declaración. El hombre sin palabras anuncia a gran voz. En su desesperanza, cuando su mundo fue puesto de cabeza, la respuesta de José fue Jesús. Dios salva.

A medida que fueron sucediendo cosas sobre las que tenía poco control, José pudo personalizar las palabras del profeta: Emanuel. Dios está conmigo. Y cuando pronto enfrentó tal peligro que él y su familia tuvieron que huir para salvar sus vidas, José llevó la verdad en brazos. Jesús. Dios salva. Emanuel. Dios va con nosotros.

Aunque el espacio que se le dedica a José en la narración es pequeño, quizá eso sea una buena señal. En José podemos ver nuestra pequeñez y recordar que la salvación pertenece al Salvador, quien está con nosotros hasta el final.

J. D. Peabody es pastor de la Iglesia New Day en Federal Way, Washington, y es autor de Perfectly Suited: The Armor of God for the Anxious Mind.

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