Lea Lucas 1:5–25

El Antiguo Testamento culmina con la promesa de Aquel que haría «que los padres se reconcilien con sus hijos y los hijos con sus padres». Aquellas palabras que concluyen el libro de Malaquías resonaron durante siglos de silencio. Durante el periodo de espera entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, nuestro Dios Fuerte estaba preparando el tumultuoso escenario mundial para la llegada del Príncipe de Paz.

Todo tiene su momento oportuno, y Lucas 1 nos muestra un intrincado tapiz de preceptos divinos. El escenario era un tiempo señalado en la historia: durante el reinado de Herodes. Zacarías fue designado para cumplir con una labor que los sacerdotes podían llevar a cabo solo una vez en la vida. Los largos años de infertilidad de Elisabet eran una situación imposible que precedería a la milagrosa concepción de Juan el Bautista. El linaje sacerdotal de la pareja era una herencia designada para criar a un hijo ungido. Y Gabriel fue el mensajero encargado de anunciar el propósito señalado por Dios para Juan el Bautista.

Seguramente Zacarías y Elisabet estaban llenos de esperanzas sobre su futuro cuando eran jóvenes y comenzaron su vida juntos. Pero cuando los meses de infertilidad se convirtieron en años, menguó la esperanza de tener un hijo y se sintió como una carga de «vergüenza» (Lucas 1:25).

Cuando las Escrituras nos presentan a esta pareja, ya son «de edad avanzada», y sin embargo siguen caminando con Dios. Es su fidelidad lo que amerita nuestro reconocimiento, más que la crítica a Zacarías por su momento de incredulidad. Después de todo, este hombre mayor se había acostumbrado a la decepción.

Zacarías había perseverado en oración a lo largo de años de aparente oscuridad y silencio. Pero aquel día, mientras el sacerdote encendía el fuego para quemar el incienso, Gabriel apareció y le anunció que Dios había escuchado su oración. Dios estaba con Zacarías, incluso cuando el cielo parecía guardar silencio. La Luz del mundo no se había olvidado, sino que estaba preparando soberanamente la historia para el momento señalado.

La historia de Zacarías y Elisabet nos ofrece una perspectiva sobre nuestras propias temporadas de espera. Se nos recuerda que nuestras oraciones no tienen fecha de caducidad. La fidelidad de esta pareja se fue desarrollando hasta llegar a una esperanzadora época de gozo cuando la promesa de Dios se cumplió a través de su hijo, aquel que anunciaría la llegada del Mesías.

Sin embargo, cuando conocemos su historia, no podemos saltarnos sus décadas de infertilidad. Conocemos también la parte dolorosa de sus vidas. Y es precisamente en sus largos años de aflicción donde vemos la fortaleza de su fe.

Elisabet comprendió que Dios le había mostrado un favor especial al obrar este milagro. Muchos héroes bíblicos no recibieron lo que esperaban o lo que se les había prometido en este lado de la eternidad (Hebreos 11:39). El cumplimiento final de su fe estuvo más allá de ellos, al igual que ocurre con nosotros. En este tiempo de Adviento, durante nuestra espera, hay una obra más amplia y trascendente en proceso, y que se desenvuelve en el tiempo señalado por Dios. Emanuel —Dios con nosotros— sigue siendo fiel a sus promesas al día de hoy.

Dorena Williamson es plantadora de iglesias, oradora y autora de ColorFull, The Celebration Place, Crowned with Glory y Brown Baby Jesus.

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