Lea Isaías 61:1–4 y Lucas 4:16–21

Cuando Jesús desplegó el rollo y leyó Isaías 61, sus oyentes llevaban muchas generaciones esperando al Prometido: el Príncipe de Paz, el portador de la justicia y la libertad. Habían visto innumerables guerras, sucesivos imperios ocupantes y cambios culturales que los desorientaban mientras navegaban teniendo fe aun en medio de tales circunstancias.

Nosotros también vivimos en tiempos de caos geopolítico, violencia y confusión. Nosotros también esperamos que el Príncipe de Paz venga en gloria para traer la resurrección final y la restauración a los lugares de muerte y luto. Nos duele esperar. Estamos llenos de anhelo.

Isaías 61:1–4 se refiere al año del Jubileo en Levítico 25, un mandato radical que exigía la restauración de la tierra y de las personas que habían sido vendidas como esclavas a causa de sus deudas. El año del Jubileo era el año del favor del Señor, en el que los esclavos endeudados eran liberados y se restauraban los hogares y las tierras. Dios deseaba que cada hija e hijo de Israel fuera devuelto a su hogar. Sin embargo, Isaías 61 también habla de la venganza de Dios, y Jesús dice de forma inquietante que no ha venido a traer paz, sino espada y conflicto (Mateo 10:34–36). ¿Cómo podría entonces Jesús ser el portador de la paz?

Cuando Isaías habla del Príncipe de Paz, está hablando de shalom, el cual no es solo la ausencia de violencia o maldad, sino también la plenitud de una vida buena: amar al prójimo deseando verlo prosperar y seguir a un Dios amoroso todos los días.

El sabbat semanal rompe nuestros ritmos de trabajo con descanso y shalom, y el Jubileo es el sabbat de todos los sabbats. Es la cúspide del shalom. Por eso, cuando Jesús declara la llegada del shalom jubilar, no solo ofrece la salvación del juicio después de esta vida, sino que también afirma que Él es la llegada de la liberación de la esclavitud de la deuda monetaria y espiritual y su intercambio por libertad y restauración en esta vida y más allá.

Así, el nacimiento y la vida de Jesús son más que un preludio de la cruz. De hecho, su nacimiento, su vida, la cruz y la resurrección forman parte de la historia más amplia de la liberación de su pueblo por parte de Dios: un pueblo que confía en Dios y ama a su prójimo. Así como los israelitas fueron llamados a confiar en Dios para la liberación y la provisión en el desierto, nosotros estamos llamados a apoyarnos en el Señor para lo mismo y contra todo pronóstico, ya sea en la guerra, la agitación política o cuando andamos sin destino fijo. Y estamos llamados a amar al prójimo como parte de esa esperanza activa.

Jesús inauguró el Jubileo a la sombra del Imperio romano ocupante, y nos invita, a pesar de las sombras que nos rodean, a seguirle y a vivir en su reino jubilar. Nos pide que anhelemos, esperemos y aguardemos activamente a que su poder de resurrección irrumpa de forma inesperada mientras se mueve y vive en nosotros.

Sarah Shin es estudiante de doctorado en teología sistemática en la Universidad de Aberdeen, Escocia. Es autora de Beyond Colorblind: Redeeming Our Ethnic Journey.

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