En muchas bodas en estos días, ya sea en laderas pintorescas o en bodegones de moda o en salones de baile ostentosos, esposos y esposas recién casados declaran con orgullo a sus amigos y familia, “me casé con mi mejor amigo.”

Si usted asistió a una boda este verano, probablemente escuchó la frase, ahora tan habitual en la retórica romántica, que nos olvidamos que esto no es parte de la ceremonia tradicional. “Me casé con mi mejor amigo” aparece en los votos, dedicatorias de programas, brindis, y otros momentos conmovedores (por no hablar de las tarjetas, marcos, gemelos, copas de vino, y otras mercancías inspiradas que acompañan y se sirven en las bodas modernas).

El sentimiento, que se repite en notas de aniversario en Facebook, describe la relación especial que tenemos con alguien con quien nos sentimos cómodos, que nos escucha, nos ama, y nos alienta. Desde la gente secular hasta los cristianos que creen firmemente que Dios les envió a alguien único, casi todas las personas casadas que conozco son "tan bendecidas" (o con tanta "suerte") de poder pasar sus vidas casados ​​con sus mejores amigos.

Incluso si las parejas no anuncian que se van a casar con su mejor amigo, muchos recién casados ​​viven siguiendo esta filosofía, abandonando el juego de hacer nuevos amigos, una vez que ellos tienen un anillo en su dedo. Los sociólogos encuentran que el día de hoy, nosotros por lo general formamos nuestras amistades más significativas antes de los 28 años. No es coincidencia que esa sea también la edad promedio en que nos casamos.

Casarse con su mejor amigo es una expectativa cultural suficiente que, si admito que no lo hice, la gente podría compadecerse de mí. Pero aquí está el secreto: en realidad soy yo la afortunada. Tengo un marido que no es mi mejor amigo. Y tengo un mejor amigo con el cual no estoy casada. Ellos juegan diferentes papeles en mi vida, y yo los necesito a ambos.

Una persona no puede satisfacer todas sus necesidades

Para los cristianos, el matrimonio es una relación separada, en el que asumimos las preocupaciones e inquietudes de nuestra pareja (1 Co. 7: 32-35; Ef. 5:22-33) en una manera que está por encima de cualquier otra amistad. Por supuesto las personas casadas encuentran su relación más importante en su esposo o esposa—pero eso no es igual a ser mejores amigos.

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Me preocupa que el dicho "me casé con mi mejor amigo" mezcla los dos tipos de relaciones, distorsionando nuestros puntos de vista sobre ambos.

Mi matrimonio sigue siendo mi prioridad . . . Pero sin mis amigos, mi relación con mi marido y con Dios—sufriría.

Los investigadores ya han notado la tendencia: las personas esperan cada vez más que sus maridos o esposas satisfagan todas sus necesidades sociales y emocionales. La frase implica que, ya que las personas casadas se tienen el uno al otro, ellas no tienen necesidad de mejores amigos y no los necesitan. Y esto exagera los riesgos que las parejas jóvenes ya enfrentan: la creación de expectativas poco saludables, mirándose el uno al otro como la única fuente de satisfacción. También relega a los mejores amigos al reino de la soltería.

Hacer amigos mas allá de los 20 años es un juego completamente diferente. No sólo hay menos oportunidades para conocer gente, también hay menos gente para conocer, ya que los casados ​​tienden abandonar por sí mismos el mercado de la amistad. Muchas parejas jóvenes dedican más tiempo para ponerse al día en lo que hay nuevo en Netflix que en ver a sus vecinos, compañeros de trabajo y viejos amigos. Mi marido y yo hemos sido culpables de esto, y también lo son muchos de nuestros amigos . Ellos comentan en Facebook que han pasando otro fin de semana en casa, bromeando de que se han convertido en “un aburrido matrimonio de ancianos.”

Y sin embargo, los amigos pueden verdaderamente apoyar—no distraernos de—nuestros matrimonios. La periodista psicóloga Carlin Flora escribe en su libro Friendfluence:

Poner lo mejor de ti frente a tus nuevos amigos te permite brillar y ver a tu pareja a través de nuevos ojos, mientras ella brilla también. Mantener antiguas amistades mutuas también fortalece el vínculo entre cónyuges de muchos años: Tener gente alrededor que piensan de ustedes dos como una unidad, que admiran su relación, y que esperan que permanezcan juntos, puede sostener la relación en los momentos de duda o distancia.

Cuando me casé, yo sabía que no quería que nos convirtiéramos en una de esas parejas que dejan de hacer amigos o pierden el contacto. Tal vez sea porque yo sabía que no podía contar con que mi marido—quien está en el ejército—estuviera siempre allí para satisfacer mis necesidades. O tal vez sea porque tengo realmente amigos increíbles, con quienes preferiría ver Twilight o pedir consejos sobre noticias de moda en lugar de mi esposo.

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No me mal interpreten: Mi matrimonio sigue siendo mi prioridad, el lugar donde Dios ha hecho su mayor labor en revelarme el evangelio. Pero sin mis amigos, mi relación con mi marido y con Dios—sufriría. Yo gano mucho al estar cerca de los demás y recibir sus perspectivas y sus oraciones. El tiempo que paso con los amigos también me impide idolatrar a mi marido como “mi todo,” un hábito que muchas personas casadas batallan para resistir.

Hacer amigos es una prioridad

Quiero ser intencionalmente abierta a las múltiples relaciones que Dios va a utilizar para trabajar en mi vida y las muchas oportunidades que pueda tener para que Dios obre en la vida de los demás a través mío. Pero ese tipo de relaciones no ocurren por accidente. Aquí es donde la amistad es como el matrimonio: Se necesita trabajo.

En su comedia The Mindy Project, Mindy Kaling declara: “Un mejor amigo no es una persona. Es una grada.” Yo estoy en su campamento. Tengo un mejor amigo de la infancia, un mejor amigo de la universidad, y otros amigos de mis años 20s. Sería fácil que estas relaciones se fueran a pique, así que hago una prioridad ir a visitarlos, aunque eso requiere sacrificio, y también, entre visitas, les envío textos, les llamo y les escribo.

Nos mudamos muchas veces cuando yo estaba creciendo. Siempre fui la nueva chica en la escuela; recuerdo una nota que mi madre puso en mi lonchera: “Para hacer un amigo, tienes que ser un amigo.” Décadas más tarde, he encontrado que todavía toma iniciativa y esfuerzo para mantener nuestras amistades. Si miramos a Jesús como un ejemplo, él seleccionó amigos para invertir en ellos. Él tenía un mejor amigo (Juan) y un mejor nivel de amigos (los discípulos). Él les dice en Juan 15:12-15:

Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todo lo que he oído de mi Padre os lo he dado a conocer.

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Versículo tras versículo la Biblia habla de la "dulzura" (Prov. 27:9) y del valor de los amigos fieles. Dios no quiere que nosotros abandonemos estas relaciones por el matrimonio, sino que sigamos afilándonos el uno al otro (Prov. 27:17) y ayudándonos a crecer en este contexto especial.

Nosotros regularmente hablamos de mantener y mejorar el matrimonio y la vida familiar para buen testimonio del evangelio, y así debería ser. Me gustaría empezar a hacer lo mismo con la amistad. Necesitamos amigos, no sólo para nuestra salud, carrera, y felicidad, pero aún más importante, por la forma en que dan testimonio de nuestra hermandad en Cristo. Y a partir de los vínculos significativos de la amistad, a menudo vienen oportunidades para introducir a otros a Jesús, aquel que nos llama sus amigos en primer lugar (Juan 15:15).

No me casé con mi mejor amigo. En lugar de eso, me casé con mi marido, con todos mis mejores amigos a mi lado para celebrar. Fue el día más feliz de mi vida. Obtuve— y todavía tengo—a ambos.

Kate Shellnutt es editora asociada de Her.meneutics, sitio de las mujeres de CT.

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