El verano pasado, aún antes de la decisión de la Corte Suprema de legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo, los cristianos conservadores ya estaban preocupados sobre las consecuencias para la libertad religiosa. No es un temor irracional. A Eugene Volokh, catedrático de derecho en la University of California—Los Ángeles, se le citó en The New York Times:

“Si yo fuera un cristiano conservador (que por cierto no lo soy), estaría considerablemente con mucho temor, no tan sólo por las exenciones tributarias pero también por otra amplia variedad de programas—con temor de que dentro de una generación más o menos, que a mis creencias religiosas se les trate del mismo modo que a las creencias religiosas racistas.”

Ambos los religiosos conservadores y los activistas de LGBT basan sus respectivas demandas en la metafísica.

Matthew J. Tuininga, ayudante de cátedra de teología moral en Calvin Theological Seminary, expresó la preocupación de muchos sobre las posibles implicaciones de gran alcance de Obergefell.

“No tan sólo estamos hablando de que a los fotógrafos, floristas, o los que hacen los pasteles sean forzados a servir en bodas de homosexuales, aunque esas preocupaciones son válidas. Estamos hablando sobre que a las agencias de adopción se les requiera asignar niños a parejas homosexuales, que a los colegios y universidades se les requiera que ofrezcan acceso a vivienda para casados a parejas del mismo sexo, y un número de situaciones que giran alrededor de una percibida discriminación en contra de homosexuales y lesbianas.”

Desde lo que dijo Obergefell, la ansiedad sólo ha aumentado. Una razón es la naturaleza religiosa del desacuerdo. Ambos los religiosos conservadores y los activistas de LGBT basan sus respectivas demandas en la metafísica. Para simplificar: El primer grupo cree que los valores sexuales están arraigados en la enseñanza divina y el orden natural. El segundo grupo cree que cada individuo tiene el derecho de determinar cómo vivir sexualmente, y que cada quién está obligado a ser honesto consigo mismo, como sea que concibamos el auto concepto. Cada lado lucha por lo que considera una causa justa que trasciende intereses más personales. Con razón las emociones se vuelven intensas, y tanta indignación justificada hay en el ambiente.

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Incluso también creemos que el Señor nos llama a estar atentos a los intereses de nuestros contrincantes políticos. Por lo tanto, no debemos buscar legislación que proteja nuestra libertad si esa misma legislación rechaza los derechos de personas con las que no estamos de acuerdo. Si realmente es cuestión de elegir proteger nuestra libertad o los derechos civiles de los demás, una gran fuente de ética cristiana comenzando con Jesús (p.ej., Marcos 8:34–35) argumenta que deberíamos negarnos a nosotros mismos.

¿Cómo debemos avanzar en lo parece esta situación inconciliable? Nuestras simpatías naturales, por supuesto, caen con los que luchan por la libertad religiosa. Precisamente como Pablo apeló a César para asegurar sus derechos como ciudadano romano (Hechos 25:9–12), así nosotros tenemos el derecho y la responsabilidad de argumentar por nuestros derechos en cortes y legislaciones. Creemos que la nación será más fuerte si las personas de fe—y no tan sólo de la fe cristiana—son libres de enseñar y promulgar sus creencias en la plaza sin temor de discriminación o castigo por el gobierno.

¿Y qué si finalmente perdemos en la Corte o la legislación, y el Estado insiste que realicemos acciones que creemos que son moralmente problemáticas?

Algunos se sentirán llamados a aceptar a conciencia las consecuencias de la obediencia, ya sea cárcel o multas o la pérdida de subsidios. Y podemos hacerlo en humildad y aun gozo, sabiendo que la “persecución por causa de la justicia” es una algo “dichoso” de acuerdo a Jesús (Mateo 5:10–12).

Otros se sentirán llamados a obedecer la ley—e ir más allá. Recordemos la gran injusticia en el día de Jesucristo: la opresión de la ocupación romana, y la demanda común de la fuerzas de ocupación de ayudarles a llevar sus cargas. Jesucristo sugirió que debemos buscar más allá de la aprobación simbólica de injusticia (ayudar a un soldado) a una ética más profunda. Cristo les dijo a sus discípulos—en términos de hoy—que cuando se nos pida hacer un pastel para un matrimonio homosexual, podríamos ofrecer hacerles dos (Mateo 5:41).

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Si realmente es cuestión de elegir proteger nuestra libertad o los derechos civiles de los demás, Jesús argumenta que deberíamos negarnos a nosotros mismos.

Todos los días escuchamos sobre otra ley o caso en otro estado, y los evangélicos preguntando en voz alta, “Si perdemos en las cortes o en el parlamento, ¿qué pasará con nosotros?” Sí, la vida puede empeorar para nosotros y la nación. Nosotros en CT esperamos que los líderes continúen para encontrar soluciones que protejan ambos nuestra libertad religiosa y los derechos civiles de las personas LGBT. Con buena voluntad política, creemos que esto puede acontecer.

Entretanto, ¿qué pasará con nosotros si nuestras libertades son destruidas y se nos fuerza a sufrir castigos e indignidades por nuestra fe? Cristo dijo que gozaremos una recompensa, y que nuestra recompensa será grande. Se oye como que todos tienen la de ganar. Quizá es por eso que Él dijo, “No tengan miedo.”

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