La escena bíblica del día de Pentecostés nos permite ver a un Dios que entiende que el idioma va más allá de la mera comunicación.

Tan solo unos días después de la muerte y resurrección de Cristo, el Espíritu Santo fue enviado, y con Él, la capacidad de los apóstoles de hablar en otras lenguas. Los visitantes presentes en ese lugar, que habían viajado de lugares tan lejanos como Irak, Libia e Italia, de pronto pudieron escuchar el mensaje del evangelio en sus lenguas maternas. Escuchar sobre Jesús de esta forma tan profundamente cercana sorprendió y maravilló a la audiencia en Jerusalén y produjo una certeza profunda sobre la veracidad de la misión que Jesús había encarnado. (El hecho de que estos visitantes probablemente pudieran entender el griego o el arameo, las lenguas predominantes en Jerusalén en ese tiempo, remarca esto).

Pero a pesar de esto, la iglesia se mostró lenta al adoptar este mensaje de Pentecostés y trasladarlo a la traducción de las Escrituras. Sí, es cierto que tradujeron la Biblia, pero más que nada al latín, al griego koiné, al ge’ez, al cóptico o al eslavo eclesiástico, lenguas que, con el paso del tiempo, se convirtieron en lenguas usadas por unos cuantos.

La situación cambió en primer lugar durante la Reforma, y luego cambió de nuevo con el surgimiento de las sociedades bíblicas en el siglo XIX, y de organizaciones de traducción como Wycliffe Bible Translators en el siglo XX. En la actualidad, más de 3500 idiomas poseen por lo menos una porción de la Biblia traducida a su lengua (¡un gran avance, ya que esa cifra era de 2000 idiomas hace apenas 20 años!).

Esta proliferación de traducciones bíblicas modernas intensifica la historia todavía en curso de Pentecostés, una forma de la gracia que se hace aún más evidente cuando desenterramos las riquezas de estas traducciones y compartimos sus tesoros más allá de su público original.

Podemos encontrar algunas de esas gemas en las traducciones de Hechos 2:4, el versículo que da cuenta del momento en que se levantó aquella barrera lingüística: «Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse» (NVI) [en adelante,enlaces en inglés].

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El nombre más apropiado para el Espíritu Santo

Desde 1885, el año de la primera revisión principal de la King James Version, todas las traducciones más importantes de la Biblia al inglés usaron el término «Espíritu Santo», pero aun así, la forma anterior Holy Ghost [La palabra inglesa Ghost significa ‘fantasma’ o ‘espíritu de un muerto’] ha mantenido un fuerte uso hasta hoy. Esto se debe a que la versión original de la King James Version (KJV) continúa utilizándose, y a que el término Holy Ghost se usa en textos no bíblicos, por ejemplo, «La doxología». Pero esto también revela el grado de tenacidad de la lengua, y de los hablantes de la lengua.

Por supuesto, no hay nada de malo con el término Holy Ghost, lo que nos lleva a una segunda observación. El inglés fue construyendo su vocabulario a partir de los préstamos que ha tomado descaradamente de muchos otros idiomas, y de esa forma creó fascinantes constelaciones de sinónimos. La palabra ghost viene del inglés antiguo gāst, que significa «aliento» o «espíritu bueno o malo», y la palabra spirit o espíritu viene del latín spiritus, que significa «aliento» o «criatura sobrenatural no corpórea».

Entonces, ¿por qué los revisores de la KJV del siglo XIX cambiaron ghost por spirit cuando estos términos en esencia significaban lo mismo? Para los revisores, la palabra ghost había pasado a tener una asociación demasiado fuerte con el espíritu de una persona fallecida —quizás debido a la popularidad de las médiums y las sesiones espiritistas de la época victoriana— y por eso se corría el riesgo de sugerir que el Espíritu Santo era como el espíritu de un dios muerto.

Si la lengua cambia a lo largo del tiempo y uno tiene un cofre lleno de tesoros como el idioma inglés, ¿por qué no adaptarse? Otras lenguas que no poseen un vocabulario tan amplio no tuvieron la misma libertad, por lo que el alemán, el neerlandés, el afrikaans, por ejemplo, al día de hoy utilizan la palabra ghost (geist, geest y gees, respectivamente).

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El pronombre correcto para el Espíritu Santo

Muchos idiomas poseen formas gramaticales para designar el género del sustantivo, mismo que no debe confundirse con el género biológico, sobre todo porque las designaciones de género para los mismo términos pueden variar mucho de un idioma a otro (por ejemplo, la palabra para sol tiene género femenino en alemán pero masculino en español, y la palabra para luna, que tiene el género opuesto en estos idiomas).

Pero si el género biológico es inherentemente necesario para un sustantivo (hombre, mujer, buey), en la mayoría de los casos el sustantivo va a coincidir con su género gramatical. Sin embargo, esto se complica con la palabra para espíritu, donde en el idioma bíblico original la palabra en griego pneûma tiene género neutro, y en hebreo la palabra ruach, del mismo significado, es de género femenino.

Antes del año 400 d.C., el siríaco clásico (también conocido como arameo sirio), una lengua de la misma familia que el hebreo, usaba un término —Ruhä— que requería una desinencia de género femenino. No obstante, alrededor del año 400 d.C. comenzó a producirse un cambio. Cuando se hacía referencia al Espíritu Santo, la palabra para espíritu se designaba como si fuera una palabra de género masculino, aun cuando esto no respetara las reglas de la lengua (las palabras para viento o espíritu con minúscula inicial se usaban con género femenino). En este caso, pareciera como si los hablantes de la lengua hubieran acordado respetar la infracción gramatical.

Pero no ocurrió lo mismo con los hablantes de otras lenguas. Por ejemplo, en asháninca, una lengua hablada en Brasil y Perú, la palabra para espíritu al principio era de género femenino, pero fue cambiada al género masculino intencionalmente para referirse al Espíritu Santo. Sin embargo, los hablantes de asháninca simplemente se negaron a aceptar el cambio en la práctica, y eventualmente los traductores bíblicos se vieron obligados a cambiarlo de vuelta a su género gramatical original. No obstante, después de una investigación posterior, el equipo de traducción no pudo encontrar ninguna diferencia apreciable en la comprensión de la naturaleza del Espíritu Santo por parte de los hablantes.

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En algunos idiomas, la clasificación de los sustantivos no trata solo del género. En las lenguas bantúes, una vasta familia lingüística que se habla en África central y meridional, los sustantivos pueden tener entre 15 y 18 clasificaciones. En suajili, la palabra roho para «espíritu» tendría que clasificarse en la categoría nominal de los préstamos (en este caso, llegó al suajili a través del árabe); sin embargo, los primeros traductores pensaron que era demasiado arriesgado que la palabra Espíritu se malinterpretara como un objeto inanimado. Por eso, aunque gramaticalmente era incorrecto, incluyeron a Roho en la primera clasificación nominal reservada exclusivamente para las personas, y los hablantes de suajili lo aceptaron.

En el caso del lamba, otra lengua bantú, los traductores no quisieron tomarse tales libertades. Umupasi Uswetelele, el término en lamba para «Espíritu Santo», pertenecía lingüísticamente a la categoría nominal que también aplica a árboles y plantas y, por ende, gramaticalmente el sustantivo es de la clase no-persona, y lo sigue siendo hasta la actualidad. Sin embargo, aparentemente su significado es inequívoco porque, según el lingüista C. M. Doke: «Hay numerosas referencias en las Escrituras… que establecen que el Espíritu Santo es una persona, la tercera persona de la Trinidad».

Un ejemplo reciente que da cuenta de la intersección entre el idioma y la teología se encuentra en una lengua con una larga tradición en la traducción bíblica. El sueco solía tener tres géneros (masculino, femenino y neutro), pero el sueco moderno usa solo dos géneros (común [utrum] y neutro). En las traducciones anteriores a la Bibel 2000, «Espíritu Santo» se tradujo como helige Ande, de género masculino. Tras la fusión de los géneros masculino y femenino en el género común, actualmente se traduce como heliga Ande, que coincide con el uso más generalizado del género igualitario o común en Suecia.

Entonces, ¿a qué conclusión llegamos con respecto al Espíritu Santo y al género? Ciertamente, el Espíritu Santo trasciende nuestras distinciones de masculino, femenino o cualquier otra clasificación que un idioma pueda ofrecer.

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Cómo se traduce ‘Espíritu Santo’ en culturas tradicionalmente no cristianas

Eugene Nida, un referente sobresaliente en la historia de la traducción bíblica y la lingüística que era ampliamente respetado en el círculo académico secular, dijo refiriéndose a los idiomas que no tienen ninguna tradición cristiana: «Sin duda ninguna palabra ha sido tan problemática para el traductor bíblico como espíritu». Aunque esta cita data de 1961, las dificultades para encontrar la palabra correcta siguen siendo parte del encuentro entre el cristianismo y otras culturas en la actualidad.

Hay muchísimas historias de cómo estos obstáculos y éxitos en la traducción son el resultado directo de fracasos iniciales. Un ejemplo de esto es la traducción de Espíritu Santo al ditamari de Togo como «aire puro», un término que los traductores cristianos usaron para distinguirlo de «aire impuro» que, según las creencias de la tradición, se referían a espíritus impuros. Los primeros lectores de la Biblia malinterpretaron esta traducción como el aire que respiramos, por eso eventualmente los traductores lo cambiaron a «aire de Dios».

Otra traducción maravillosa es Biyax Utux Baraw o «Poder de Dios» en seediq, una lengua hablada en Taiwán. Me gusta de manera especial la traducción por la que optaron en el chatino occidental alto (hablado en el estado de Oaxaca en México). En esta lengua, el Espíritu Santo es descrito como Tyi’i Ndiose o «el corazón perfecto de Dios», una descripción que conmueve mi corazón imperfecto.

Al observar decisiones de traducción como estas, es importante tener en cuenta que no fueron tomadas por el equipo de traducción porque les pareció que tenían el significado o sonido más llamativo o emocionante. Más bien, sus investigaciones les mostraron que la selección de otras palabras, aun aquellas que parecían coincidir a primera vista, tenían connotaciones que en el mejor de los casos habrían sido confusas, y en el peor habrían sido erróneas.

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‘Llenos’ del Espíritu Santo

La primera oración de Hechos 2:4 incluye estas palabras en la mayoría de las traducciones en español: «fueron llenos del Espíritu Santo». He hablado con cristianos que me confesaron que no saben con certeza lo que esto significa. Sí, creen en Dios Padre. Creen que envió a Jesús, su Hijo, para que muriera en la cruz por nuestros pecados, y que por medio de la fe en Él pueden tener vida eterna.

En cuanto al Espíritu Santo, creen lo que las Escrituras testifican acerca de Él, pero nunca experimentaron la presencia del Espíritu en sus vidas. Y no es que estén hablando de experiencias místicas, sino de la simple certeza de que el Espíritu Santo mora en ellos, o que han sido «llenos del Espíritu Santo».

Las palabras son llaves que dan sentido a nuestro mundo. Especialmente con algo tan intangible y aun así tan vivencial como «ser llenos del Espíritu», quizás para aquellos que no están experimentando la presencia del Espíritu Santo en sus vidas sea mucho más útil usar otra metáfora. Si bien todos los idiomas tienen la capacidad de describir sus percepciones de la realidad, lo hacen de formas ligeramente diferentes.

Por otro lado, lo que puede parecer una limitación puede dar lugar a oportunidades singulares. Por ejemplo, como Nida demuestra en su libro Handbook on the Acts of the Apostles de 1972: «en muchos idiomas, las personas no son consideradas como “vacías”, [y por lo tanto no pueden] ser llenadas».

Las traducciones bíblicas en idiomas que tienen esta «limitación» han descubierto un tesoro escondido de descripciones alternativas para la obra del Espíritu en la vida de las personas (como puedes ver aquí), incluyendo «el Espíritu llenando el corazón» (en yamba, lengua hablada en Camerún) o «el Espíritu llenando el corazón y la mente» (en mixe del Istmo), «el Espíritu Santo viniendo para estar con una persona completamente» (en zapoteca del Rincón, que al igual que el mixe del Istmo, es hablado en Oaxaca, México) y «caminando con el Espíritu Santo» (en otomí de la Sierra, hablado en México central).

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Mis traducciones favoritas son de dos lenguas no relacionadas en Perú. Los traductores de shipibo-conibo optaron por «el Espíritu impregna a [una persona]» (como en medicina), y los traductores de yanesha usaron «portar [o vestir] el Espíritu Santo» porque para ellos «llenar» no tenía sentido. «Portar» o «vestir» se entendía mejor en su sistema tradicional de creencias.

¿Cómo debemos reaccionar ante traducciones alternativas como estas? Podríamos observarlas como curiosidades lingüísticas, o podríamos dejar que sondeen nuestros corazones imperfectos para ver si pueden ayudarnos en nuestro crecimiento. Podríamos reconocer que, de hecho, sí podemos «vestir» el Espíritu Santo, que podemos «caminar» con el Espíritu, que el Espíritu Santo «viene a ser con nosotros de forma completa», que el Espíritu nos «impregna» como el medicamento que ingresa en nuestro torrente sanguíneo y llega hasta la última célula de nuestro cuerpo.

La copa de gracia de Dios rebosa en su continuidad del milagro de Pentecostés a través de las traducciones de la Biblia en miles de idiomas. Y cuando se hace la retro traducción (a nuestro idioma), estas versiones tienen el poder de abrir nuestros ojos y de maravillarnos, tal como les sucedió a esos primeros oyentes en Jerusalén.

Jost Zetzsche es un traductor profesional que vive en la costa oeste en Oregón, Estados Unidos. Desde 2016 trabaja en la herramienta TIPs (Translation Insights and Perspectives) de Sociedades Bíblicas Unidas. Su último libro es Encountering Bare-Bones Christianity.

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