Durante gran parte de mi vida traté el libro de Apocalipsis como si fuera una medicina de mal sabor. Sabía que probablemente tenía algo bueno para mí, pero lo esquivaba siempre que encontraba oportunidad.

Esto se debe, en gran medida, al modo en que aprendí a leer Apocalipsis. De adolescente, junto con mi grupo de jóvenes, vi una película que mostraba gráficamente los horrores de ser dejados atrás en la tierra después de que los verdaderos cristianos escaparan al cielo. Me aterrorizó. Más tarde exploré libros de profecía que intentaban unir los puntos entre los sucesos actuales en Oriente Medio y las descripciones de la Biblia del fin de los tiempos. Me confundieron. Así que dejé de intentar entender el Apocalipsis. De hecho, se convirtió en el apéndice del cuerpo de mi Biblia. La mayor parte del tiempo, lo ignoraba con alegría; pero si en algún momento me causaba muchos problemas, podría prescindir de él.

Incluso después de estudiar para el ministerio cristiano, me faltaba seguridad para predicar o enseñar sobre el Apocalipsis. Era demasiado místico, demasiado violento, demasiado raro. Sus visiones fantasiosas parecían tener poco que decir ante los problemas prácticos de la vida cristiana diaria. A lo sumo, advertían: «Más vale que estés preparado, ¡porque el fin puede llegar en cualquier momento!».

No era el único. A lo largo de los años solo he escuchado pequeños fragmentos de predicaciones sobre Apocalipsis, con excepción, de vez en cuando, sobre las partes «seguras», tales como los mensajes de Cristo a las iglesias en los capítulos 2 y 3. En gran medida, el mensaje vivificador de Apocalipsis permanece en silencio para la iglesia.

Una lente distinta

Al igual que ocurre con alguien que intenta usar las gafas equivocadas, mi problema estaba en la lente que estaba usando. Mi configuración predeterminada implicaba leer Apocalipsis a través de la predicción. Como muchos cristianos, veía Apocalipsis más que nada como un libro de presagios sobre lo que va a pasar en el futuro. Las visiones de Juan servían como una especie de escenario para los eventos del fin de los tiempos, como la batalla de Armagedón o el gobierno del anticristo en la tierra. Al leer a través de esa lente, me resultaba difícil encontrar las buenas nuevas de Apocalipsis para el pueblo de Dios en el presente.

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Pero ¿y si leyéramos Apocalipsis a través de una lente distinta? ¿Y si, en vez de usar la lente de la predicción, lo leyéramos a través de la lente de la misión?

Voy a explicarlo. Leer las Escrituras a través de una lente misional no consiste básicamente en localizar pasajes individuales que apoyen una misión transcultural de la iglesia. En cambio, consiste en lo que Dios está haciendo en el mundo para dar lugar a la salvación y la sanidad en todos los niveles, y en cómo el pueblo de Dios participa en ese amplio propósito.

Aplicar este principio a Apocalipsis significa que, en vez de intentar descifrar un plan estratégico para el fin de los tiempos, necesitamos descubrir de qué modo Apocalipsis testifica acerca de la enorme misión de Dios de redimir y restaurar a toda la creación —incluyendo a las personas— a través de Cristo, el Cordero sacrificado y resucitado. El Apocalipsis nos muestra el objetivo definitivo del amoroso propósito de Dios para el mundo que es hacer «nuevas todas las cosas» (Apocalipsis 21:5).

Pero eso no es todo. Apocalipsis también busca capacitar y motivar al pueblo de Dios para cautivarnos con lo que Dios está haciendo para traer integridad y redención al mundo. En vez de predecir el futuro en primer lugar, Apocalipsis nos llama a anticipar el futuro aquí y ahora. Permite que las comunidades cristianas encarnen la misión amorosa de Dios dentro de nuestras peculiares circunstancias de vida, a la vez que anticipamos el momento en que Dios finalmente haga nuevas todas las cosas.

Como explica el experto en Nuevo Testamento Michael Gorman, necesitamos leer Apocalipsis «no como un guion para el futuro, sino como un guion para la iglesia». Durante el resto de este artículo intentaré demostrar que una lectura misional de Apocalipsis es más fiel a la forma en la cual se presenta, al contexto al cual se dirige, al mensaje que proclama y a la esperanza que promete.

Image: Ilustración por Jeffrey Kam
Una nueva visión del mundo

En primer lugar, consideremos la forma en que recibimos el libro de Apocalipsis. Al igual que con cualquier otro libro de la Biblia, tenemos que preguntarnos: «¿Qué clase de escrito es este?». Aunque Apocalipsis comparte aspectos tanto con la profecía bíblica (ver Apocalipsis 1:3) como con las cartas (1:4,9), sobre todo pertenece a una forma antigua de escritos conocida como literatura apocalíptica. Mucho más familiar para los primeros lectores de Juan que para nosotros, la literatura apocalíptica está repleta de visiones, símbolos e historias. Nos obliga a usar la imaginación, algo que a muchos de nosotros en Occidente, incluyéndome a mí mismo, nos cuesta mucho hacer.

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Esta es la cuestión: las imágenes y los símbolos del Apocalipsis no fueron escritos para ser leídos literalmente. Esto expone una de las principales debilidades de usar una lente predictiva para interpretar el Apocalipsis. Aquellos que usan esta perspectiva pueden asumir, por ejemplo, que la infame «marca de la bestia» (Apocalipsis 13:16-17) debe referirse a alguna clase de implante físico o señal.

Pero, en Apocalipsis, la marca de la bestia en la mano o en la frente representa lo opuesto al sello de Dios en las frentes de sus siervos (Apocalipsis 7:3; 9:4). Ambas son señales de pertenencia, y simbolizan nuestra alianza con Dios y el Cordero, o con Satanás y la bestia. En vez de una marca visible a la vista, nuestras lealtades y estilos de vida muestran de qué nombre damos testimonio.

Las visiones poéticas de Apocalipsis tienen menos que ver con describir los sucesos del fin de los tiempos y más con llamar a las comunidades cristianas a reimaginar su mundo. A partir de los símbolos apocalípticos populares de su tiempo, Juan ofrece a los cristianos una visión transformada del mundo que habitan. Esta nueva forma de ver revela lo que Dios está haciendo en el mundo (la misión de Dios) y cómo podemos participar en ello (la misión de la iglesia). Richard Bauckham, erudito en el Apocalipsis, explica sabiamente que las visiones de Juan revelan el propósito final de Dios para la historia humana, de tal modo que el pueblo de Dios, tanto entonces como ahora, puediera reimaginar el presente a partir de esa perspectiva. En efecto, Juan dice: «Así es como son realmente las cosas, desde el punto de vista del futuro fin de los tiempos de Dios y de su trono celestial».

Veamos un ejemplo. En el capítulo 7, Juan visualiza una vasta multitud de personas de toda tribu, lengua y nación de pie frente al trono de Dios, alabándole día y noche (vv. 9-17). No se trata solo de una proyección de cómo será algún día «cuando todos lleguemos al cielo». Es una imagen que da forma a quiénes somos y por qué estamos aquí en el presente. Llama a la iglesia a convertirse en una comunidad en la cual las barreras que separan naciones, tribus, razas y culturas se disuelven, a pesar de las fuerzas polarizadoras que nos rodean. También nos da la vocación de invitar a personas de toda lengua y nación a unirse al coro de adoradores de Dios y del Cordero, en anticipación de lo que algún día seremos. Vivimos en un adelanto del futuro de Dios ahora.

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Leer en su contexto

Si Juan invitó a sus lectores a ver el mundo de manera diferente, entonces tenemos que tomarnos en serio el contexto al cual se dirigía. En primer lugar, Apocalipsis apareció como una palabra dirigida a las iglesias locales en escenarios misionales específicos en Asia Menor y bajo el gobierno romano. El Apocalipsis las llama a encarnar las buenas nuevas del Cordero sacrificado y resucitado dondequiera que estén.

Y hacer eso donde estaban no era tarea fácil. Estos cristianos vivían en un mundo dominado por un Imperio romano que demandaba una lealtad radical, un mundo saturado con la religión civil del culto al emperador y la alabanza a los dioses locales que le daban legitimidad al césar. Todo, desde los festivales locales hasta las fiestas privadas de cumpleaños, se convertían en oportunidades para honrar al emperador. El culto imperial funcionaba como un contrato con la población de Asia Menor: den al césar lo que es del césar y los dioses les garantizarán paz, seguridad y prosperidad. No conformarse a esta norma era considerado «antipatriótico» y desleal. Los cristianos que se resistían se enfrentaban a la posibilidad de persecución, que iba desde la exclusión social y económica hasta una muerte violenta (Apocalipsis 2:10, 13).

Pero una amenaza aún mayor surgía desde dentro: la tentación a acomodarse a las normas y prácticas del imperio, quizá para evitar las consecuencias. No todas las iglesias respondieron a estas presiones externas e internas del mismo modo. Algunas permanecieron fieles ante al sufrimiento (Esmirna y Filadelfia), mientras que la mayoría no lo hizo. Por ejemplo, los cristianos de Pérgamo y Tiatira se involucraron en las prácticas idolátricas de la cultura romana predominante (2:14-15; 20-21). Los de Sardis y Laodicea eran culpables de autocomplacencia, debido a su orgullo y su prosperidad («Soy rico… y no me hace falta nada», Apocalipsis 3:17).

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Cada una de estas iglesias, pues, debía leer el resto del Apocalipsis a la luz de su situación. Algunas necesitaban la seguridad de que Dios derrotaría al final todos los poderes que se les opusieran. Pero, para otras comunidades que habían cedido ante la presión, el recordatorio de Apocalipsis los sacudió como una descarga eléctrica. Juan les advierte que se arrepientan y abracen el camino del Cordero sufriente, o que se arriesguen a enfrentarse a «la ira del Cordero» (6:16).

Ocurre lo mismo con nosotros. El modo en que escuchamos Apocalipsis depende en parte de nuestra condición y de nuestra necesidad espiritual. Apocalipsis todavía llama a las comunidades cristianas de todo el mundo a renunciar a los caminos de los imperios terrenales y a ser testigos fieles de Dios y de su amorosa misión.

Babilonia, el provocador símbolo al que Juan hace referencia en los capítulos 17 y 18, ofrece un excelente ejemplo de cómo Apocalipsis habla una palabra específica para su mundo. Juan utiliza este símbolo para fijar su punto de mira en Roma con determinación. Babilonia, al igual que Roma, descansa sobre «siete colinas» (17:9), y encaja en el perfil de «gran ciudad» que gobierna sobre la tierra (17:18). En el capítulo 18, Juan visualiza la explotación económica del imperio de Roma para satisfacer los costosos gustos de las élites. Al final de una lista de productos romanos de importación, Juan nombra «hasta de seres humanos, vendidos como esclavos» (18:13). Roma se hizo rica al comerciar con seres humanos como meras mercancías. No es de extrañar que Dios llame a su pueblo a que «salgan de [Babilonia]» (18:4), y dejen atrás el modo de pensar y vivir de Babilonia.

Babilonia, no obstante, de ninguna manera está encadenada a la antigua Roma. No menos que los ricos y arrogantes de Laodicea, debemos preguntarnos: «¿Dónde está Babilonia hoy?» y «¿Qué significa para nosotros salir de Babilonia?». ¿Dónde nos inclinamos ante el ídolo del consumismo o participamos en sistemas que explotan a los débiles para beneficio de los poderosos? No son simples cuestiones de ética; también son parte de nuestro testimonio frente a un mundo que mira.

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Mantener el enfoque correcto

Leer Apocalipsis a la luz de la misión de Dios nos quita la carga de tener que ponernos el «sombrero pronosticador» e imaginarnos cómo las visiones de Juan encajan en alguna clase de guion del fin de los tiempos. En cambio, podemos centrarnos en los grandes temas de la historia de Apocalipsis sobre los inspiradores propósitos de Dios para el mundo. Estos incluyen los más grandes símbolos de Apocalipsis: el trono celestial y el Cordero sacrificado.

Ambos símbolos encuentran su enfoque más acertado en el núcleo teológico del libro, los capítulos 4 y 5. Allá, el trono de Dios representa, en palabras del experto en Nuevo Testamento Eugene Boring, «el control de misión del universo». Si Dios gobierna sobre cada rincón de la creación, entonces ningún otro poder, humano o espiritual, puede sabotear el propósito redentor de Dios para todos los pueblos y para todo el mundo.

¿De qué manera consigue Dios esta misión universal? Contra todo pronóstico, ¡por medio de un Cordero herido! El Cordero sacrificado se convierte en el símbolo definitorio de Apocalipsis y la lente mediante la cual hemos de entender el libro entero, incluyendo sus visiones del juicio. El Cordero desbloquea el magnífico plan de Dios de redimir a toda tribu y nación precisamente porque Él sufrió y murió (Apocalipsis 5:9-10).

Este símbolo no nos habla simplemente de que Dios trae restauración a toda la creación a través del Cristo resucitado. También nos muestra cómo sucede. La misión de Dios tiene forma de cordero. Dios desafía a todos los poderes de la oposición no por la fuerza bruta y la violencia, como el césar, sino a través de un amor sacrificial (Apocalipsis 12:11). Hoy los cristianos puede que se sientan tentados a cumplir los propósitos de Dios a través de la coerción y de «discriminar» a los demás: por ejemplo, al «reconquistar nuestro país para Dios». Pero esas técnicas de presión siguen siendo irreconciliables con un libro que hace del centro de la adoración universal a un Cordero ensangrentado.

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Allá donde reside la esperanza

Tiroteos masivos. Un planeta en crisis. Ataques motivados por el racismo. Una pandemia mortal. Oleadas de refugiados de guerras sin sentido. No es de extrañar que muchos cristianos se sientan tentados a ser pesimistas con respecto al futuro.

Apocalipsis ofrece una esperanza genuina en medio de circunstancias sobrecogedoras. Pero esa esperanza no reside en escapar de este mundo y sus tribulaciones siendo raptados hacia el cielo, ni a través de la simple promesa de «un hogar en el cielo cuando morimos». Si leemos la visión culminante de Juan de la Nueva Jerusalén (Apocalipsis 21-22) a la luz de la misión de Dios, vemos un futuro que da forma al presente de manera profunda, trayendo esperanza a un mundo quebrantado.

La imagen de Juan de la Nueva Jerusalén revela el propósito definitivo de Dios para el mundo: el florecimiento de la humanidad y de toda la creación cuando la presencia de Dios empape toda la tierra. Pero la nueva creación arroja su luz hacia el presente, llamándonos a encarnar la vida de la Nueva Jerusalén en las mismas calles de Babilonia. ¿A qué se parece la esperanza de la Nueva Jerusalén? Veamos dos ejemplos.

Primero, la Nueva Jerusalén representa una comunidad sanadora. La misión de la nueva creación es traer «la salud de las naciones» (Apocalipsis 22:2). Esa plenitud toca cada herida que el pecado y el mal han infligido sobre la humanidad. Pero vivir como si fuéramos un avance del futuro nos llama a convertirnos en comunidades de esperanza y sanación en medio de las naciones del mundo hoy. He visto a uno de mis antiguos estudiantes ayudar a comenzar una red de estas comunidades en su área local en Alemania. Traen esperanza en una multitud de maneras a los refugiados, los jóvenes urbanos, los mayores, las personas sin hogar y los no religiosos. Recientemente intervinieron a favor de una trabajadora sexual llamada Emanuela, ayudándola a completar unos formularios que necesitaba con desesperación para obtener su seguro de salud, poniéndola en contacto con un gestor de deudas y dándole algo aún mayor: amor incondicional y amistad. En actos como este, la nueva creación irrumpe en la ciudad.

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Segundo, Juan imagina una creación restaurada. Apocalipsis describe una Nueva Jerusalén que baja para unirse con una tierra transformada (Apocalipsis 21:2, 10). La ciudad que viene representa la armonía ecológica y el florecimiento de toda la creación. Si Dios tiene un futuro para la tierra, no podemos ignorar las grandes amenazas para el medio ambiente y el daño que provocan a la población más vulnerable del mundo.

Nuestra respuesta sin duda no solo incluye repensar nuestro estilo de vida en vistas de su efecto sobre la tierra de Dios, sino también reconocer que defender la creación representa un llamado misional legítimo, que merece nuestras oraciones y nuestro apoyo. La organización A Rocha International, por ejemplo, está marcando una diferencia en lugares como el bosque de Atewa en Ghana, donde la minería, la tala ilegal y la intrusión de la ganadería amenazan la gran biodiversidad de la región. Al mismo tiempo, la organización ayuda a asegurar el acceso a agua potable segura para cinco millones de ghaneses. El Apocalipsis nos invita a ser agentes de esperanza para las personas y para la creación.

Necesitamos quitarle el silenciador al libro de Apocalipsis. Si nos conformamos con leer a través de una lente predictiva, es probable que enturbiemos el penetrante y esperanzador mensaje que este libro tiene para la iglesia en su misión, tanto entonces como ahora. Leer Apocalipsis a la luz de la misión amorosa de Dios nos ayuda a escuchar el llamado del libro para nuestra época: un llamado a convertirnos en comunidades de contraste por medio de la alabanza y el testimonio; poniendo en práctica el ejemplo del Cordero sacrificado. Un llamado a olvidarnos de nuestra comodidad con el consumismo, la injusticia y las idolatrías de Babilonia. Un llamado a vivir como en un anticipo del futuro, cautivados por el propósito de Dios de hacer nuevas todas las cosas.


Dean Flemming es profesor emérito de Nuevo Testamento y misiones en la MidAmerica Nazarene University. Es el autor de Foretaste of the Future: Reading Revelation in Light of God’s Mission.

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Foretaste of the Future: Reading Revelation in Light of God's Mission
Foretaste of the Future: Reading Revelation in Light of God's Mission
IVP Academic
2022-08-23
256 pp., 28.0
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