De vez en cuando, escucho a alguien que en términos generales describe con precisión la difícil situación actual de la iglesia sugerir que el problema es que hemos «reemplazado a Jesús con la Biblia» o que hemos enfatizado la autoridad bíblica hasta el punto de caer en el autoritarismo.

¿Está Jesús demasiado eclipsado en el evangelicalismo estadounidense? Indudablemente. ¿Hemos visto a algunos personajes autoritarios, desde dictadores fuertes hasta pastores explotadores, causar daños catastróficos? Sí. ¿Esto sucede porque conocemos y veneramos demasiado la Biblia? No, de ninguna manera.

Algunos quisieran que nos opongamos al autoritarismo con desconfianza de la autoridad en sí. Al final, nos dirían, todo se trata solo de poder y dominación, por lo que nuestra elección es, fundamentalmente, a quién cederemos el poder o sobre quién lo ejerceremos. Pero así como el poliamor no es una intensificación del amor, ni el politeísmo es una intensificación de Dios, así tampoco el autoritarismo es una intensificación de la autoridad. Estas son cosas completamente diferentes.

Como demostró el sociólogo Robert Nisbet el siglo pasado, los autoritarios de todo tipo prosperan en la ausencia de una autoridad legítima. Al hacerlo, reemplazan la autoridad (basada en la persuasión y la lealtad) por el poder (que Nisbet definió como arraigado en la coerción).

El Evangelio de Marcos presenta a Jesús al comienzo de su ministerio como alguien que asombraba a las multitudes porque enseñaba «como quien tiene autoridad y no como los maestros de la ley» (Marcos 1:22). Este es el tipo de autoridad que, sí, podía disipar los espíritus inmundos y calmar las tormentas, pero también era una autoridad que hablaba a los corazones humanos, diciendo: Ven y mira y Ven y sígueme.

Si la Biblia es la Palabra de Dios exhalada por el Espíritu Santo como creemos que es, entonces ese Espíritu es el Espíritu de Cristo (1 Pedro 1:11). Cuando escuchamos la Biblia, escuchamos a Jesús. Así conduce el Buen Pastor a sus ovejas: nosotros seguimos su voz (Juan 10:3,14,27).

Cuando no hacemos caso a esa voz, empezamos a escuchar otras voces, que nos llaman a otros pastos. A veces, estas otras voces se alegran de hacernos pensar que sus voces son las de nuestro Señor. A veces se alegran de que creamos que sus voces son las de nuestro propio pensamiento independiente. En cualquier caso, ese camino conduce a las lágrimas.

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Hemos visto que la Biblia es utilizada por muchas personas diferentes hoy en día, incluidos algunos posibles autoritarios. A veces se usa la Biblia para hacer incuestionable la interpretación teológica de una tradición, otras veces se usa para hacer incuestionables los consejos prácticos de vida de un gurú, y otras veces se usa para hacer incuestionable la lealtad debida a un líder o a una ideología.

Sin embargo, el antídoto para esto es el que siempre ha existido: conciencias que conocen la Palabra de Dios lo suficientemente bien como para que, así como Jesús en el desierto, puedan reconocer cuándo se está torciendo la Palabra para convertirla en algo muy distinto.

El énfasis evangélico en la autoridad bíblica arraigado en el principio de la Reforma de la Sola Scriptura (‘solo las Escrituras’, por su significado en latín) puede ser fácilmente caricaturizado. Pero la Sola Scriptura nunca tuvo la intención de significar que la Biblia es la única autoridad, sino que la Palabra de Dios es la única autoridad que no puede ser juzgada o usurpada por alguna otra autoridad.

Mientras haya una Palabra de Dios, ningún ser humano o institución puede pretender ser incuestionable. Eso no es porque no haya nada conocible en existencia, sino porque hay un Dios verdadero, y Él ha hablado.

Hoy tenemos más recursos bíblicos que nunca. Tenemos más personas que saben cómo argumentar a partir de abstracciones extraídas de las Escrituras a favor de cualquier punto de controversia que quieran usar para devastar a sus oponentes.

Lo que no tenemos es una iglesia formada por personas que conocen profundamente el contenido de las Escrituras, que conocen la historia lo suficientemente bien como para reconocer un Betel o una Meribá o un Egipto o una Babilonia cuando se encuentran en alguno de ellos.

¿Cómo nos aseguraremos de que nuestros hijos sepan cómo resistir a aquellos que afirman falsamente la autoridad de Cristo? A nuestros hijos los familiarizamos con la voz del verdadero (Marcos 13:14–23). En una era en la que no se puede distinguir la autoridad del autoritarismo, nuestra contribución más importante es conservar el tipo de iglesia que puede decir: «Así dice el Señor». Una iglesia para quien esta frase realmente significa algo.

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Russell Moore es editor jefe de CT.

Traducción por Sergio Salazar.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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