La mayoría de los miércoles por la mañana en la Universidad de Asbury son como cualquier otro. Unos minutos antes de las 10, los estudiantes comienzan a reunirse en el Auditorio Hughes para el servicio de capilla. Los estudiantes están obligados a asistir a cierto número de servicios cada semestre, por lo que suelen asistir como una cuestión de rutina.

Pero el miércoles pasado fue diferente. Después de la bendición, el coro de góspel comenzó a cantar un coro final… y en ese momento comenzó a suceder algo que desafía cualquier descripción. Los alumnos no se fueron. Fueron invadidos por lo que parecía ser una silenciosa pero poderosa sensación de trascendencia, y no querían irse. Se quedaron y siguieron adorando. Al momento que escribo este artículo, todavía siguen allí.

Yo enseño teología al otro lado de la calle, en el Seminario Teológico de Asbury, y cuando me enteré de lo que estaba ocurriendo, decidí inmediatamente ir a la capilla para verlo con mis propios ojos. Cuando llegué, vi a cientos de estudiantes cantando en silencio. Estaban alabando y orando fervientemente por sí mismos, por sus vecinos y por nuestro mundo, expresando arrepentimiento y contrición por el pecado e intercediendo por la sanación, la integridad, la paz y la justicia.

Algunos leían y recitaban las Escrituras. Otros estaban de pie con los brazos en alto. Algunos se agrupaban en pequeños grupos para orar juntos. Algunos se arrodillaban cerca de la barandilla del altar, en la parte delantera del auditorio. Algunos yacían postrados y otros hablaban entre sí con rostros radiantes de alegría.

Seguían orando cuando me fui por la tarde y también cuando volví por la noche. Cuando llegué a primera hora de la mañana del jueves, seguían adorando, y a media mañana, cientos de personas llenaban de nuevo el auditorio. Cada día he visto a varios estudiantes corriendo hacia la capilla.

Para el jueves por la tarde solo quedaba espacio para gente de pie. Habían empezado a llegar estudiantes de otras universidades: la Universidad de Kentucky, la Universidad de Cumberlands, la Universidad Purdue, la Universidad Wesleyana de Indiana, la Universidad Cristiana de Ohio, la Universidad Transilvania, la Universidad Midway, la Universidad Lee, la Universidad Nazarena de Mt. Vernon, Georgetown College y de muchas otras.

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El culto continuó durante todo el día del viernes y, de hecho, durante toda la noche. El sábado por la mañana, me costó encontrar un asiento; por la tarde, el edificio estaba abarrotado. Cada noche, algunos estudiantes y otras personas se han quedado en la capilla para orar durante toda la noche. Y desde el domingo por la tarde, el fenómeno no muestra signos de desaceleración.

Algunos dicen que esto es un avivamiento, y sé que en los últimos años ese término se ha asociado con el activismo político y el nacionalismo cristiano. Pero permítanme ser claro: nadie en Asbury tiene eso en mente.

Mi colega Steve Seamands, teólogo jubilado del seminario, me dijo que lo que está ocurriendo se parece al famoso avivamiento de Asbury de 1970 que él vivió cuando era estudiante. Aquel avivamiento suspendió las clases durante una semana, y luego continuó durante dos semanas más con cultos nocturnos. Cientos de estudiantes salieron a compartir lo sucedido con otras escuelas.

Pero lo que muchos no se dan cuenta es que Asbury tiene una historia aún más extensa con los avivamientos, incluyendo uno que tuvo lugar en 1905 y otro tan reciente como el que tuvo lugar en 2006, cuando un servicio de capilla para estudiantes dio lugar a cuatro días de continua adoración, oración y alabanza.

Muchos dicen que cuando están en la capilla apenas se dan cuenta del tiempo transcurrido. Es casi como si el tiempo y la eternidad se confundieran en un espacio en el que el cielo y la tierra se encuentran. Cualquiera que lo haya presenciado puede estar de acuerdo en que está ocurriendo algo inusual y fuera de lo previsto.

Como teólogo analítico, desconfío de las exageraciones y de la manipulación. Vengo de un entorno (en un segmento particularmente revivalista de la tradición metodista de santidad) en el que he visto esfuerzos por fabricar «avivamientos» y «movimientos del Espíritu» que en ocasiones no solo eran vacíos, sino también dañinos. No quiero tener nada que ver con eso.

Y la verdad sea dicha, esto no es nada similar. No hay presiones ni exageraciones. No hay manipulación. No hay fervor emocional.

Por el contrario, hasta ahora todo ha sido calma y serenidad. La mezcla de esperanza, alegría y paz es indescriptiblemente fuerte y, de hecho, casi palpable: una sensación vívida e increíblemente poderosa de shalom. El movimiento del Espíritu Santo es innegablemente poderoso, pero también muy suave.

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Asbury Revival 2023: Un total de 1500 personas llenan el Auditorio Hughes de la Universidad de Asbury a su máxima capacidad el 10 de febrero.
Image: Alex Griffith / Cortesía de Baptist Press

Asbury Revival 2023: Un total de 1500 personas llenan el Auditorio Hughes de la Universidad de Asbury a su máxima capacidad el 10 de febrero.

El santo amor del Dios trino es evidente, con una dulzura inexpresable y un atractivo innato. Es obvio por qué nadie quiere irse, y por qué los que tienen que irse quieren volver tan pronto como puedan.

Sé que Dios se mueve de maneras misteriosas; Jesús nos dice que el Espíritu sopla donde quiere (Juan 3:8). Y, a veces, Dios hace lo que Jonathan Edwards llamó «obras sorprendentes» y a lo que John Wesley se refirió como «ministración extraordinaria».

Creo firmemente que gran parte de lo que es importante y vital en la vida cristiana sucede en los momentos cotidianos: en las disciplinas y liturgias diarias (ya sean formales o informales), en las decisiones que tomamos diariamente en pro de la rectitud y la justicia, en los actos de amor sacrificial al prójimo y en las oraciones que se exhalan con desesperación silenciosa.

Sé que estos actos «extraordinarios» de Dios no sustituyen al ministerio «ordinario» del Espíritu Santo a través de la Palabra y los sacramentos. Del mismo modo, las obras «sorprendentes» de Dios no sustituyen el largo camino del discipulado. Si así fuera, como me recuerda mi colega Jason Vickers, dependeríamos de esta experiencia —y no del Espíritu Santo, que generosamente nos la brinda— para sostenernos.

Pero también creo que deberíamos estar dispuestos a reconocer y celebrar estos asombrosos encuentros con el Espíritu Santo. Nuestro Señor promete que los que tienen «hambre y sed de justicia» serán saciados. Prometió que enviaría «otro Consolador» y, de hecho, que sería mejor para nosotros que Él se fuera y enviara su Espíritu.

Y cualquiera que haya pasado un rato en el Auditorio Hughes en los últimos días puede atestiguar que este Consolador prometido está presente y es poderoso. No puedo analizar —ni siquiera describir adecuadamente— todo lo que está sucediendo, pero no me cabe duda de que Dios está presente y activo.

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Varios alumnos y exalumnos recientes me dicen que durante varios años han estado orando juntos por un movimiento de Dios, y están emocionados más allá de lo que pueden describir con palabras al ver lo que está sucediendo.

Este semestre imparto clases de antropología teológica en la universidad y, en nuestra reunión del viernes pasado, les recordé a mis alumnos que somos criaturas creadas para la adoración y la comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Este es nuestro telos, el fin para el que fuimos creados. Nunca estamos más vivos y completos que cuando adoramos. Y lo que estamos experimentando ahora —esta inexpresablemente profunda sensación de paz, plenitud, santidad, pertenencia y amor— es solo la más pequeña de las ventanas que nos permiten ver la vida para la que hemos sido creados.

Está claro que no se trata de la visión beatífica de ver a Cristo en toda su gloria, pero si lo que estamos viendo es siquiera la sombra más tenue de esa realidad, entonces lo que tenemos ante nosotros es una alegría indescriptible y un amor santo.

Ella Blacey y Lauren Powell oran durante un servicio de culto y adoración en la Universidad de Asbury.
Image: Cortesía de Baptist Press

Ella Blacey y Lauren Powell oran durante un servicio de culto y adoración en la Universidad de Asbury.

También les recordé a mis alumnos que fuimos creados para adorar a Dios juntos en unidad y en comunión unos con otros. Por lo tanto, el culto que estamos experimentando en la capilla debe tener implicaciones en la vida real y en nuestra comunión fuera de la capilla. Esto es especialmente importante en un momento en el que estamos trabajando en cuestiones difíciles relacionadas con la raza y la etnia.

En anteriores avivamientos siempre ha habido frutos que han bendecido tanto a la Iglesia como a la sociedad. Por ejemplo, incluso los historiadores seculares reconocen que el Segundo Gran Despertar fue fundamental para poner fin a la esclavitud en Estados Unidos. Del mismo modo, estoy deseando ver el fruto que Dios traerá a partir de este avivamiento en nuestra generación.

En el almuerzo del viernes, mi hijo Josiah me encontró y me dijo que él y sus amigos habían estado arrodillados ante el altar y orando juntos. Había cuatro personas en su grupo y cada una oró en un idioma diferente. Después me preguntó: «¿Es esto algo parecido a lo que será el cielo?». Le dije que creía que sí, aunque fuera el más tenue reflejo de lo que «ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado». Es como si una pequeña porción del cielo se encontrara con nosotros aquí en la tierra.

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El Evangelio no solo es verdadero, sino también luminosamente maravilloso y misteriosamente bello. Cada vez que salgo del auditorio de la capilla, siento que he probado y visto que el Señor es bueno.

Thomas H. McCall es profesor de la cátedra de teología Timothy C. y Julie M. Tennent en el Seminario Teológico de Asbury en Wilmore, Kentucky.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.

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