Este artículo ha sido adaptado del boletín de Russell Moore. Suscríbase aquí. [Los enlaces de este artículo redirigen a contenido en inglés].

A veces una palabra perfectamente buena pierde tanto su significado que debería dejarse de lado, al menos temporalmente. Llamar a alguien «fundamentalista» en 1923, cuando la palabra designaba a los cristianos que creían en lo sobrenatural, era algo muy distinto a lo que significa en 2023, cuando transmite un sentido de militancia sectaria.

Hace varios años, me di cuenta de que otra buena palabra había perdido su significado: «cosmovisión».

«Todo el mundo tiene una cosmovisión», solíamos escuchar. Era y es cierto, por supuesto, que la rejilla a través de la cual vemos la realidad da forma a lo que somos. Pero con los años, me he cansado de escuchar la palabra «cosmovisión» como una lista de controversias de la guerra cultural actual, con el punto de vista cristiano «correcto» adjunto.

También estoy cada vez más convencido de que la conversación que gira en torno a la «cosmovisión» presupone algo que no me parece cierto ni bíblico: la creencia de que las personas adoptan axiomas cognitivos y los aplican a sus vidas. Cualquiera que haya tratado con personas reales sabe que lo contrario se da con mucha más frecuencia. He visto a innumerables personas con «cosmovisiones bíblicas» dar marcha atrás en un instante cuando sale a la luz que estaban involucrados en una aventura extramatrimonial.

El prólogo de Tim Keller a una nueva traducción de Personality and Worldview [Personalidad y cosmovisión] de J.H. Bavinck (Crossway) analiza muchas de mis reticencias. Algunos de ustedes bostezarán ante la sola mención de un teólogo reformado holandés fallecido hace mucho tiempo, pero el libro vale su precio aunque sea solo por el prólogo de Keller y la introducción escrita por su traductor y editor, James Eglinton. Ambos señalan la diferencia crucial entre una «visión del mundo» y una «cosmovisión».

Una de las cosas que argumentan es que, mientras que todo el mundo tiene una «visión del mundo», muy pocas personas tienen una «cosmovisión».

Eglinton define una «visión del mundo» como «un conjunto de intuiciones sobre el mundo formadas en los individuos por su entorno familiar y doméstico, sus profesores y su educación, y la amplia cultura en la que viven», combinadas con «la idiosincrasia del temperamento de cada persona». Esa combinación única permite a alguien tener un «marco de referencia viable con el que vivir día a día».

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En otras palabras, no solo vemos el mundo en términos de proposiciones que afirmamos y negamos o basándonos únicamente en nuestro entorno social y cultural, sino también en nuestra personalidad.

Esa es una de las razones por las que a mucha gente le encanta averiguar su número de eneagrama o su tipo de Myers-Briggs, o incluso hacer uno de esos cuestionarios en línea de «¿Qué personaje de Marvel eres?».

Esas cosas pueden proporcionar, si no otra cosa, una metáfora para describir por qué mi esposa y yo reaccionamos de manera tan diferente cuando nos enteramos de que un amigo está en el hospital después de sobrevivir a un accidente automovilístico.

Si pudieras ver globos con los pensamientos de ella sobre su cabeza, verías algo parecido a: «Tenemos que reunir gente para proveer comidas para su familia y averiguar cómo podemos ayudar a llevar a sus hijos al colegio».

Mientras que mi globo de palabras diría: «La vida es corta y frágil. La muerte viene por todos nosotros...», antes de desviarse hacia el Salmo 104, algunas citas de Walker Percy y la letra de la canción «He went to Paris» de Jimmy Buffett.

Ella y yo sacaríamos casi la misma puntuación en todo si nos aplicaran un «cuestionario de cosmovisión» en lo que respecta a nuestros principios y valores. Crecimos a pocos kilómetros el uno del otro, en la playa. Podríamos resumir esas diferentes formas de reaccionar diciendo: «Yo soy un cuatro en el eneagrama, ella es un dos». Incluso así, nos damos cuenta de que los seres humanos somos un misterio y ninguno de nosotros puede «ser explicado» completamente como una «cosmovisión» o como un «tipo de personalidad», ni siquiera a nosotros mismos.

Desde el punto de vista de Bavinck, aunque todo el mundo necesita una «visión del mundo» —es decir, supuestos y pautas básicos para vivir—, muy pocas personas han desarrollado lo que él llamaría una «cosmovisión», que es un sentido más definido e intencional del significado de la vida.

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Mucha gente vive toda su vida sin cuestionar sus suposiciones básicas o las de su grupo más cercano. Sin embargo, algunas personas —a menudo durante una crisis— se hacen la pregunta: «Pero, ¿qué significa todo esto?».

Frederick Buechner dijo una vez que hay un momento de quietud en cualquier servicio religioso, cuando el predicador abre la Biblia para leer, y al menos algunos individuos de la congregación esperan oír la respuesta a una sola pregunta: «¿Es verdad?».

Una cosa es pensar que la Biblia nos da buenos principios para dirigir nuestras vidas, adquirir experiencias espirituales, argumentar nuestras disputas sobre «valores»; o ayudarnos a ser mejores cónyuges, padres o ciudadanos.

Otra cosa muy distinta es preguntarnos: «¿Qué significa que todo, ya sea visible o invisible, esté unido por la Palabra de su poder?», «¿qué significa para mí realmente que exista un Dios en el que vivo, me muevo y existo?» y «¿qué cambiará en mi vida si es verdad que Jesús me ama y lo sé porque la Biblia me lo dice?».

A diferencia de la forma en que se utiliza la palabra «cosmovisión» en la mayoría de los contextos cristianos populares, una cosmovisión no es un conjunto definitivo de abstracciones con las que uno está de acuerdo, y que luego simplemente aplica a diversas interrogantes relacionadas con la verdad. Se trata, entre otras cosas, de darse cuenta de qué historia es verdadera y qué historia estamos viviendo. En cuanto a la historia cristiana, la trama no se resuelve a corto plazo.

Cuando los discípulos se exasperaron con Jesús en la orilla del mar, después de que pasara de alimentar a las multitudes a hablar de comer su carne y beber su sangre, no obtuvieron de Jesús un primer ejemplar del Libro de los Hechos, ni mucho menos un discurso sobre las diversas opiniones acerca de la presencia de Cristo en la Eucaristía. Simón no tenía un primer borrador de 1 y 2 Pedro escrito en su cabeza. Jesús se limitó a decir: «¿También ustedes quieren marcharse?».

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La respuesta de Pedro es más importante que un millón de «manuales de cosmovisión» que clasifiquen ordenadamente a los seres humanos en categorías. Se limitó a decir: «Señor, … ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios (Juan 6:68-69).

En muchos sentidos, Pedro no podía ver el camino por el que iba, ni mucho menos tener una teoría exhaustiva del mundo que le rodeaba. Solo sabía que esa persona era el Camino. Sabía que, por más que usara las palabras incorrectas para explicarlo, seguiría esa voz hacia cualquier futuro impredecible al que le llamara. Dondequiera que fuera este Jesús es donde él quería estar.

¿Vivió consistentemente y de forma coherente con eso? No. Una de cada dos páginas de los Evangelios muestra a Pedro malinterpretando espectacularmente algo que Jesús hace, normalmente diciendo tonterías que Jesús corrige. Cuando se le halló frente a la hoguera después del arresto de Jesús, la «cosmovisión» de Pedro parecía ser: «Nunca lo conocí».

Pero Jesús no lo abandonó. Después de la crucifixión y resurrección, Jesús siguió a Pedro hasta el lugar de su primer encuentro mutuo cuando Pedro pescaba en Galilea. E incluso después de su reconciliación emocional, Pedro empieza a hacer preguntas tontas que Jesús se niega a responder. Sin embargo, las últimas palabras registradas de Jesús a Pedro fueron las mismas que las primeras: «Sígueme».

Tu vecino ateo es más que su cosmovisión. Independientemente de las discusiones que tengan en la cafetería, él es complejo y a menudo vive de forma incoherente con las abstracciones que sostiene, igual que tú. Quizá pueda darte quince razones por las que creer en Dios es tan tonto como creer en un monstruo de espagueti volador.

Aun así, puede que detrás de esa «cosmovisión» haya alguien asustado, solo y avergonzado. Y puede que también se pregunte: «¿Y si es verdad?» en esos momentos en los que su cosmovisión no parece «funcionar» — cuando mira a su bebé recién nacido, o está frente al Gran Cañón, o escucha el Salmo 23—. Y puede que a veces, por debajo de todos sus argumentos racionales, incluso espere que así sea.

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Tú también eres más que tu cosmovisión. Por supuesto, los argumentos filosóficos ocupan un lugar importante en la historia de la Iglesia y en la búsqueda de la fe. Pero la «renovación de tu mente» a la que te llama la Biblia no consiste principalmente en aprender puntos de debate, sino en recordar primero las misericordias de Dios. Y así te ofrecerás a ti mismo, una y otra vez, como «sacrificio vivo, santo y agradable a Dios» (Romanos 12:1-2). En este empeño interviene todo tu ser —tus afectos, tus intuiciones y tus anhelos—, no solo tu razón.

Por eso, la mayoría de nosotros, en nuestro lecho de muerte, no recurriremos a axiomas y argumentos, sino a los himnos que aprendimos a cantar, a las historias que llegamos a saber que eran verdaderas, y a las personas que dieron testimonio con sus palabras de una luz que brillaba en la oscuridad, una palabra que se hizo carne —incluso si lo hicieron en formas imperfectas y fragmentadas—.

Quizá en ese momento ni siquiera podamos ver con nuestros ojos físicos. Pero seguiremos conociendo el Camino al que queremos ir, que está donde sea que Él esté. No es una cosmovisión que pueda resolver todas las preguntas y ganar todas las discusiones, pero es suficiente para una vida terrenal, y para la vida que venga después.

Russell Moore es el editor jefe de Christianity Today y dirige su Proyecto de Teología Pública.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.

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