Recientemente, se han tenido discusiones sobre la identidad más fundamental de la humanidad, sobre si somos ante todo pecadores que necesitan un Salvador, o si Dios nos ha creado con una naturaleza que es fundamentalmente buena. Este es un tema profundamente teológico con implicaciones para casi todos los aspectos de nuestras vidas y la sociedad en general.

¿Quiénes somos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué significa ser humano? Estas son preguntas que prácticamente todas las sociedades humanas se han hecho y han respondido a través de historias sobre el origen de las cosas, las cuales son narrativas religiosas o culturales que hablan del propósito y el destino de la humanidad.

Estuve explorando muchas historias diferentes sobre el origen en todo el mundo mientras hacía una serie de videos llamada «Storytelling and the Human Condition» para The Teaching Company y Wondrium (anteriormente The Great Courses). Y aunque crecí en un hogar cristiano evangélico, me sorprendió mucho lo que yo misma daba por sentado en la antropología judeocristiana al compararla con otras historias.

En la cosmovisión judeocristiana, la historia del origen de la humanidad está definida por la imago Dei: la noción de que Dios creó a los seres humanos a su imagen. Y cuando comparé la narrativa de la creación en Génesis con otras historias antiguas de la región mesopotámica, tuve una comprensión renovada de este concepto.

Génesis revela información importante sobre el carácter del Dios judeocristiano. Hay un solo Creador que actúa sobre el mundo con intención y trae orden del caos. Hay un propósito para todo. Todo se hace en un ambiente pacífico: al crearlo todo, que Dios dijera «Que exista» fue suficiente para llevar a cabo una creación completamente nueva.

Después de la creación del cosmos, la tierra y los animales, Dios creó a Adán y Eva, y esto sugiere que la humanidad es el pináculo del mundo creado. Los seres humanos llevan la huella de lo divino, ya que compartimos la naturaleza del Dios que nos creó. El concepto de imago Dei significa que tenemos dignidad, así como la responsabilidad de administrar el resto del mundo creado.

En contraste, veamos la que a menudo se considera la historia de la creación más antigua del mundo: el Enuma Elish de la antigua Babilonia alrededor del año 1100 a.C. Esta narrativa violenta puede parecernos extraña hoy en día, pero revela cómo la antigua civilización babilónica entendió cómo el mundo, los dioses y los seres humanos llegaron a existir.

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Al principio de los tiempos, solo existen dos seres primordiales: Apsu y Tiamat. Dan a luz a otros dioses. Cuando sus hijos se portan mal, comienza una guerra intergeneracional bastante sangrienta.

Después de un gran tumulto, Marduk, el hijo de Apsu y Tiamat, crea los cielos con la mitad del cuerpo de su madre, y la Tierra con la otra mitad. Marduk hace que algunos dioses de entre sus compañeros sean mayordomos sobre los cielos, el aire y el agua, y pone en movimiento los planetas y el tiempo.

El resto de los dioses —todavía amargados contra la generación anterior de dioses— exigen más venganza, por lo que Marduk mata a su padrastro, Kingu, y de su sangre, Marduk crea la humanidad.

Marduk entonces da a conocer cuál es su propósito al crear a la humanidad: «Traeré a la existencia una humilde criatura primitiva... para que los dioses descansen» (énfasis añadido).

El cosmos ahora está establecido. Marduk es el gobernante supremo sobre el universo, el cual incluye a los otros dioses y la humanidad. Los seres humanos fueron creados como una ocurrencia tardía, solo después de que los otros dioses se quejaron de su trabajo y anhelaron más venganza, y el propósito de la existencia de la humanidad es «liberar a los dioses» de los trabajos diarios de su existencia.

La narrativa del Génesis y el Enuma Elish comparten algunas similitudes.

Por ejemplo, ambas historias se basan en la idea de que la humanidad de alguna manera participa en la naturaleza de lo divino. En Génesis, el hombre es creado a imagen de Dios, y Dios sopla vida en Adán. En el Enuma Elish, la humanidad emerge de la sangre de un dios. Aún así, la humanidad sigue siendo distinta de Dios en ambas historias.

De forma similar, tanto Génesis como el Enuma Elish afirman que la humanidad fue creada para el trabajo. Dios le ordenó a Adán y Eva que cultivaran la tierra y que tuvieran mayordomía sobre ella. En la historia babilónica, la humanidad estaba destinada a trabajar al servicio de los dioses por toda la eternidad.

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Pero hay una diferencia entre la mayordomía del Génesis y la servidumbre del Enuma Elish. En Génesis, no fuimos simplemente creados para trabajar. Nosotros, y la creación en general, tenemos también un propósito no utilitario: deleitar a Dios y deleitarnos en Él.

El estribillo que viene después de cada acto de la creación: «Y Dios consideró que esto era bueno», muestra que Dios se complació en su mundo creado. Un superlativo se agrega a esta declaración después de que los seres humanos son creados, cuando «Dios miró todo lo que había hecho, y consideró que era muy bueno» (Génesis 1:31, énfasis agregado).

Génesis nos dice que hay belleza y abundancia que se puede encontrar y disfrutar en el mundo que Él creó para que lo habitemos. La belleza y el regocijo no son utilitarios. Tenemos trabajo que hacer aquí en la Tierra, pero disfrutar de nuestra vida en el cumplimiento de nuestros deberes afirma la forma de vida para la que Dios nos creó. También hay un orden, un diseño y un propósito para el mundo del cual somos parte.

En Génesis, los seres humanos son únicos entre la creación. No fuimos creados como una ocurrencia tardía en medio de una guerra cósmica intergeneracional, ni de la sangre de un dios asesinado para liberar a otros dioses del trabajo, como sucede en el caso en el Enuma Elish. En la narrativa babilónica, no hubo un «primer hombre» creado, no hubo un Adán, sino que la humanidad fue creada de forma anónima y en masa.

El Nuevo Testamento también nos dice que los seres humanos fueron creados para llevar vidas de gozo y plenitud. Como dice Jesús en la segunda mitad de Juan 10:10, «yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia» (NVI).

En la historia judeocristiana, ninguna otra criatura fue creada a imagen de Dios. Los seres humanos son distintiva e intrínsecamente valiosos. Esta tradición ha sido integral en el desarrollo de los conceptos de la dignidad humana y de los derechos humanos que a menudo damos por sentado en nuestro mundo moderno de hoy.

Como argumenta el clasicista secular Tom Holland en su reciente libro Dominion: How the Christian Revolution Remade the World, los derechos humanos universales, o un concepto de la cualidad de los seres humanos como personas, eran completamente ajenos al mundo pagano grecorromano. Fue el cristianismo y la imago Dei los que forjaron y construyeron nuestra ética actual de respeto básico por otros seres humanos.

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La idea de que todos los seres humanos tienen el mismo valor ante los ojos de Dios es una anomalía histórica. La mayor parte de la historia humana ha rechazado esta idea: se creía que solo la tribu y la familia de uno importaban. Todos los demás eran menos valiosos o menos que humanos —especialmente los enemigos—.

Las historias que contamos reflejan y dan forma a cómo vemos el mundo y nuestro lugar en él. Las narrativas que aceptamos sobre nuestros orígenes, junto con lo que creemos acerca de Dios y la relación de la humanidad con Dios, invariablemente colorean la forma en que vemos nuestro papel y propósito en el mundo. Explorar visiones del mundo que difieren de las nuestras nos permite ver lo que damos por sentado: nos aclaran y nos ayudan a apreciar mejor nuestras propias historias.

Comparar la historia del origen babilónico con la narrativa de la creación del Génesis renueva mi gratitud de que no soy simplemente un siervo sin gloria para la divinidad, ni mi destino está sujeto al capricho de sus antojos. En cambio, sirvo a un Dios justo y benevolente que es fundamentalmente afectuoso hacia su creación, y especialmente hacia los seres humanos, a quienes creó para deleitarse y ostentar su propia imagen.

Nos volvemos más plenamente humanos, y más verdaderamente nosotros mismos [enlace en español] cuando reflejamos su imagen al crear y participar en el mundo que nos rodea, embelleciendo y ennobleciendo nuestro trabajo como «pequeños creadores», incluso cuando contamos y volvemos a contar historias llenas de significado.

Alexandra Hudson es la fundadora de Civic Renaissance, ex becaria de periodismo Novak y creadora de una nueva serie con The Teaching Company, llamada Storytelling and the Human Condition. Su libro, The Soul of Civility: Timeless Principles to Heal Society and Ourselves, se publicará próximamente en St. Martin's Press.

Traducción por Sergio Salazar.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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