Para el cristiano contemporáneo, Halloween suele ser un tema incómodo. Es un poco como pasar por un cementerio y ver que entre las lápidas hay una fiesta ruidosa —una extraña mezcla de gritos horribles y alegría— y preguntarse quién la habrá organizado. ¿Qué es esta mezcla de diversión inocente, bromas desagradables y burlas de brujas? ¿Qué tiene de «santa» la víspera del Día de Todos los Santos?

La mayoría de nosotros sabemos que el nombre de la fiesta fue cristianizado hace siglos. Pero también intuimos que el evento debe tener un pasado claramente desagradable, si consideramos las decoraciones de demonios, duendes y fantasmas por todos lados, desde los escaparates de las tiendas hasta los tableros de anuncios de las escuelas. La mezcla de lo estacional, lo cristiano y lo pagano es notable.

Por ejemplo, un creyente reflexivo podría visitar una casa de fantasmas auspiciada por un grupo cristiano. Al verse rodeado por los gritos y el —a menudo— auténtico terror de los que buscan emociones fuertes, podría cuestionarse qué valor edificante pueden tener las imágenes sangrientas de carniceros que representan a seres humanos masacrados, o los vampiros y verdugos que se acercan a su garganta. En el otro extremo del espectro, sabe que hay padres que prohíben cualquier tipo de festividad, incluyendo el uso de disfraces, criaturas o la imaginación. Y si le preguntara a otros cristianos su opinión sobre el Halloween, se encontraría con una vaguedad incómoda, quizás con comentarios fulminantes contra la maldad, o tal vez simplemente con cierto aprecio por las calabazas, los disfraces y las historias de misterio.

¿Existen formas totalmente cristianas de considerar el Halloween?

Hace más de mil años, los cristianos se enfrentaron a la celebración de ritos paganos que buscaban aplacar al señor de la muerte y a los espíritus malignos. Los desagradables comienzos del Halloween preceden al nacimiento de Cristo, cuando los druidas, en lo que actualmente es Gran Bretaña y Francia, celebraban el final del verano con sacrificios a los dioses. Dichas celebraciones señalaban el comienzo del año celta, y creían que Samhain, el señor de la muerte, enviaba espíritus malignos para atacar a los humanos, quienes solo podían escapar si usaban disfraces para verse como los propios espíritus malignos y así pasar desapercibidos. El ocaso del sol y la llegada del oscuro invierno hacían que los espíritus malignos se regocijaran e hicieran bromas pesadas y desagradables. El origen de la mayoría de las prácticas actuales de Halloween puede seguirse hasta los antiguos ritos y supersticiones paganas.

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La Iglesia, sin embargo, desde su más temprana historia ha invitado a la gente a celebrar la temporada de forma diferente. Crisóstomo nos cuenta que ya en el siglo IV, la iglesia oriental celebraba una fiesta en honor a todos los santos. En los siglos VII y VIII, los cristianos celebraban el «Día de Todos los Santos» en el mes de mayo en el rededicado Panteón. Con el tiempo, el festival de Todos los Santos fue cambiado al 1 de noviembre. Al ser conocido como el Día de Todos los Santos, se convirtió en costumbre llamar a la víspera «All-Hallow E’en» (que hace referencia a «víspera de todos los santos»).

Algunas personas ponen en tela de juicio la idea de tomar las fiestas paganas e introducirles valores bíblicos. ¿Acaso trasladar la celebración al mes de noviembre para que coincida con las prácticas druídicas de los escandinavos recién conquistados no es más que poner un fino barniz cristiano sobre una celebración pagana? ¿Realmente hemos adoptado la Navidad y la Pascua exitosamente, o los neopaganos las han recuperado con conejitos de Pascua y renos de trineo? En cierto sentido, el debate siempre ha sido el mismo: ¿ignoramos una fiesta pagana, nos fusionamos con ella, la atacamos o la cubrimos con diversión festiva?

La historia nos muestra que la cristianización del calendario por parte de la Iglesia ha aportado mucho valor, con la introducción de ricas tradiciones de celebración y disciplinas espirituales. Su éxito podría debatirse, pero cuando los vecinos ofrecen sacrificios llenos de temor a un señor de la muerte y esquivan los trucos de las brujas, parecería un momento adecuado para celebrar al Señor de la vida y la resurrección. Después de todo, los cristianos en la antigüedad habían pensado muy bien su estrategia: la idea detrás del Día de Todos los Santos es precisamente lo contrario a las cadenas, los fantasmas que gimen y los espíritus malignos.

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Sí es posible decidir celebrar Halloween de forma cristiana. En nuestros servicios de alabanza y eventos festivos podemos entrelazar dos grandes temas:

1) La vida de los santos del pasado. Además de los santos representados en las Escrituras, tenemos casi 2000 años de historia que pueden y deben ser utilizados como ejemplo y desafío para una vida piadosa y de fe. Los protestantes nos hemos preocupado tanto por evitar la veneración de los santos que a menudo hemos pasado por alto un profuso legado de fe. Así como el Libro de los Hebreos nos ofrece una lista de creyentes, también nosotros podemos mirar a innumerables ejemplos de amantes de Dios igualmente valientes.

2) La vida de los santos en el paraíso. La mayoría de nosotros ignoramos por completo que el Día de Todos los Santos es una celebración de todos los santos. Es un día en el que los cristianos pueden recordar no solo a los grandes creyentes del pasado, sino también a los seres queridos y amigos que han servido a Cristo y ahora están en el cielo. Es cierto que es un día para recordar la vida de los santos más conocidos y «seguir su ejemplo de vida en toda virtud y piedad». Pero también es un día para recordar a nuestros propios «bienaventurados que han fallecido».

Esta es una oportunidad única para nuestras iglesias. Ante la primicia de un fallecimiento, y durante las primeras semanas de duelo, los dolientes reciben mucha atención. Pero, ¿cuántas viudas oyen mencionar el nombre de su marido años más tarde por otros compañeros cristianos? Aun cuando las personas que una vez fueron una parte importante de la vida de una iglesia puedan ser olvidadas, sus seres queridos los siguen recordando. Un niño que fallece puede ser llorado por la iglesia, pero un año después ese niño rara vez es mencionado o recordado, excepto por sus padres y hermanos.

En cada congregación asisten personas que tienen un gran deseo de hablar de aquellos en sus familias que amaron a Cristo y a ellos. Recordar a esas personas, tanto en público como en privado, es el objetivo del Día de Todos los Santos. Tal vez el pastor podría hablar de varios santos de la congregación que ya han fallecido, señalando características específicas de su fe que vale la pena imitar. Se podrían desarrollar todo tipo de enfoques creativos. Llevar a cabo elogios de tres minutos de duración por parte de los ancianos u otros líderes espiritualmente maduros que hayan sido cercanos a los difuntos podrían ser muy significativos en un servicio de adoración matutino. En eventos menos formales, se podrían adoptar otros enfoques, como la lectura de tributos escritos.

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En el libro editado por Edward M. Deems Holy Days and Holidays, una compilación de sermones, alusiones literarias y notas, hay una larga sección sobre el Día de Todos los Santos que incluye mucho sobre el tema del poder de Cristo sobre la muerte y las alegrías del cielo. Esta es una cita de esta obra:

«Un teólogo eminente dijo una vez: “La primera imagen que tuve del cielo fue la de una gran ciudad con torres, y un gran número de ángeles, pero no había allí ninguna persona que yo conociera. Después murió uno de mis hermanos pequeños y entonces pensé en el cielo como una gran ciudad, con murallas y torres y un pequeño compañero a quien conocía. Luego murió un segundo hermano, luego un tercero y un cuarto; luego murió uno de mis amigos y me sentí familiarizado con el tema. Pero no fue sino hasta que despedí a uno de mis propios hijos, que tuve idea de cómo era el cielo. Luego me fueron quitados el segundo, el tercero y el cuarto hijo, y llegó un momento en que viví más con ellos y con Dios que aquí en la tierra”. Así que la mejor visión del cielo nos llega a ti y a mí cuando tenemos seres queridos en esa ciudad de la luz».

En nuestra generación, la medicina moderna ha hecho inusual esa intimidad recurrente con la muerte. En siglos pasados, cuando la enfermedad y la guerra la hacían mucho más común, celebrar el Día de Todos los Santos era un momento de profundo consuelo e inspiración. Pero incluso hoy, la mayoría de nosotros tenemos nuestros propios «santos» a los que anhelamos volver a ver. La sección de Todos los Santos de esta antología está llena de afirmaciones sobre la conmoción de la muerte y la despedida de los seres queridos, pero también está llena de alegría triunfal, de hosannas, de un llamado a entonar las canciones de ese país lejano. Es una imagen completamente opuesta a la de los muertos convirtiéndose en fantasmas y deambulando por los cementerios en búsquedas agónicas, o a la de poderes espirituales torturando humanos o burlándose de ellos. Cristo ha vencido tanto al mal como a la muerte. Nuestra respuesta como cristianos es la celebración.

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Sin embargo, nunca debemos ser superficiales al respecto. El mal sí existe. Incide en nuestro mundo. Jesús, varón de dolores y hecho para el sufrimiento, nunca fue ingenuo respecto al mal. Sin embargo, algunos, al oír que nuestro llamado es a la celebración de la luz, intentarán ofrecer consuelo a los demás con una producción al estilo de Disney en la iglesia sobre las delicias del cielo.

Desgraciadamente, los aspectos más macabros de las celebraciones de Halloween conllevan cierta autenticidad. Después de todo, puede que a Drácula no le crecieran alas de murciélago ni bebiera sangre de las gargantas de las doncellas, pero sí sabemos que el histórico conde empalaba a sus invitados a la cena. La antigua serie de comentarios publicada por Christianity Today, «Refiner’s Fire», analiza con frecuencia la gran literatura cristiana, incluida la que representa a las brujas, los duendes y la penetración del mal en toda la materia creada. Nuestras celebraciones de la victoria en Cristo siempre tienen el oscuro trasfondo del mal abrumador que hizo necesaria la cruz.

Bruno Bettelheim, en The Use of Enchantment: The Meaning and Importance of Fairy Tales [El uso del encanto: El significado y la importancia de los cuentos de hadas], justifica de forma convincente el valor que tienen los antiguos cuentos de hadas. Sostiene que sus representaciones de los peores temores de los niños en forma de ogros, madrastras que comen personas y brujas con hornos del tamaño de un niño les ayudan a solucionar sus auténticos temores a la muerte, al abandono y a los males desconocidos. En un nivel aún más profundo, los cuentos le confirman al niño que el mal es una realidad, que los peligros son reales, pero que también hay un camino hacia el bien y la salvación.

Esto es verdad en muchos niveles. A menudo se acusa a los cristianos de ser tan rápidos para responder con argumentos fáciles que pareciera que nunca escuchan realmente las preguntas. Si una persona no ha batallado a profundidad con la angustia elocuente de Pinter, Sartre y O’Neill, es poco probable que pueda interiorizar o transmitir una respuesta convincente.

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Con esto no me refiero a que debemos dejar a una niña de cuatro años salir con un disfraz de bruja. No se debe desestimar fácilmente la aprensión que sienten algunos con respecto a la identificación de niños inmaduros con representaciones del mal. Tampoco es necesariamente sano o positivo que las brujas sean representadas simplemente como pequeñas rebeldes adorables que usan magia negra, como si todo el mal fuera simplemente un tonto folclor heredado para nuestra refinada diversión contemporánea. Es en este punto donde el cristiano que ha leído a Macdonald, Tolkien, Lewis y Williams posee una perspectiva adicional con la que puede interactuar con los niños. Los cristianos no deben adoptar un enfoque superficial de «buena conducta», sino que deben desarrollar una rica variedad de formas de celebrar.

Dejemos que los niños disfruten de mucha diversión y alegría. Las fiestas pueden incluir eventos propios de la temporada como concursos de decoración de calabazas (¿ha visto alguna vez una cabeza de calabaza de Groucho Marx?), disfraces extravagantes y puestas en escena, quizás con un huerto de calabazas como el de Linus como telón de fondo [en referencia a La gran calabaza de Charlie Brown]. Hay mucho espacio para adoptar enfoques únicos, como el que se utiliza en la iglesia episcopal de Fairfax en Virginia, que tiene una fiesta de Todos los Santos para niños con disfraces de santos, desde Juana de Arco y Francisco de Asís hasta Juan el Bautista. O como una iglesia presbiteriana en Chicago, que al final de una fiesta de Halloween que organizaron en el sótano de la iglesia realizaron una lectura de una adaptación original para Halloween de la Canción de Navidad de Charles Dickens, completa con ruidos misteriosos y traqueteo de cadenas.

Los cristianos podemos celebrar el hecho de que al morir pasamos del país de las tinieblas al país de la luz. Pero esta seguridad no es una realidad para todos. Por eso mismo, Halloween es también un tiempo para evangelizar con sabiduría. En algunas celebraciones de Halloween esto se ha hecho con alusiones grotescas que terminan haciendo burla de un mensaje serio. Pero si se transmite con sensibilidad, la víspera del Día de Todos los Santos puede ser un momento propicio para hablar del poder de Cristo sobre la muerte y el mal.

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La Biblia es un libro repleto de enigmas, misterios, parábolas y símbolos. El cristiano tiene todo el derecho a sondear la riqueza de la imaginación y las criaturas de la imaginación. No decepcionemos a nuestros hijos con una respuesta superficial o negativa a la celebración de Halloween. En cambio, celebremos la víspera como una que está enraizada en las grandes tradiciones que fueron establecidas para nosotros.

En su libro Celebration of Discipline, Richard Foster escribe: «¿Por qué permitir que Halloween sea una fiesta pagana en conmemoración de los poderes de la oscuridad? Llenemos la casa o la iglesia de luz; cantemos y celebremos la victoria de Cristo sobre las tinieblas».

¡En efecto!

Este artículo apareció originalmente en la edición del 22 de octubre de 1982 de Christianity Today.

A la fecha de la publicación original, Harold Myra era presidente ejecutivo de Christianity Today International.

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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