Antes de que Rosaria Butterfield se convirtiera en una autora cristiana popular, era profesora titular en la Universidad de Syracuse y una feminista lesbiana que luchaba por promover la causa de la igualdad LGBTQ. Se define a sí misma como una conversa improbable. En 1999, su vida se cruzó con el evangelio de Jesucristo a través de la hospitalidad radicalmente ordinaria de un amigo. De odiar a los cristianos a convertirse en uno de ellos, su transformación tuvo lugar lentamente y fuera del banco de una iglesia cuando alguien se atrevió a traer la iglesia hacia ella. En el libro más reciente de Butterfield, El evangelio viene con la llave de la casa [The Gospel Comes with a House Key], ella articula una hospitalidad con mentalidad evangélica que no se enfoca en tazas de té y carpetas tejidas, sino en el evangelismo misional. La escritora Lindsey Carlson habló con Butterfield sobre el significado de abrir nuestros corazones y hogares a nuestro prójimo.

Tú promueves un tipo de hospitalidad que desvía el enfoque de las tazas de té y las carpetas tejidas. ¿En qué se diferencia lo que tú llamas «hospitalidad radicalmente ordinaria» de lo que la mayoría de las personas considera como hospitalidad?

En primer lugar, no se trata de entretener a la gente. La hospitalidad se trata de conocer al extraño y darle la bienvenida para que se convierta en tu prójimo, y luego conocer a ese prójimo lo suficientemente bien como para que, si Dios lo permite por su poder, ese prójimo se convierta en parte de la familia de Dios a través del arrepentimiento y la fe. No tiene absolutamente nada que ver con entretener invitados.

El entretenimiento consiste en impresionar a las personas y mantenerlas a cierta distancia. La hospitalidad se trata de abrir tu corazón y tu hogar, tal como eres, y estar dispuesto a invitar a Jesús a la conversación, no para detener la conversación, sino para profundizarla.

La hospitalidad es fundamentalmente un acto de evangelización misional. Y no sabría qué hacer con una carpeta tejida si me la dieras. Probablemente, la usaría para limpiar lo que mis gatos ensucian con ella.

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Hay muchas personas hospitalarias que no han puesto su fe en Jesús como su salvador. ¿Cómo nos aseguramos de que nuestra hospitalidad refleje el evangelio de forma explícita?

Yo veo a una persona como portadora de la imagen de un Dios santo, y no me asusta de ninguna manera cualquier identidad mundana que pueda estar asociada a ese portador de la imagen de Dios.

Nos cuesta entender dos cosas. Primero, que los seres humanos tenemos una naturaleza pecaminosa, lo que significa que hemos sido fundamentalmente distorsionados por el pecado original, distraídos por el pecado real y manipulados por el pecado que mora en nosotros. Y segundo, luchamos con lo que significa llevar con nosotros la huella del Dios que nos hizo. Eso significa que, por mandato de Dios, estamos llamados a reflejar la imagen de Dios a través del conocimiento, la justicia y la santidad. Y las tres cosas requieren tener [primero] una conversión radical y una vida redimida en Cristo.

Para ser los portadores de la imagen de Dios que hemos sido llamados a ser, debemos nacer de nuevo. Pero es necesario darse cuenta de que las personas necesitan más que una comida: necesitan una comida y el evangelio de salvación. Necesitan saber cómo sus patrones de pecado y los pecados de los demás los afectan. Necesitan saber quién es el verdadero enemigo. Las personas no son nuestro enemigo. El pecado es nuestro enemigo.

¿Qué tan esencial fue la hospitalidad radicalmente ordinaria en tu propia conversión?

Cuando vivía como activista lesbiana, había estado en una relación lésbica durante algunos años y pensaba: «Esto es lo que soy y así es como quiero vivir». Después de que obtuve la titularidad de mi cargo como profesora en la universidad, comencé a escribir un libro que trataba sobre la derecha religiosa y las personas a las que supuestamente odiaban: gente como yo. Entonces conocí a un vecino, Ken Smith, quien era un pastor presbiteriano conservador. Y lo sorprendente fue que su casa se parecía mucho a mi casa.

Entre mis círculos en Nueva York, allá en los años 90, durante la crisis del SIDA, la casa de alguien estaba abierta todas las noches de la semana. Muchas cosas estaban sucediendo. La comunidad tuvo que reunirse, y no por invitación, sino simplemente porque había una crisis. Era una emergencia. Y nos llamábamos familia. Yo pensaba que eso era exclusivo de la comunidad gay.

Pero no era así. Porque la comunidad de Ken Smith también era así. La comunidad cristiana de Ken se reunía en su casa a todas horas. Y aprendí esto porque él me invitó a entrar. Durante dos años fui amada y acogida por una comunidad cristiana de la que me burlaba, a quienes despreciaba y rechazaba. Los aceptaba cuando me resultaba conveniente y los rechazaba en cualquier otra ocasión. Simplemente, no habría podido entrar a una iglesia si no hubiera tenido una amistad genuina con el hombre detrás del púlpito.

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Durante dos años, fui parte del ministerio de Ken y Floy Smith. Me reunía con ellos una vez a la semana. En su casa, la puerta estaba abierta de par en par. Siempre había gente entrando y saliendo de la casa; personas de la iglesia y personas que no eran de la iglesia. En su hogar tenían lugar conversaciones acaloradas y genuinas. Las personas hablaban honestamente y las lágrimas fluían. Pero era diferente porque Ken abría la Biblia, cantaba el Salterio y luego oraba. Era tan encantador que yo no podía evitar volver. Fue en este contexto de hospitalidad que Ken trajo la iglesia a mí, porque era imposible que yo llegara a la iglesia sin el puente de la casa de alguien.

Antes de llegar a la fe, ¿alguna vez trataste de escapar de la hospitalidad de tu amigo?

Oh, sí. La Biblia es un libro asombroso y nunca lo había leído. Estaba más que feliz de exponer mi crítica de un libro que nunca había leído. Soy una chica aficionada a los libros, y la Biblia realmente se mete dentro de ti. Y me hizo enfrentar algunas cosas realmente inquietantes. Me hizo enfrentar toda una categoría de pecado, tanto el mío como el de otras personas. Me hizo pensar en mi propio pasado, mi infancia, mis padres y mi fe católica anterior. Después de un tiempo, pensaba: «Sabes, estoy ocupada. No quiero esto». Y entonces simplemente dejaba de presentarme [a su casa]. Dejaba de responder el correo electrónico. Sin embargo, Ken me buscaba con delicadeza. Aparecía con una hogaza de pan que su esposa Floy había hecho. O un libro del que habíamos hablado. Hacíamos intercambios de libros. Cuando intentaba escabullirme, él simplemente regresaba amablemente, estaba al pendiente de mí y me decía que me extrañaba.

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¿Cómo se puede ofrecer hospitalidad sin ser agresivo o desagradable?

Es ahí donde ser muy consistente es realmente útil. Yo no hubiera respondido positivamente si me hubiera sentido acosada, si Ken hubiera dicho: «Reunámonos el martes 27 a las cinco en punto». Por el contrario, simplemente sabía que era bienvenida para cenar a las 5:30. La hospitalidad diaria no hace que las personas se sientan acosadas. Si tienen la fortaleza, el coraje, la sobriedad y la salud mental para levantarse de esa cama y cruzar esa puerta hacia la tuya, le brinda espacio a las personas. Vivimos en un mundo donde se nos dice que las conversaciones bíblicas son discursos de odio. Eso es ridículo. Lo que no puedes hacer es realizar pequeñas incursiones furtivas en la vida de las personas como un mojigato moral y luego esperar que las personas te lo agradezcan. Si quieres tener conversaciones sólidas, tienes que construir relaciones. Si tienes buenos modales, te asegurarás de tener relaciones sólidas antes de tener conversaciones sólidas. Eso es cierto con tus hijos, tus vecinos y con todos los demás.

Para muchas personas, las invitaciones se sienten muy formales y exclusivas para un día y una hora. Pero extender una oferta que dice «nos encantaría verte de la forma en que más te convenga» les brinda a las personas la oportunidad de colarse. A veces, demasiada atención enfocada en el invitado puede ser abrumadora, pero ser uno entre muchos no es tan amenazador. Y tener límites flexibles ayuda a eso: «comeremos a las 6:30, siéntase libre de venir». Reduce el protagonismo de los invitados.

¿Cómo se ve la hospitalidad radicalmente ordinaria cuando vives en una comunidad donde las personas van y vienen del trabajo, meten sus autos en el garaje, cierran la puerta y nunca hablan con sus vecinos? ¿Cómo involucras a las personas que parecen completamente desinteresadas y nunca aceptan tu invitación?

Puedes ofrecer invitaciones abiertas, especialmente invitaciones para eventos al aire libre. Nosotros ponemos una invitación en una aplicación llamada NextDoor que dice: «Vamos a tener una comida al aire libre. Trae una silla plegable y un amigo». Y nos hemos dado cuenta de que hay una regla del 10 por ciento. Si invitas a todos, vendrá alrededor del 10 por ciento. Y también sugeriría ser consistente. Sé cálido al responder a las personas. Echa redes anchas.

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En algunos casos, si estamos respondiendo ante una crisis, por ejemplo, nuestra iglesia acude para ayudar. De esa manera, cuando aparecen los vecinos, ya hay 30 personas que están asando a la parrilla, hablando, llenando globos de agua, repartiendo sandía. Esto elimina la incomodidad de ser el primero en llegar.

Olvidamos que la hospitalidad no es simplemente una adición que haces cuando tienes un sábado por la tarde libre. Es el puente que Dios va a usar para resolver los mayores problemas en la vida de las personas.

Date cuenta de que tus vecinos están luchando con cosas. No me importa qué tan ordenada se vea tu casa una vez que cierras la puerta. Nadie se encuentra de maravilla. A mí no me está yendo de maravilla, a ti no te está yendo de maravilla. Estamos cansados, estamos de mal humor y necesitamos ayuda. Y si eso es cierto para aquellos de nosotros que tenemos el poder del Espíritu Santo en nosotros, ¿cuánto más para aquellos que no lo tienen?

Usted enfatiza que los creyentes deben usar sus hogares de una manera diaria que busque «hacer de los extraños prójimo, y del prójimo, familia de Dios». ¿Significa esto que nuestras puertas siempre deben estar abiertas?

Diario es un casi. Si tienes gripe, no la compartas. Pero la idea es que, en la iglesia, la casa de alguien siempre esté abierta. Que las personas tengan un lugar para reunirse con el pueblo de Dios. Y a medida que el pueblo de Dios se reúne, tienen la previsión de abrir las puertas. Pero si nadie está haciendo eso, debemos preguntarnos: ¿Por qué?

Siento que los cristianos tienen esta actitud de creerse buenos en la hospitalidad. Pero vivimos en una dieta de hambre. Las personas necesitan reunirse. Hay muchos problemas que surgen en un día, especialmente para los miembros solteros de nuestra iglesia. Son parte de la familia. ¿Cómo llegamos aquí? Dios nos buscó, nos trajo a la mesa y nos puso sus vestiduras de justicia; Él nos cuidó, nos crió y nos dio un nombre. Estos son gestos que deben ser replicados en el cuerpo. No está bien dejar a las personas en el dolor de la soledad.

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¿Es cierto que las familias tienen diferentes capacidades para practicar la hospitalidad de acuerdo a la etapa de la vida en que se encuentren?

Nosotros estamos en un momento en nuestra familia donde nuestros hijos, a su edad, pueden participar en este ministerio de hospitalidad. Se preguntan qué pasa cuando nadie se presenta a cenar en nuestra casa.

Durante 10 años fuimos padres adoptivos del sistema de acogida y todos los años teníamos nuevos bebés con nosotros. Mi ministerio en aquel entonces era para los niños quebrantados y los trabajadores sociales vinculados a esos niños. En un momento, eran los niños mayores en el sistema de acogida los que tenían que venir acompañados por un guardia de seguridad y un trabajador social, y necesitaban hospitalidad. Tenía que estar dispuesta a decir: «Aquí es donde estoy, ¿quién está ahí afuera?».

En esos días, si me preguntaban cómo decoraba [mi casa], yo decía: «con juguetes Matchbox, dinosaurios de plástico y Legos». Esa es tu gente. No olvidemos lo importantes que son los niños.

¿Cómo afectó tu propia infancia difícil la forma en que te acercas a los niños?

Cuando Jesús dijo: «Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan» [Mateo 19:14], no es porque los niños sean lindos y huelan bien. Es porque debes cuidarlos. Miro a los niños en mi vecindario y, aunque las cosas son difíciles para ellos, pienso: «Ese podría ser mi futuro pastor algún día». Y los niños se toman las cosas con mucha sensibilidad, incluso las difíciles. Cuando pasa algo en el barrio, ellos se fijan en los detalles. Por eso, hemos entrenado a nuestros hijos para que inviten a sus amigos a cenar, para que estén atentos a los niños que no están bien y para que defiendan a los que están siendo acosados. Y como adultos, tenemos que estar dispuestos a preguntarles a sus padres si está pasando algo en sus vidas en lo que podamos ayudar. Y luego estar listo para decir «absolutamente» y ayudar.

Si el evangelio viene con la llave de la casa, ¿por qué los cristianos dudan tanto en abrir sus puertas? ¿Cuáles son los mayores obstáculos que se interponen en el camino de nuestra hospitalidad?

Hay una serie de obstáculos. Una es que hemos convertido nuestra alfombra blanca y nuestros propios límites en ídolos. No puedo decirte cuántas veces he oído hablar de los cristianos y sus límites. Yo no muestro reverencia ante los límites de las personas. Pero, parte de esto es cultural. No me criaron con límites, porque ¿quién tendría límites en medio de una crisis?

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Si crees que vivimos en un mundo poscristiano y crees que esto es una crisis, entonces actuemos como tal. La forma en que lidiamos con la crisis es entender que la hospitalidad es una forma de guerra espiritual. Invocamos del cielo el poder del evangelio para salvar, y abrazamos a nuestro prójimo que todavía no ha encontrado la salvación en Jesús.

¿El miedo juega un papel en los creyentes que evitan la hospitalidad?

El miedo es lo que nos hace sentir que ya no somos útiles; que el vocabulario ha cambiado y que no sabemos cómo hablar con las personas. O tenemos miedo a decir algo incorrecto. O tenemos miedo a cenar con pecadores. Creo que realmente tenemos miedo a no tener nada que ofrecer, por lo que preferimos agacharnos con nuestra comunidad más cercana en la iglesia, establecer un foso a nuestro alrededor y cerrar la puerta. Pero en ese caso, nunca verás el poder del evangelio para cambiar los corazones, las mentes y las vidas de las personas que parecen estar más fuera del reino de Dios.

¿Cómo alentaría a las personas que están aterrorizadas ante la idea de practicar la hospitalidad radicalmente ordinaria? ¿Por dónde deberían empezar?

Les diría que busquen a alguien que ya lo esté haciendo y ofrezcan ayuda. Y me encanta cuando las personas hacen eso. Ya sabes, las personas dirán: «No sé cómo hacer esto o aquello». Pero yo paso de dos a tres horas al día cortando verduras. Ven a ayudar.

No todos son llamados a todos los ministerios. Algunas personas son mejores con ciertos problemas que otros. Eso es genial. Solo haz lo que haces y abre tus brazos un poco más.

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