Si le hubieras dicho a un pastor evangélico en 2005 que el Libro de Oración Común pronto podría estar más de moda que las cafeterías en el recibidor de la iglesia, es casi seguro que se habría reído.

No hace mucho tiempo que innumerables iglesias evangélicas abandonaron el uso de libros de oraciones y cambiaron sus himnarios por proyectores de alta resolución. El uso del calendario histórico que daba orden a los servicios de la iglesia se convirtió en una rareza cuando la mayoría de las iglesias comenzaron a desarrollar series temáticas de sermones o a predicar a través de la Biblia, un libro a la vez.

La oración litúrgica y la confesión responsorial se perdieron en el camino, e incluso los nombres de las iglesias cambiaron de manera que distanciaron a las congregaciones de sus raíces denominacionales, de tal forma que muchas «Iglesia Bautista de la Ciudad» se convirtieron en «Comunidad Cristiana de la Ciudad».

En resumen, los ritmos, lecturas, patrones y oraciones de las liturgias históricas pasaron de moda decididamente.

Sin embargo, en los últimos años, una nueva tendencia ha comenzado a surgir, especialmente en Estados Unidos. Cualquiera que pase tiempo entre cristianos de 20 o 30 años de edad probablemente haya notado un aumento importante en el uso de la palabra liturgia, que se ha convertido en un lugar común tanto en la adoración corporativa como en la práctica espiritual privada.

Incluso algunas iglesias no denominacionales que buscaron distanciarse de las tradiciones formales hace más o menos una década han comenzado consistentemente a terminar los servicios con la Doxología o a adoptar el uso de fórmulas responsoriales simples que provienen de antaño, tales como «Esta es la Palabra del Señor. Demos gracias a Dios».

Muchos jóvenes cristianos están encontrando vitalidad espiritual y constancia donde menos lo hubieran esperado, y hay mucho que celebrar en esta recuperación de las hermosas oraciones y prácticas de nuestros antepasados en la fe.

Esta tendencia, sin embargo, no está exenta de inconvenientes. A medida que la liturgia regresa abstractamente «en boga», los jóvenes cristianos han mostrado una tendencia preocupante a cambiar de iglesia, de denominación, e incluso de tradiciones, tomando como punto de referencia la práctica litúrgica sin mucha consideración por la doctrina.

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En muchos casos, los jóvenes evangélicos que antes asistían a iglesias que ponen poco énfasis en lo ritual, ahora acuden en masa a congregaciones cuya estética de adoración se siente más antigua u ordenada, especialmente iglesias anglicanas, católicas y ortodoxas, ya sea sin darse cuenta de sus diferencias confesionales o, en algunos casos, simplemente ignorándolas.

Según un estudio realizado por Barna Group en 2018, mientras que algunos cristianos de la generación del milenio sienten que la adoración litúrgica está desactualizada, «también es más probable que sientan curiosidad al respecto... [y] son los más propensos a hacer un cambio de una iglesia no litúrgica a una litúrgica».

En la búsqueda bien intencionada de una vida de culto y adoración más rica, y de un sentido de herencia espiritual, estos «conversos por la estética», como podríamos llamarlos, corren el riesgo de separar el contenido histórico y doctrinal de la adoración de una iglesia de sus expresiones externas y artísticas.

Por supuesto, un miembro de la iglesia no necesita estar de acuerdo con cada punto menor de la doctrina en la declaración de fe de la iglesia, y en muchos casos, una apreciación por la liturgia es simplemente el primer paso en una consideración reflexiva tanto de la enseñanza como de las prácticas de una iglesia o tradición.

El prominente erudito del Nuevo Testamento Michael Bird relató su propio viaje al anglicanismo en términos similares. Dijo que fue un profundo aprecio por el Libro de Oración Común lo que primero provocó su movimiento del presbiterianismo a la iglesia anglicana.

No hay nada de malo en permitir que el alimento espiritual de la liturgia histórica nos guíe a una búsqueda ferviente de Dios, cuando se combina con una búsqueda diligente de la verdad bíblica. Esta búsqueda aún puede guiar a una nueva tradición, o simplemente puede llevar a profundizar en la adoración histórica de cualquier tradición.

Un bautista, por ejemplo, puede usar y apreciar el Libro de Oración Común sin convertirse al anglicanismo, especialmente si los puntos más finos de la enseñanza anglicana están en desacuerdo con algunas de sus otras convicciones. Pero tal vez su apreciación de su tradición histórica podría llevarlo a profundizar en la historia de la iglesia bautista y encontrar ejemplares valiosos dentro de esa corriente.

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Por ejemplo, el libro de Rodney Kennedy y Derek Hatch Gathering Together argumenta que los bautistas pueden y deben explorar tanto el legado de su propia tradición como las contribuciones de otros para abordar lo que llaman «la relativa escasez de recursos para los bautistas en los Estados Unidos relacionados con la práctica de la adoración».

Alternativamente, alguien que ha sido pentecostal de por vida puede sentirse atraído por el sentido de la tradición y la antigua continuidad en la iglesia ortodoxa oriental. El pentecostal podría explorar sus enseñanzas, en toda su profundidad de adoración y doctrina, y finalmente elegir convertirse en ortodoxo.

Winfield Bevins ha argumentado en su libro Ever Ancient, Ever New: The Allure of Liturgy for a New Generation que tales migraciones sinceras y reflexivas pintan una contranarrativa esperanzadora a la tendencia habitual de los jóvenes que simplemente dejan atrás la iglesia.

Pero lo que debe evitarse, creo, es migrar de una tradición a otra exclusivamente por sus formas externas, sin tener en cuenta el corazón de su doctrina. La estética de la adoración, por ejemplo, es algo bueno y vital, pero no deben exaltarse por encima de la sustancia de esa adoración, ni deben oscurecerla.

Si la moda de la liturgia puede separar las prácticas de adoración de su teología subyacente, existe un riesgo muy real de que abarataremos la liturgia y debilitemos su utilidad espiritual. La sospecha protestante histórica de la liturgia, a pesar de todos sus efectos secundarios negativos, tiene raíces bien intencionadas en su respuesta a la religiosidad ritualista espiritualmente muerta que prevaleció en la Edad Media.

Incluso la iglesia católica moderna reconoce este peligro. En 2019, el Papa Francisco advirtió a un grupo de cardenales sobre los peligros de la liturgia «hágalo usted mismo», y afirmó que la liturgia es «un tesoro vivo que no puede reducirse a sabores, recetas y corrientes... no es “el campo del hágalo usted mismo”, sino la epifanía de la comunión eclesial».

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Cuando la práctica litúrgica personal no se une al discipulado holístico y al compromiso constante con una auténtica comunidad de otros seguidores serios de Cristo, puede convertirse rápidamente en poco más que una forma de automedicación habitual.

La liturgia a la carta puede ofrecer un sentido de consistencia en un mundo caótico, y tal vez ser ligeramente beneficiosa desde el punto de vista de la salud mental, pero como una forma de «practicar verdaderamente la presencia de Dios», pronto pierde su utilidad y se diluye tristemente.

Permítanme hacer un par de breves aclaraciones antes de ofrecer algunas posibles soluciones.

En primer lugar, esto no debe interpretarse como ningún tipo de postura defensiva contra las iglesias con formas más litúrgicas de culto. El meollo de la cuestión no es la «conversión» intra cristiana, sino el peligro de divorciar la doctrina de los rituales devocionales. Los líderes de la iglesia en ambos lados de la división litúrgica, en otras palabras, las iglesias que pierden miembros y las que ganan miembros, deben ser igualmente cautelosos con respecto a esta tendencia.

En segundo lugar, advertir contra la separación de la liturgia de su sustancia no es de ninguna manera sugerir que las expresiones congregacionales, litúrgicas o de otro tipo, sean simplemente una cubierta estética para la teología proposicional. Por el contrario, es precisamente porque las prácticas auténticas de oración y culto son tan centrales para la fe cristiana que debemos preservar la unidad y la integridad de la liturgia y la teología.

De hecho, cuando se entiende y practica adecuadamente, la liturgia es un tipo de teología, en la medida en que es un ejercicio de verdadera adoración y comunión con Dios. Esta unidad debe defenderse contra la erosión accidental que ocurre cuando los adoradores exploratorios bien intencionados descuidan pensar en el significado y el significado de ciertas oraciones o prácticas.

Con esta preocupación en mente, ¿a dónde debemos ir a partir de aquí?

Creo que debemos aspirar a reunificar la liturgia rica y rítmica con la profundidad de la verdad bíblica y la reflexión teológica que la inspiró. El Libro de Oración Común es poderoso y hermoso precisamente porque está tan cuidadosamente fundado en las palabras de las Escrituras y las convicciones teológicas de los reformadores ingleses como Thomas Cranmer.

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El renacimiento actual de la adoración litúrgica, que es en muchos sentidos un redescubrimiento de las prácticas espirituales de adoración a lo largo de la historia de la iglesia, debe ir acompañado de nuestro redescubrimiento de la rica historia doctrinal y teológica de las respectivas denominaciones y tradiciones de las que surgieron estas prácticas.

En su libro Theological Retrieval for Evangelicals, el teólogo histórico y pastor bautista Gavin Ortlund sostiene que «podemos y debemos fortalecer la vitalidad del protestantismo evangélico al pensar en nuestra identidad histórica con un mayor escrutinio y autoconciencia, y hacer teología involucrándonos conscientemente con los credos clásicos, las confesiones y los textos teológicos de la iglesia».

¡Con este fin, hago una exhortación a las iglesias y a los cristianos para que profundicen en su herencia! Ya sea que seamos presbiterianos o pentecostales, ortodoxos o metodistas, nuestras iglesias están arraigadas en una tradición de creyentes fieles que las han precedido y han sentado las bases para la comunidad de discípulos. En lugar de cortar la rama en la que estamos sentados al distanciarnos de las etiquetas denominacionales, hagamos todo lo posible para aprender nuestra propia historia.

Así como Pablo instruyó a los corintios a imitarlo como él imitó a Cristo, así también nosotros podemos encontrar ejemplos de imitación fiel de Cristo en la historia de nuestra propia iglesia y tradición.

Busquemos credos, confesiones y catecismos que han dado forma a la teología de nuestra iglesia. Identifiquemos las oraciones, himnos y otras formas de adoración que surgieron de nuestra propia tradición. Puede que no todos sean de nuestro agrado, pero al menos nos orientarán con precisión mientras buscamos hallar nuestra propia posición en el tapiz de provisión misericordiosa que es la historia de la iglesia de Cristo.

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Para aquellos en posiciones de liderazgo en nuestras iglesias, ofrezco una sugerencia adicional: ¡Enseñen la historia de su iglesia a sus miembros! Lo más probable es que muchos de sus feligreses no sepan casi nada sobre la historia individual de su iglesia y el legado denominacional más amplio. ¡Bien puede ser el caso de que los jóvenes creyentes se sientan históricamente desconectados no porque su iglesia carezca de una rica historia, sino simplemente porque nadie la ha compartido con ellos!

A medida que la próxima generación de cristianos redescubre las oraciones y alabanzas de nuestros predecesores, reintroduzcámonos nosotros mismos y a nuestras congregaciones a nuestra historia eclesiástica, en toda su diversidad y complejidad.

Si el Señor así lo permite, un amor renovado por nuestros propios legados litúrgicos demostrará ser una tendencia mucho más fructífera que abrir más cafeterías en las iglesias, y es mucho menos probable que deje manchas en la alfombra del santuario.

Benjamin Vincent es pastor de jóvenes y adultos jóvenes en la iglesia Journey of Faith Bellflower en Bellflower, California, y profesor de historia y teología en Pacifica Christian High School en Newport Beach.

Traducción por Sergio Salazar.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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