Tenían razón. Me equivoqué al llamar crisis a los casos de abuso sexual en la Convención Bautista del Sur (SBC, por sus siglas en inglés). Crisis es una palabra demasiado pequeña. Es un apocalipsis.

Alguien me preguntó hace unas semanas qué esperaba de la investigación de terceros sobre la gestión de los abusos sexuales por parte del Comité Ejecutivo de la Convención Bautista del Sur [enlaces en inglés]. Dije que no esperaba que me sorprendiera en absoluto. ¿Cómo podría sorprenderme? Viví durante años con esa entidad. Fui yo quien pidió esa investigación en primer lugar.

Y sin embargo, al leer el informe, me di cuenta de que no podía pasar a la página siguiente porque me temblaban las manos de rabia. Eso se debe a que, por muy oscura que fuera mi opinión sobre el Comité Ejecutivo de la SBC, la investigación descubrió una realidad mucho más perversa y sistémica de la que yo mismo imaginaba.

Las conclusiones del informe son tan masivas que casi desafían el resumen. Corrobora y detalla las acusaciones de engaño, obstrucción e intimidación contra las víctimas y contra todos aquellos que pidieron una reforma. Incluye conversaciones escritas entre altos líderes del Comité Ejecutivo y sus abogados que muestran un tipo de inhumanidad que difícilmente se podría haber escrito en un guión para los villanos de una novela policiaca de televisión. Documenta insensibles encubrimientos por parte de algunos líderes de la SBC y acusaciones creíbles de comportamientos sexuales depredadores por parte de algunos de ellos, incluido Johnny Hunt, expresidente de la SBC (y que era una de las pocas figuras de la vida de la SBC que parecía ser respetada a través de todas las divisiones típicas).

Y luego está el maltrato documentado por el Comité Ejecutivo a una superviviente de abusos sexuales, cuya propia historia de abusos fue alterada para hacer parecer que su caso de abuso era fue una «aventura» con consentimiento mutuo, trayendo como resultado años de infierno para ella, tal como lo corrobora el informe.

Durante años, los líderes del Comité Ejecutivo dijeron que la posibilidad de la creación de una base de datos —para evitar que los depredadores sexuales pasaran tranquilamente de una iglesia a otra, es decir, a un nuevo grupo de víctimas— se había investigado a profundidad y se había descubierto que era legalmente imposible, dada la autonomía de las iglesias bautistas. Me quedé con la boca abierta cuando leí en el reporte pruebas documentadas de que estas mismas personas no solo ya sabían cómo crear una base de datos, sino que ya la tenían.

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Las acusaciones de violencia y agresión sexual se colocaron, según el informe, en un archivo secreto en la sede de la SBC en Nashville. Contenía más de 700 casos. No solo no se hizo nada para impedir que estos depredadores siguieran cometiendo sus infernales crímenes, sino que, al parecer, se le dijo a los miembros del personal que ni siquiera establecieran comunicación con aquellos que preguntaran cómo detener las violaciones sexuales contra sus hijos a manos de un ministro. En lugar de tener una base de datos para proteger a las víctimas de abusos sexuales, el informe revela que estos líderes tenían una base de datos para protegerse a sí mismos.

De hecho, los mismos que me reprendieron a mí y a otros por utilizar la palabra crisis en referencia a los casos de abuso sexual en la SBC no solo sabían que existía tal crisis, sino que la documentaban en silencio, incluso mientras le decían a los que luchaban por una reforma que tales delitos rara vez ocurrían entre «gente como nosotros». Cuando leo la correspondencia entre algunos de estos presidentes, personal de alto rango y sus abogados, no puedo evitar preguntarme qué más puede llamarse esto sino una conspiración criminal.

El verdadero horror de todo esto no es solo lo que se ha hecho, sino también cómo ha ocurrido. Dos afirmaciones extraordinariamente poderosas de los bautistas del sur de todos los días —la fidelidad bíblica y la misión cooperativa— fueron utilizadas en su contra.

Los que no pertenecen al mundo de la SBC no pueden imaginar el poder de la mitología del Café Du Monde. Se trata del lugar del Barrio Francés de Nueva Orleans donde, entre beignets y café, dos hombres, Paige Patterson y Paul Pressler, trazaron sobre una servilleta cómo podría la convención restablecer el compromiso con la verdad de la Biblia y la fidelidad a sus documentos confesionales.

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Para los bautistas del sur de cierta edad, esta historia es el equivalente a la puerta de Wittenberg para los luteranos o a la calle Aldersgate para los metodistas. La convención se salvó del liberalismo gracias a la valentía de estos dos hombres que no dieron marcha atrás, según creíamos. De hecho, enseñé esta historia a mis alumnos.

Esos dos líderes míticos ahora están en desgracia. Uno fue despedido tras la supuesta mala gestión de la denuncia de una víctima de violación en una institución que él dirigía, y después de que se documentara que hacía comentarios públicos sobre el aspecto físico de las adolescentes, así como sus sesiones de consejería con mujeres abusadas físicamente por sus maridos. El otro se encuentra ahora en un proceso civil por acusaciones de violación de jóvenes varones.

Se nos dijo que querían conservar la religión de antaño. Lo que querían era conquistar a sus enemigos y hacer vidrieras de colores para honrarse a sí mismos, sin importar quién saliera herido en el proceso.

¿Quién no puede ver ahora la podredumbre de una cultura que hace movilizaciones para exiliar a las iglesias que llaman «pastor» a una mujer del personal, o que invitan a una mujer a hablar desde el púlpito el Día de la Madre, pero que desestima las violaciones y los abusos sexuales como «distracciones» y los esfuerzos por enfrentarlos como violaciones de la apreciada autonomía de la iglesia? El día de hoy, en ciertos sectores de la SBC, las mujeres que llevan leggings son una crisis en redes sociales; responder a los casos de violación en la iglesia es una distracción.

La mayoría de la gente en los bancos de la iglesia creía en la Biblia y quería apoyar a los líderes que también lo hacían. No sabían que algunos utilizarían la verdad de la Biblia para apuntalar una mentira sobre ellos mismos.

La segunda parte de la mitología es la de la misión. Yo le dicho a mis propios alumnos, a mis propios hijos, exactamente lo que me dijeron a mí: que el Programa Cooperativo es la mayor estrategia de financiación de misiones en la historia de la iglesia. Todos los que crecimos en iglesias bautistas del sur veneramos a la misionera pionera Lottie Moon. (De hecho, tengo una estatua de bronce de su cabeza justo enfrente de mí mientras escribo esto). Los misioneros bautistas del sur son algunas de las personas más desinteresadas, humildes y dotadas que conozco.

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Y, sin embargo, el buen impulso de los bautistas del sur por las misiones, por la cooperación, se utiliza a menudo como arma, de la misma manera que la «gracia» o el «perdón» se han utilizado en innumerables contextos para culpar a los supervivientes de sus propios abusos. El propio informe documenta cómo se utilizaron los argumentos de que las «víctimas profesionales» y quienes las apoyaran serían una herramienta del Diablo para «distraer» de la misión.

A los que pedían una reforma se les dijo que hacerlo podría hacer que algunas iglesias retuvieran la financiamiento del Programa Cooperativo y, por tanto, sus acciones retirarían a los misioneros del campo. A los que denunciaron la magnitud del problema —sobre todo Christa Brown y el ejército de infatigables supervivientes que se unieron a esa labor— se les llamó locos y descontentos que solo querían quemarlo todo. Ya es bastante malo que estos supervivientes no solo soportaran la guerra psicológica y el acoso legal, sino que también se les aisló con las implicaciones de que si seguían centrándose en los casos de abuso sexual, la gente no oiría el evangelio y se iría al infierno.

La cooperación es un ideal bueno y bíblico, pero la cooperación no debe servir para «proteger las bases». Los que han utilizado esas frases saben lo que querían decir. Saben que si uno se sale de la línea, será rechazado y acusado de ser liberal, marxista o feminista. Saben que los más mezquinos se movilizarán, y que los «buenos» guardarán silencio. Y eso no es nada, nada, comparado con lo que soportan las víctimas de abusos sexuales, incluidos los niños que no están en las «bases».

Cuando mi mujer y yo salimos de la última reunión del Comité Ejecutivo de la SBC a la que asistimos (o asistiríamos jamás), me miró y me dijo: «Te amo, estoy contigo hasta el final, y puedes hacer lo que quieras, pero si sigues siendo bautista del sur, para el verano estarás en un matrimonio interconfesional». No estoy hablando de una mujer dada a los ultimátums, de hecho ése fue el primero que escuché de su parte. Pero ella había visto y oído demasiado. Y yo también.

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No puedo imaginar la rabia que están experimentando ahora mismo quienes han sobrevivido a los abusos sexuales cometidos dentro de la iglesia. Solo conozco de primera mano la rabia de quien nunca esperó decir nada más que «nosotros» al referirse a la Convención Bautista del Sur, y que nunca podrá volver a hacerlo. Solo conozco de primera mano la rabia de quien ama a las personas que me hablaron de Jesús por primera vez, pero no puede creer que esto es lo que esperaban que hiciera o lo que esperaban que fuera. Solo conozco de primera mano la rabia de quien se pregunta, mientras lee lo que ocurrió en el séptimo piso de ese edificio de la Convención Bautista del Sur, cuántos niños fueron violados, cuántas personas fueron agredidas, cuántos gritos fueron silenciados, mientras nos jactábamos de que nadie podía alcanzar al mundo y ganarlo para Jesús como nosotros.

Esto es más que una crisis. Es incluso más que un crimen. Es una blasfemia. Y cualquiera a quien le importe el cielo debería estar infernalmente enojado.

Russell Moore dirige el Proyecto de Teología Pública en Christianity Today.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.

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