Nota del editor: Este artículo apareció en la versión impresa de la revista en inglés antes del intento de asesinato contra el expresidente Donald Trump. Lo publicamos en línea en inglés (y ahora en español) antes de lo previsto dada su relevancia en el momento actual.

Estados Unidos se encuentra en medio de otra elección presidencial que, en muchos sentidos, provoca un déjà vu de 2020, año que fue un punto álgido del malestar político y social que tal vez muchos desearían poder olvidar. Y si bien es posible que no estemos viviendo tiempos sin precedentes (sería útil un breve repaso de la no muy lejana década de 1960), nuestro país está experimentando un aumento en la violencia por motivos políticos.

Un estudio de 2023 del Centro de Política de la Universidad de Virginia encontró que el 40 por ciento de los partidarios de Biden y Trump «creían al menos parcialmente que la otra parte se había vuelto tan extrema que sería aceptable usar la violencia para impedirles alcanzar sus objetivos». En respuesta a hallazgos similares del Public Religion Research Institute, la National Association of Evangelicals emitió una declaración de líderes evangélicos condenando la violencia como una herramienta política justificable.

Respuestas como estas son bienvenidas y útiles. Es crucial que los líderes evangélicos y otros líderes eclesiásticos que ministran en la vida cotidiana hablen y actúen contra esta alarmante tendencia, así como la sensación de desesperación que la justifica.

Sin embargo, creo que el Espíritu de Jesús le ha dado a la iglesia algo aún mayor para enfrentar nuestro momento presente. La violencia política no es solo un problema sociopolítico que debe ser denunciado, sino que exige una nueva visión del discipulado cultivada y alentada desde el púlpito.

Tal como lo manifiesta el teólogo francés Jacques Ellul, «el papel del cristiano en la sociedad» es «hacer añicos las fatalidades y las necesidades» asociadas con la violencia. Una tarea tan amplia requiere una visión más sólida de la teología pastoral: una que rechace la pasividad para imaginar una presencia cristiana fiel al evangelio en un clima sociopolítico hostil.

Article continues below

Una posible fuente de esta visión renovada es el testimonio histórico de Kornelis Heiko Miskotte, pastor teólogo reformado holandés que pasó la guerra en Ámsterdam cuando esta fue ocupada por los nazis. Miskotte desafió el régimen político de Adolf Hitler y arriesgó su vida para albergar a judíos en su casa. Pero también participó en una forma singularmente teológica de resistencia a través de sus escritos, incluido un tratado bíblico ampliamente distribuido que, según sus editores, sirvió como una especie de «catecismo antinazi».

Miskotte fue contemporáneo del pastor y teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer, así como también admirador de Karl Barth. Sin embargo, su nombre ha sido relativamente olvidado en la historia, en parte porque sus obras no fueron traducidas al inglés sino hasta hace poco. Pero puede haber otra razón para la oscuridad que ha rodeado a Miskotte en comparación con Bonhoeffer: él no murió por su causa.

Cuando se trata de desafiar la pasividad cristiana, los cristianos a menudo recurren a la sabiduría de Bonhoeffer, quien fue una voz destacada en la Iglesia Confesante, un movimiento clerical que resistió la nazificación de las iglesias protestantes de Alemania. En lugar de huir a Estados Unidos, Bonhoeffer regresó a Alemania antes de la guerra. Se le prohibió dar conferencias y predicar y finalmente se unió a una conspiración para asesinar a Hitler, lo que condujo a su encarcelamiento y ejecución final.

Sin embargo, muchos hoy han fracturado y torcido el legado de Bonhoeffer al separar su biografía de su teología. Esta distorsión crea una «opción Bonhoeffer», que equivale a un permiso tácito para considerar la violencia política como una solución viable. En un artículo reciente que defiende el apoyo evangélico a Trump, el profesor Mark DeVine hace precisamente eso: «Bonhoeffer vio a la civilización misma en el punto de mira del mal. Los Trumpers ven lo mismo».

Sin embargo, el teólogo alemán Hans Ulrich, quien estudió con algunos de los contemporáneos de Bonhoeffer después de la guerra, tiene una perspectiva diferente que la de DeVine: «El testimonio de Bonhoeffer no es su muerte sino su deseo de cumplir la voluntad de Dios».

Article continues below

Después del fallido intento de asesinato, Bonhoeffer acogió libremente el juicio de Dios y escribió:

Si uno ha renunciado por completo a hacer algo de sí mismo, ya sea un santo, un pecador convertido o un líder de la iglesia... entonces uno se arroja completamente en los brazos de Dios.

La decisión de Bonhoeffer lo colocó más allá de los límites de los sistemas éticos, frustrando a quienes lo utilizarían como justificación moral para la violencia política. Más bien, debemos prestar atención a la teología que alimentó la fe de Bonhoeffer: una teología que nació de años de lucha con la voluntad de Dios en medio de la vida cotidiana, y mientras ayudaba a su iglesia a hacer lo mismo. Solo una teología pastoral robusta y arraigada en la fidelidad cotidiana puede imaginar una resistencia teológica fiel al mal.

Una teología pastoral bíblica debería brindar a los líderes eclesiales recursos para ayudar a los miembros de su iglesia a responder preguntas vitales como «¿En quién confiamos?» y «¿Qué esperamos?», que tienen un profundo impacto tanto en nuestra vida cotidiana como en los momentos más extremos. Y como diría Eugene Peterson, el trabajo principal de un pastor no es atizar a los feligreses en favor de una causa partidista, sino más bien, como escribió su biógrafo, «enseñarle a la gente a orar y enseñarles a tener una buena muerte».

La teología pastoral unidireccional hace esto posible al recordarle a la gente el poder de la Palabra de Dios, lo que nos lleva de regreso a Miskotte. Cuando sus conciudadanos holandeses enfrentaron la costosa elección de una inacción piadosa o una reacción violenta, Miskotte los invitó a una forma de resistencia teológicamente sostenida, pero políticamente activa. El creía que esto comenzaba con el acto simple pero radical de escuchar:

Muchos claman por la acción. Pero, ¿podría ser que la acción primordial sea escuchar? Esa escucha que surgió en tiempos pasados como resistencia contra los poderes mundanos y que hizo crecer el número de martirios, pero también elevó un canto nuevo. Esa escucha que hizo emerger un nuevo diaconado y una nueva confesión, pero también incrementó el sufrimiento.

Article continues below

Miskotte vio que la ocupación nazi en Ámsterdam produjo una renovada y sorprendente hambre por las Escrituras, incluido un brote de grupos de estudio bíblico en las ciudades ocupadas en el invierno de 1940. Miskotte personalmente facilitó algunas de estas reuniones clandestinas y, con su formación teológica, publicó y distribuyó una guía de estudio para satisfacer la desesperada necesidad de recursos bíblicos.

Su panfleto, titulado ABC bíblico, apuntaba a las raíces religiosas del nazismo. La cartilla comenzaba con la importancia del nombre de Dios, que Miskotte veía como la «piedra angular» de toda «resistencia» contra el autoritarismo y la decadencia de la verdad. «Cuanto más firmemente creemos en el Nombre», escribió Miskotte, «más incrédulos nos volvemos hacia los poderes primordiales de la vida».

Miskotte esperaba que al reencontrarse con este Dios vivo y reimaginar lo que significa ser bíblico, los cristianos holandeses pudieran cultivar una «mejor resistencia» contra la ocupación nazi.

De este modo, Miskotte veía la santificación cristiana como una forma de sabotaje. El Dios de Israel revelado en la Biblia y en Jesucristo, dijo Miskotte, «es, desde el principio, un saboteador». Jesús no solo destruye nuestras ideas humanas sobre Dios y la religión, sino que la santificación nos coloca en el santo sabotaje continuo de nuestras vidas y los mundos sociopolíticos que las definen. La santidad bíblica, argumentó Miskotte, no es solo virtud moral sino sabotaje santificado.

En su ensayo sobre la obra de Miskotte, el teólogo Philip G. Ziegler dice que una clave para «la santificación del Nombre es la incredulidad y la desobediencia activas en contra de los poderes religiosos que habitan el inframundo y que impulsan la vida natural».

Sin embargo, incluso esta forma de resistencia teológica no violenta es a menudo considerada como una subversión real por parte de los poderes activos del sistema político —especialmente por personas cuyas visiones de paz, justicia y grandeza entran en conflicto con las del reino de Dios—.

Article continues below

Por ejemplo, cuando Jan Koopmans, uno de los pastores holandeses compañeros de Miskotte, publicó un panfleto similar en el que confesaba: «Primero somos cristianos, después holandeses», las SS holandesas marcaron el expediente de Koopmans y lo etiquetaron como un peligroso «saboteador». Miskotte aprovechó esa acusación y se la apropió subversivamente para la iglesia holandesa.

El discipulado fiel siempre ha planteado un riesgo para los poderes activos en el sistema político, comenzando en el mundo romano del siglo I. En ese tiempo, proclamar «Jesús es el Señor» significaba cuestionar la afirmación de autoridad total del César y, por lo tanto, esa confesión era vista como sabotaje y subversión indirecta del orden romano y de la violencia que lo construyó.

Kornelis Heiko Miskotte
Image: Alamy

Kornelis Heiko Miskotte

Incluso la palabra cristiano surgió por primera vez como una forma usada por las autoridades romanas para codificar a los primeros creyentes como agitadores políticos peligrosos y enemigos de la Pax Romana, y no fue sino hasta más tarde que los creyentes se apropiaron del término.

Así como la devoción de los primeros cristianos hacia el Mesías judío perturbó la soberanía de César, los «saboteadores» como Miskotte y la Iglesia Confesante amenazaron la supremacía de Hitler en Europa. Y si bien esto hace que parezca como si la herencia cristiana estuviera asociada con rebelión y activismo político abierto, la forma de sabotaje de Dios en última instancia no es de este mundo, aun cuando está en este mundo.

El sabotaje santo no se produce por el poder de crucificar sino por el poder de aquel que fue crucificado. Esto se traduce en una presencia política que, según Stanley Hauerwas, existe «para que el mundo sepa que existe una alternativa a la violencia que caracteriza las relaciones entre los pueblos y las naciones».

Ser cristiano es confesar que solo Jesús es el Señor, un Dios que no tendrá rivales, ni credos contrarios, ni palabras deshonestas contra la Palabra. Este Saboteador divino no nos deja con nuestra ira, naciones, causas o principios, todos los cuales son elementos que nos preparan hacia la violencia. Más bien, nos aparta para sí mismo.

Article continues below

Más aún, Dios nos aparta a todos juntos. Dondequiera que nos reunamos, nos convertimos en una iglesia insurgente: un pueblo y un lugar donde las historias y los lemas de nuestro mundo social y político son vaciados de su poder y crucificados en la cruz. La vida en común de la iglesia es, por su propia naturaleza, un testimonio público al mundo: una invitación a renunciar a nuestros métodos naturales, a menudo violentos, de construcción del imperio, a fin de abrazar la provisión sobrenatural de Jesucristo.

Sin embargo, la misión comunitaria de la iglesia a menudo se extingue en tiempos de relativa paz y piedad. Miskotte notó que la ocupación nazi en Amsterdam puso de relieve la prolongada decadencia de las iglesias holandesas insulares, así como sus facciones internamente opuestas. «Tenemos la iglesia y tenemos creyentes individuales», dijo, «pero no tenemos comunidades».

En medio de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, Miskotte proclamó: «… el mundo piadoso de lo que se ha venido llamando ‘vida de iglesia’ debe llegar a su fin». Y, entre sus ruinas, estaba naciendo una nueva iglesia. En su reseña del ABC bíblico, Koopmans habló del colapso de la iglesia nacional y del avivamiento de los grupos de estudio bíblico que se reunían en hogares: «A través de esta guerra, Dios nos enseña a pedir más de la Biblia… ya casi no tenemos una Iglesia separada de la forma en la que esta aparece en la Biblia».

Como escribió Miskotte: «El misterio de la iglesia es que algo sucede allí». Ese «algo» surge de un hambre renovada por la Palabra de Dios.

De la misma manera, resistir la violencia política en nuestros días requiere que la iglesia renueve su identidad como comunidad de la Palabra de Dios. La iglesia estadounidense hoy está dividida por lealtades a varias causas partidistas, lo que está conduciendo a lo que parece ser el colapso de nuestra vida común como cristianos. Hemos descuidado la instrucción de Pablo de esforzarnos «por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz» (Efesios 4:3). Y si la teología pastoral ha de unir a la iglesia y revivir su ministerio público, debe alentar a los feligreses a practicar la devoción al Espíritu de Jesús, no al espíritu de un partido.

Article continues below

Resistir la violencia política no significa ser llamados o reconocidos por otra causa, sino ser renovados juntos como el cuerpo de Cristo. Esta es nuestra principal resistencia teológica contra todos los poderes del mundo que buscan dividirnos, reclamar nuestra lealtad o llamarnos a tomar las armas. Como nos recuerda Miskotte, «la iglesia es la iglesia por la fe al convertirse en iglesia, una y otra vez».

En lugar de seguir la «opción de Bonhoeffer» y su anómalo permiso para la violencia, los cristianos estadounidenses pueden redescubrir la sabiduría de la teología pastoral en Miskotte y, más cercano a nuestro tiempo, en testigos similares como Martin Luther King Jr., quien durante el boicot a los autobuses de Montgomery instruyó a los participantes a «orar por guía divina y comprometerse a la total no violencia, tanto en sus palabras como en sus acciones al subir al autobús… Si te maldicen, no devuelvas la maldición. Si te empujan, no empujes de vuelta. Si te golpean, no devuelvas el golpe; más bien, demuestra amor y buena voluntad en todo momento».

Como nos recuerda Miskotte, la santificación cristiana implica ser parte del santo sabotaje de Dios sobre este mundo y sus mecanismos de violencia. La tarea profética de la iglesia es dar testimonio de la paz de Cristo, que reconcilia y sostiene al mundo. Una humanidad restaurada solo es posible en la Cruz, no por la espada. Y como discípulos disidentes, pasamos de contrabando este mensaje subversivo como testigos en, por y para un mundo hostil que se está reconciliando con Dios, pero que aún no lo ha reconocido.

Como saboteadores santificados bautizados para la vida de Dios, decimos con valentía: «Antes de ser estadounidenses, somos cristianos», de conformidad con nuestra confesión primordial de que Jesús es el Señor.

Jared Stacy es un teólogo y especialista en ética cristiana que se desempeñó durante casi una década como pastor de congregaciones evangélicas en Nueva Orleans, Los Ángeles y el área de Washington, DC.

[ This article is also available in English. See all of our Spanish (español) coverage. ]