Emmy Janssen comprende la mecánica de la fisión nuclear. Como estudiante de Física en la Universidad Freie en Berlín, dice que las matemáticas pueden ser desafiantes, pero ama el modo en que sus estudios la enfrentan a lo que ella llama «la profundidad y la anchura del cosmos creado por Dios».

Pero como cristiana, no está tan segura de comprender sus responsabilidades éticas. Se pregunta acerca de «nuestro papel como hijos de Dios al traer al mundo la energía nuclear, en primer lugar».

Janssen no es la única. En todo el país, los evangélicos alemanes están sopesando la ética de la energía nuclear.

El gobierno se ha propuesto cerrar sus tres últimos reactores nucleares para finales de 2022. El cierre de Isar 2, Emsland y Neckarwetheim 2 completará el atomausstieg de la región, es decir, «el desplazamiento de la energía nuclear» y pondrá fin a toda una generación de debates políticos. Sin embargo, los debates, al igual que las partículas radiactivas, tienen lo que se conoce como una «semivida», y los evangélicos de Alemania siguen discutiendo los problemas de los residuos, los riesgos de accidentes catastróficos y los beneficios potenciales de la energía nuclear.

Definir una posición cristiana no es tan fácil como encender un interruptor de luz.

«Hay gente indiferente. Hay gente que está totalmente convencida de que la energía nuclear es sucia y peligrosa. Hay quienes la ven como una posibilidad de proteger el planeta y desarrollar una energía más limpia», dijo Matthias Boehning, director del Centro de Sostenibilidad de la Alianza Evangélica Mundial en Bonn.

Algunas de las diferencias parecen ser generacionales. Las perspectivas evangélicas más antiguas se vieron fuertemente influenciadas por la historia de la Guerra Fría, cuando los Estados Unidos y la URSS planeaban ataques y contraataques nucleares, así como por el recuerdo de los accidentes nucleares.

El programa alemán de energía nuclear arrancó en la década de 1950, produciendo energía para la nación mientras pasaba por el proceso de reconstrucción después de la Segunda Guerra Mundial. El movimiento antinuclear alemán surgió más o menos en la misma época, exponiendo su preocupación acerca del potencial destructivo de las bombas atómicas y la increíble dificultad de lidiar con los residuos nucleares.

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Pero, según los historiadores políticos [enlaces en inglés], la mayoría apoyaba el programa nuclear hasta 1986, año en que la tragedia de Chernobyl tuvo lugar.

Para Markus Baum, metodista de 59 años de edad y comentarista de radio en ERF Medien, ese accidente fue un punto de inflexión. Recuerda escuchar las noticias de que el reactor, en lo que ahora es Ucrania, se había derretido y quebrado, expulsando nubes de contaminación a la atmósfera. Hubo avisos de lluvia radioactiva. Él nunca volvió a pensar en la energía nuclear del mismo modo.

«Después de Chernobyl vimos las complicaciones, los peligros», dijo. «Decidimos que la senda nuclear por la que habíamos caminado no tenía futuro».

Creció la preocupación por la energía nuclear. El partido político de los verdes comenzó a argumentar la necesidad de un cierre inmediato de los reactores del país. «Chernobyl está en todas partes», decían. Solamente obtuvieron unos cuantos votos, pero el argumento se convirtió en una parte permanente del discurso político alemán.

En 1998, una coalición de gobierno entre los socialdemócratas y los verdes se comprometió a alejar a Alemania de la energía nuclear. La eliminación gradual comenzó en 2002.

Sin embargo, cuando Angela Merkel se convirtió en canciller en 2006 dijo que cerrar los reactores nucleares era «absurdo». Las plantas nucleares no solo eran «tecnológicamente seguras», sino que no emitían carbono, el cual es el culpable del cambio climático. Merkel, política de centroderecha, previamente había obtenido un doctorado en física cuántica. Ella comprendía la ciencia detrás de todo ello y creía en la seguridad de la energía nuclear.

Sin embargo, Merkel cambió de parecer en 2011. Un terremoto y un tsunami produjeron tres accidentes nucleares, tres explosiones de hidrógeno y contaminación radioactiva considerable en Fukushima, Japón, lo cual demostró de manera radical que sin importar lo segura que sea tecnológicamente, la energía nuclear siempre es peligrosa.

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Merkel anunció que todas las plantas nucleares se cerrarían para finales de diciembre de 2022.

Algunos de los evangélicos más jóvenes del país, sin embargo, piensan que Merkel probablemente tenía razón al principio. Conocen los peligros de la energía nuclear, pero perciben que son menores comparados con el daño permanente causado todos los días por el uso de combustibles fósiles.

Al adoptar lo que se ha llamado una posición «ecomodernista», la generación Z y los millennials que buscan defender la Creación señalan que debe haber un aumento en los protocolos de seguridad, tecnologías aún más avanzadas y la urgente necesidad de una alternativa al carbón y al petróleo.

«Para ellos, la energía nuclear ofrece la posibilidad de producir energía limpia», dice Boehning, de la Alianza Evangélica Mundial. «Ellos están razonando de forma menos ideológica, más pragmática y más orientada hacia el presente».

Caroline Bader, cofacilitadora de GreenFaith’s International Network y coordinadora con las comunidades de fe alemanas, dice que esta clase de perspectiva tiene visión de corto plazo. La preocupación por el cambio climático no es una buena razón para regresar al poder nuclear, dice ella.

«Exigimos acceso universal a energías limpias y accesibles para todo el mundo, y la energía nuclear es dañina en ambos sentidos», dice ella. «Es cara, peligrosa, y no tan limpia como sus defensores sugieren».

Aun si no hubiera accidentes, señala Bader, las plantas nucleares producen desperdicios tóxicos y los alemanes tendrán que lidiar con ese gran problema técnico durante los próximos siglos.

Es posible que estos problemas se resuelvan con el avance de la tecnología, pero los problemas morales relacionados con la energía nuclear seguirán siendo complicados. Según el físico Robert Kaita, evangélico que ha trabajado en el Laboratorio de Física de Plasma de Princeton durante cuarenta años, esto se debe a que «como seres humanos creados a imagen de Dios, tenemos un tremendo poder para crear y destruir, para dar vida y quitarla».

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Comprender la creación a un nivel atómico no es suficiente para que los cristianos acepten las cuestiones éticas de los reactores, dice él. Como científico, no desprecia las preocupaciones acerca de la energía nuclear. Más bien, ora por sabiduría y compasión.

«La energía nuclear no es inherentemente malvada», dice Kaita, «pero tenemos que ir más allá de los problemas técnicos y considerar las ramificaciones morales de lo que estamos haciendo».

Gerald Fink, especialista en protección contra la radiación que trabajaba para la Asociación de Técnicos de Inspección de Alemania, está de acuerdo. Dice que, como cristiano, quiere asumir una «perspectiva cosmológica», y señala a la narrativa de la creación de Génesis.

«El cristianismo forma parte de un proyecto muy grande de restauración y compleción. Nosotros somos una parte importante de esto, pero no se trata solo de nosotros», dice él.

Fink cree que las preguntas acerca de la tecnología, las energías limpias y la energía nuclear se pueden enfocar de manera más sabia y minuciosa si se empieza desde la perspectiva bíblica sobre la creatividad y el propósito humanos.

«Debes tener esta perspectiva en mente cuando llegas a la cuestión de la energía nuclear», dice, «y entonces te das cuenta de que se trata de algo más que solo separar o combinar átomos».

Fink sabe que esto no siempre responde a la pregunta de una cristiana de veinte años que estudia física en Berlín. Pero mientras que el gobierno alemán cierra sus últimas plantas nucleares y el debate político comienza un nuevo capítulo, este pasa a ser un punto desde donde los creyentes pueden comenzar su análisis.

Ken Chitwood es escritor y experto en religión global, y vive en Alemania.

Traducción por Noa Alarcón.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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