La guerra es terrible. Mi mujer y su familia pasaron 18 meses en la República del Congo (Congo-Brazzaville), su país natal. Las fuerzas sociopolíticas que cobraron decenas de miles de vidas allí solo pueden describirse como malvadas. La Guerra de los Grandes Lagos de África, que cobró millones de vidas en la vecina República Democrática del Congo (Congo-Kinshasa) amplía la maldad a otra escala. La oscuridad del Tercer Reich de Adolf Hitler empequeñece la comprensión.

Ahora, en 2022, la guerra de Ucrania pone en evidencia de nuevo el mal encarnado en forma de violencia y amenaza con darle una nueva forma a nuestro futuro global de maneras que solo podemos imaginar.

El egoísmo y la codicia en el ser humano son algunos de los pecados que engendran las guerras: «¿De dónde surgen las guerras y los conflictos entre ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones que luchan dentro de ustedes mismos?» (Santiago 4:1, NVI). Sin embargo, de forma colectiva, la magnitud del sufrimiento humano a manos de otros también parece suponer una dimensión de maldad cósmica que desafía incluso nuestro reconocimiento de la depravación humana.

Hay razones para ello. El Libro de Daniel no solo habla de una sucesión de imperios mundiales, sino de las fuerzas espirituales que están detrás de ellos. El príncipe angélico de Persia retrasó la respuesta a las oraciones de Daniel hasta que intervino Miguel, el príncipe de Israel; le seguiría el príncipe angélico del imperio de Alejandro (Daniel 10:13, 20-21; 12:1). Dios había asignado soberanamente tiempos en la historia para varios ángeles y sus imperios, pero sus servidores angélicos y humanos siguieron trabajando para sus propósitos hasta que los hizo prevalecer.

La traducción griega de libro de Deuteronomio menciona que Dios designó ángeles sobre las distintas naciones, y el pensamiento judío reconoció de forma creciente a esos gobernantes y autoridades celestiales, que los rabinos posteriores llamaron ángeles sobre las naciones. Estos seres eran típicamente hostiles hacia el pueblo de Dios, pero al final, Dios daría el reino a su pueblo perseverante.

Debido a que nuestro rey, Jesús, ya ha venido, Satanás ha sido derrotado. La exaltación de Cristo corresponde con el triunfo celestial del ángel Miguel sobre el dragón (Apocalipsis 12:7-8).

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Al explicar esta historia, los estudiosos suelen invocar la analogía de la Segunda Guerra Mundial entre el Día D y el Día V. En el Día D, el éxito de la invasión de Normandía decidió el resultado final de la guerra y, en consecuencia, la derrota del régimen nazi y sus aliados se convirtió solo en cuestión de tiempo. Sin embargo, hasta el Día V —la rendición final de las potencias del Eje—, las batallas continuaron y las bajas aumentaron.

Del mismo modo, todos los enemigos —incluido el último, la propia muerte— serán sometidos cuando regrese Jesús (Salmo 110:1; 1 Corintios 15:25-26), pero los siervos de Cristo continúan enfrentando batallas hasta entonces.

En Efesios, Pablo subraya que Jesús ya está en su trono, por encima de los gobernantes y autoridades celestiales (Efesios 1:20-22) y, espiritualmente, nosotros estamos en el trono junto con Él (Efesios 1:22-23; 2:6). En una carta que subraya mucho la unidad entre judíos y gentiles en el cuerpo de Cristo, esta entronización por encima de los ángeles de las naciones e imperios significa que nuestra unidad en Cristo es mayor que todas las divisiones étnicas y nacionales fomentadas por dichos ángeles. Los creyentes ya no están sometidos al príncipe de este mundo (Efesios 2:1-3).

Arcángel Miguel en Kyiv, Ucrania, situado en la plaza de la independencia.

Arcángel Miguel en Kyiv, Ucrania, situado en la plaza de la independencia.

Para Pablo, este triunfo sobre las divisiones tiene ramificaciones de guerra espiritual, incluso para las dimensiones interpersonales de nuestra vida. En Efesios 4, por ejemplo, «no dar cabida al diablo» significa tener integridad y controlar nuestra ira (v. 25-27). En Efesios 6:10-20, significa ponerse toda la armadura protectora de Dios que conlleva la verdad, la fe y la justicia, además de un arma para invadir el territorio hostil: la misión del Evangelio.

A veces he visto a hermanos y hermanas que intentan participar en la guerra espiritual reprendiendo y dando órdenes a los gobernantes celestiales. Sin embargo, esta actividad malinterpreta nuestro papel. Estamos en el trono con Cristo, y sí, algún día juzgaremos a los ángeles, pero no podemos confundir el Día D con el Día V. La Escritura advierte expresamente de que no se debe injuriar a las autoridades angélicas (2 Pedro 2:10), señalando que incluso sus congéneres solo pueden enfrentarse a ellas por autorización divina (2 Pedro 2:11; Judas 1:9).

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Tratar de derribar los poderes celestiales es diferente de expulsar a los demonios de aquellos a los que afligen en la tierra. Somos las fuerzas terrestres, no las aéreas. Esto no significa que no tengamos un papel vital en la guerra espiritual a nivel cósmico. Solo significa que nuestro gusto moderno por los resultados instantáneos no será satisfecho.

En el libro de Daniel, la respuesta de Dios fue inmediata (Daniel 10:12). Pero Daniel perseveró en la oración durante tres semanas antes de recibir la respuesta (10:2-3). Dios le mostró que los imperios surgirían y caerían, pero que el futuro no les pertenecía.

El libro del Apocalipsis ofrece la misma imagen: Satanás está detrás de la bestia de un imperio mundial, Babilonia la Grande. Pero el futuro no pertenece a Babilonia, la prostituta, sino a la Nueva Jerusalén, la novia.

La Biblia nos recuerda que no todas las fuerzas espirituales son malas. Dios actúa incluso en el mundo actual, y las Escrituras nos hacen esperar que las oraciones pueden hacer la diferencia en tiempos de guerra y conflicto.

Antes de que Jacob tuviera que enfrentarse a la banda armada de su hermano Esaú, luchó toda la noche con un ángel. Aunque los rabinos posteriores pensaron que era el ángel de la guarda de Edom, en realidad era el propio Señor (Oseas 12:3-5). Pero los rabinos tenían razón, al menos con respecto a que ganar primero la batalla espiritual es lo que hace la diferencia para el inminente conflicto terrenal. La misma lección aparece cuando las manos levantadas de Moisés determinaron la batalla contra los amalecitas (Éxodo 17:11-13).

En efecto, en el plano cósmico, las fuerzas de Dios superan fácilmente a las fuerzas hostiles. El aprendiz de Eliseo aprendió esa lección cuando Dios le abrió los ojos para ver la montaña llena de carros de fuego (2 Reyes 6:16-17). En aquella ocasión, el Señor cegó milagrosamente a todo un ejército para permitir una resolución pacífica en lugar de una costosa batalla humana (6:18-23).

En otra historia de guerra, Dios le concedió a David la victoria en la batalla una vez que escuchó a las huestes celestiales del Señor marchando por él (2 Samuel 5:24; 1 Crónicas 14:15). Josué también consiguió la victoria tras encontrarse con el capitán del ejército del Señor (Josué 5:13-15).

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En otras palabras, Dios nos escucha cuando oramos. En el Libro de Daniel, las naciones arrogantes no aparecen más que como peones en el gran plan de Dios para la historia. En cambio, el ángel anuncia que Daniel, el hombre de oración, es precioso para Dios (Daniel 10:11).

He aquí por qué es importante este tema común: el resultado final ya está decidido, pero mientras tanto, las batallas terrenales continúan, y las vidas individuales siguen en la balanza. Las oraciones de una persona justa cuentan más ante Dios que los planes de los poderes arrogantes del cielo o de la tierra.

Confieso que, si no fuera por mi fe en las Escrituras, estas afirmaciones me sonarían bastante vacías en tiempos de sufrimiento masivo. Pero como creo en la Biblia, cobro ánimo para el futuro. Del mismo modo, fue la fe de mi esposa en Cristo y en la Palabra de Dios lo que alimentó su esperanza y le permitió sobrevivir la guerra en el Congo.

Tanto en la actual guerra en Ucrania como en otros conflictos del mundo, aún no vemos a todos los enemigos de Jesús visiblemente bajo sus pies, y el número de muertes sigue siendo elevado. Pero la exaltación de Jesús sobre los ángeles, las autoridades y los poderes (1 Pedro 3:22) ya ha decidido el resultado final de la guerra cósmica de todos los siglos. Podemos descansar en esa verdad.

Craig Keener es profesor de estudios bíblicos en el Seminario Teológico de Asbury. Es autor de Christobiography: Memories, History, and the Reliability of the Gospels.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.

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