Los líderes de Young Life Eric Collins y Felix Chávez estaban entusiasmados por haber encontrado a un grupo de estudiantes deseosos de escuchar la Palabra de Dios.

Pero había un problema.

Los jóvenes estaban dentro del Coliseo Freeman de San Antonio, detrás de dos controles de seguridad y muchas puertas cerradas. Eran menores no acompañados que buscaban refugio de la violencia en Centroamérica, retenidos bajo custodia del gobierno estadounidense.

En abril y mayo de 2021, la Oficina de Reasentamiento de Refugiados albergó temporalmente a 1500 varones de entre trece y diecisiete años en el campo de juego del estadio, a solo tres kilómetros de la escuela donde Collins y Chávez habían estado intentando comenzar un club de Young Life en medio de una pandemia. Los chicos debían permanecer en el coliseo hasta que sus contactos en el país hicieran los arreglos necesarios para recibirlos, o fueran transferidos a otras instalaciones de cuidado. Cuando un menor cruza la frontera sin sus padres —ya sea porque los padres se adelantaron o porque se quedaron atrás— deben permanecer al cuidado de alguien. Ese alguien, para muchos de ellos, es el gobierno de los Estados Unidos.

Las instalaciones se convirtieron en un imán para la indignación en San Antonio, donde políticos, funcionarios del gobierno, grupos a favor de los derechos de los inmigrantes y líderes comunitarios discutían sobre la crisis migratoria de los menores de edad, sobre el modo adecuado de abordarla y sobre quién era culpable del problema.

Sin embargo, las discusiones políticas no disuadieron al equipo de Young Life. El Coliseo Freeman estaba en el lugar correcto y los chicos habían llegado en el momento oportuno.

«Vi que, en nuestro lado de la ciudad», dijo Collins, «Dios nos llamó a ir».

Tras un largo año escolar agravado por la COVID-19, el equipo estaba preparado para sentarse y hablar de Jesús con algunos adolescentes. Chávez, un inmigrante de México de 59 años, sintió que estaba capacitado de manera especial para cuidar a este grupo particular de jóvenes asustados y agotados que necesitaban una reafirmación paternal y una conexión cultural.

Pensó en ir a llamar directamente a la puerta principal del coliseo, pero una instalación del gobierno para menores no acompañados no es la clase de lugar en la que uno puede presentarse así nada más. Ninguno de sus contactos habituales del ministerio podía facilitarle la entrada.

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«Estaba desesperado por entrar en ese lugar», dijo Chávez. «¡Quería tirar las puertas abajo!».

Pero sintió que el Espíritu de Dios le decía que fuera paciente. Dios usaría «diferentes llaves», en palabras de Chávez, para abrir las muchas puertas que había entre él y las personas a las que estaba llamado a servir. Entonces sintió que Dios le recordaba Isaías 55:8: «Porque mis pensamientos no son los de ustedes, ni sus caminos son los míos».

Finalmente escuchó que los centros locales de Catholic Charities habían recibido autorización para operar dentro del refugio. Chávez podría entrar si los católicos se lo permitían y si él accedía a operar dentro de su sistema.

Él accedió, y ellos accedieron, y el 3 de mayo Chávez y Collins entraron al coliseo. Dentro, los chicos llevaban casi exclusivamente ropa que les había sido provista por el gobierno. Tenían pocas pertenencias personales, y lo que tenían estaba en su gran mayoría apilado sobre los catres. Un niño tenía su osito de peluche atado con un cordel.

Esa semana Chávez compartió un sencillo mensaje con los niños: Dios es un padre amoroso.

Los dos líderes de Young Life regresaron otra vez, y llevaron consigo 700 Biblias donadas por un colaborador. Cada Biblia tenía tres pegatinas [stickers]: una con una línea telefónica de ayuda contra el tráfico humano, otra con un enlace al sitio web del ministerio de Young Life y otra con los primeros versículos de Génesis en español con espacios en blanco para que los niños escribieran sus nombres.

«En el principio, creó Dios a ______. Y ______ estaba desordenado y vacío, y las tinieblas estaban sobre la faz de las aguas».

«Y dijo Dios: sea la luz; y fue la luz. Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas».

Muchos de los niños, especialmente aquellos de países de Centroamérica, venían de hogares evangélicos. Los mensajes de Chávez centrados en el Dios Padre y las palabras de la Biblia les resultaban familiares y reconfortantes. Chávez dijo que sintió como si Dios le dijera que esos niños eran semillas espirituales que él quería repartir por todo Estados Unidos.

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«Nuestro Dios es el Dios de los pequeños detalles», dijo Chávez. «Cada vez que entro allí, puedo ver su mano».

No obstante, cada vez que los líderes de Young Life asistieron al coliseo, fue un desafío. A menudo un giro inesperado de último momento amenazaba con arruinar toda la visita, haciendo imposible saber con certeza cuándo podrían entregar las Biblias o llevar a un líder de alabanza. Eso hizo que las sencillas victorias administrativas se sintieran como milagros.

Collins sorteaba los obstáculos administrativos. El trabajo de Chávez consistía en estar siempre preparado. Tenía que aprovechar cualquier oportunidad que se le presentara y sacar el máximo provecho de ella.

Cuando trabajaba con los muchachos dentro del coliseo, dijo, aprovechaba cada momento para recordarles que sus vidas tenían significado y propósito. Incluso cuando los anuncios por los intercomunicadores interrumpían los servicios llamando a individuos o a pequeños grupos de chicos para que se reunieran y se prepararan para dejar el campo de juego del coliseo, Chávez los alentaba a que se vieran a sí mismos como hombres con una misión, traídos a Estados Unidos por Dios.

Los niños no fueron los únicos que escucharon los mensajes de Chávez. Después de que los líderes se marcharan uno de los días, uno de los oficiales que se había hecho amigo de ellos les envió una fotografía de un arcoíris doble que apareció sobre el coliseo mientras ellos aún estaban dentro. Les dijo que Dios estaba bendiciendo su trabajo.

Después de un par de semanas, Chávez y Collins consiguieron los permisos para traer voluntarios para un evento más grande, repleto de juegos y música de alabanza. Los oficiales decidieron que estaba bien, en parte porque aquellas instalaciones temporales de acogida iban a cerrarse. El personal de Young Life reunió voluntarios, los oficiales aceleraron la verificación de antecedentes, y el grupo se reunió.

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El evento no fue tan animado como los que Young Life celebra en las escuelas, pero lo que le faltó de optimismo, lo compensó con apetito. Los muchachos se reunieron rápidamente alrededor de Chávez y lo abrazaron.

Cuando comenzaron a cantar, muchos cayeron de rodillas y levantaron las manos.

El grupo de Young Life distribuyó ropa y zapatos nuevos a los muchachos que habían perdido los suyos o habían sido robados durante el viaje. Chávez, aprovechando el momento, predicó acerca de ser vestidos con una nueva vida y cómo eso se parecía a ponerse un par de zapatos deportivos nuevos.

Pronto un coro de chicos que había pasado meses llevando sandalias de goma provistas por el gobierno con calcetines blancos preguntaban si ellos también podían tener unos «zapatos de nueva vida».

Annie Mays, directora regional asociada de Young Life, quien supervisa la región metropolitana de San Antonio, llamó a su iglesia local para acceder a un fondo de emergencias de mil dólares. Ella, su marido y Chávez lo gastaron vaciando las estanterías de zapatos deportivos del Walmart más cercano.

En la última semana de ministerio en el coliseo, antes de que la operación fuera cerrada definitivamente, el repunte de anuncios y transferencias por el intercomunicador intensificaba las emociones. Todo lo que Chávez y Collins podían hacer era orar mientras los chicos se abrazaban y lloraban, sabiendo que probablemente no se volverían a ver cuando se dispersaran por ciudades de todo el país.

Finalmente, el 22 de mayo, solo quedaban 66 muchachos en las instalaciones. Los funcionarios del Departamento de Seguridad Nacional pidieron pizzas para todos. Después, los chicos subieron a los autobuses y partieron. Chávez se quedó hasta que se marchó el último autobús. Alrededor de la medianoche, levantó las manos y oró por los chicos que se encontraban en el camino, encomendándolos a que llevaran el evangelio por toda la nación.

«Ellos saben de ti, Señor, por los misioneros que fueron enviados desde esta nación», dijo Chávez. «Ahora es esta nación la que necesita la semilla».

Bekah McNeel es periodista y reside en San Antonio.

Traducción por Noa Alarcón

Edición en español por Sofía Castillo y Livia Giselle Seidel

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