La consejería cristiana a la que se hace referencia en este artículo se ejerce de forma profesional en los Estados Unidos. En la mayoría de los casos es necesario contar con un grado de maestría en la materia (máster), y tener una licencia emitida por la autoridad estatal correspondiente.

Jarrod Hegwood estaba seguro de que sabía cómo brindar «consejería» a los estudiantes de su grupo de jóvenes. Pero cuando él mismo recibió consejería, se dio cuenta de que en realidad no tenía idea.

«Comprendí que lo que había venido haciendo no era consejería», dijo Hegwood. «Lo que hacía como ministro de jóvenes era tratar de solucionar los problemas de la gente diciéndoles cómo actuar y cómo comportarse, pero no los estaba ayudando a entenderse a sí mismos ni a crecer como personas».

Hegwood aprendió mucho acerca de sí mismo cuando asistió a un curso de consejería en el seminario y cuando recibió terapia; sin embargo, su mayor descubrimiento fue aprender acerca de la importancia de los profesionales de la salud mental. Se dio cuenta de que, como ministro de jóvenes, no estaba capacitado para abordar los problemas de salud mental que sus estudiantes enfrentaban.

Así como Hegwood, quien actualmente dirige un centro de consejería en Walker, Louisiana, y sirve como pastor de jóvenes a medio tiempo, varios pastores de jóvenes en los Estados Unidos están empezando a tomar en serio la salud mental y a buscar recursos para ayudar a los jóvenes cristianos. Esto se debe en parte a que el estigma en torno a los problemas de salud mental ha ido disminuyendo, así como al preocupante aumento de la ansiedad, la depresión y el suicidio en la generación Z (se conoce con este nombre a las personas que nacieron después de 1997).

Los trastornos de ansiedad en los adolescentes aumentaron un 20 % entre 2007 y 2012. Hoy en día, según los Institutos Nacionales de Salud de los Estados Unidos, 1 de cada 3 adolescentes sufrirá algún trastorno de ansiedad. El porcentaje de adolescentes que experimentaron por lo menos un episodio depresivo mayor aumentó de forma acelerada en aproximadamente el mismo período, y actualmente, 1 de cada 5 mujeres adolescentes afirma tener síntomas. La tasa de suicidios entre los jóvenes de 15 a 19 años aumentó un 76 % de 2007 a 2017 y casi se triplicó en el caso de los adolescentes de 10 a 14 años. Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, el suicidio es la segunda causa de muerte en los adolescentes, superado solo por los accidentes.

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Los ministerios evangélicos de jóvenes están respondiendo: están explorando nuevas opciones y colaborando con profesionales de la salud mental para conseguir la ayuda y los recursos que la generación Z necesita.

El ministerio Focus on the Family comenzó a evaluar la necesidad de más y mejores recursos para la salud mental luego de que una tragedia los azotara muy de cerca. En el lapso de dos años, veintinueve estudiantes se suicidaron en el condado de El Paso, Colorado, donde se ubica su sede. La revista Newsweek se refirió a este auge como «un brote, una plaga que se esparce por los pasillos de las escuelas».

Focus on the Family formó un equipo para desarrollar recursos sobre el suicidio. El ministerio descubrió que la mayoría de los bachilleratos [high school], universidades, e incluso algunas iglesias tenían protocolos de respuesta ante el suicidio, pero eran pocos los programas integrales de prevención del suicidio dirigidos a los adolescentes. Focus on the Family decidió elaborar sus propios materiales y comenzó a entrevistar a personas acerca del suicidio en adolescentes: pastores de jóvenes, padres (incluidos aquellos cuyos hijos murieron por suicidio), adolescentes, personas afectadas por el suicidio de otros y personas que habían intentado suicidarse.

Joannie DeBrito, directora de programas para padres y jóvenes en Focus on the Family y profesional licenciada en salud mental, mencionó que cuando su equipo preguntó a los entrevistados sobre las causas del suicidio, las redes sociales fueron «la primera respuesta que todos dieron de forma inmediata». Los expertos consideran que una serie de factores biológicos, psicológicos y culturales probablemente contribuyen al grave aumento de los problemas de salud mental y del número de suicidios, pero no han llegado a un acuerdo en cuanto al impacto de las redes sociales.

DeBrito señaló que, cuando menos, hay una fuerte correlación que es importante considerar: en 2007, cuando las muertes por suicidio comenzaron a aumentar con rapidez, el iPhone salió a la venta, la gente comenzó a usar aplicaciones de redes sociales y Facebook bajó la edad mínima requerida para sus usuarios a 13 años.

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Hegwood está de acuerdo con este vínculo. Con frecuencia, él ve a los jóvenes enganchados a sus teléfonos y luego los encuentra emocionalmente abatidos por la experiencia de intentar tener alguna una conexión valiosa con la personas en las redes sociales. Mencionó que a veces se anima a los estudiantes a «no preocuparse por lo que piensen los demás», pero el cerebro de los adolescentes está programado para darle un gran peso a las relaciones sociales y hace que se sientan premiados cuando reciben la aprobación y aceptación de sus compañeros. Una vez que Hegwood entendió esto, cambió su forma de llevar a cabo su ministerio.

«Realmente me di cuenta de lo importante que es la comunidad y las relaciones sociales», dijo Hegwood. «Siento que es casi tan importante como la sana doctrina, ya que si tengo la más sana doctrina, pero no tengo un lugar donde los jóvenes puedan relacionarse, la predisposición de sus cerebros los llevará a buscar conexiones en otro lugar».

Buscar la aprobación y la aceptación de una comunidad sana puede ser positivo, por lo que Hegwood fomenta la comunidad entre sus estudiantes: lejos de sus teléfonos. El recurso de prevención de suicidios de Focus on the Family, Alive to Thrive [Vivos para florecer], publicado en 2018, sugiere a los padres que establezcan límites en el uso de la tecnología, pero también señala que la prevención de suicidios debe comenzar por fomentar relaciones sociales sanas y proteger a los niños y jóvenes de toda clase de abuso.

Hoy en día, todo buen ministro de jóvenes tiene que saber cuándo referir a alguien a algún servicio de consejería, dijo Steve Johnson, vicepresidente de Focus on the Family.

«Los problemas que los adolescentes afrontan actualmente son muy complejos», indicó, «a menudo se necesita alguien con experiencia clínica para ayudar... Para ser un ministro de jóvenes verdaderamente eficaz, una de sus metas debe ser tener el discernimiento para saber a dónde dirigir a un joven que está luchando con problemas que usted no puede tratar».

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Hegwood no siempre vio a los consejeros y psicólogos como colaboradores en el ministerio. Antes de convertirse en consejero él mismo, pensó que había fracasado cuando se enteró de que uno de sus estudiantes estaba recibiendo consejería profesional.

«En cierto modo sentí que no había sido capaz de atender las necesidades de ese estudiante», dijo Hegwood. «Para ser sincero, en ese momento no estaba capacitado para atender las necesidades de ese chico. No era capaz de hablar con él sobre lo que estaba atravesando ni acerca de su situación».

Pero después, empezó a abordar las enfermedades mentales de sus estudiantes como si se tratara de cualquier otro diagnóstico médico que requiere un tratamiento adicional: como una pierna fracturada o un cáncer. Él piensa que hasta que los pastores de jóvenes empiezan a ver las enfermedades mentales de esta manera es cuando realmente son capaces de ministrar a sus estudiantes de forma integral.

«Es bueno reconocer nuestras limitaciones», dijo Hegwood. «Si no reconocemos nuestras limitaciones, no estamos ministrando de la mejor manera a la gente que Dios ha puesto en nuestro camino».

Un estudio de LifeWay Research muestra que solo el 2 % de los pastores protestantes no recomiendan que la gente busque consejería profesional. El 84 % concuerda en que las iglesias deben brindar ayuda a las personas con enfermedades mentales.

Kelsey Vincent, pastora de jóvenes y familias de la Primera Iglesia Bautista de Decatur, Georgia, asume esa responsabilidad. Ella puso a su iglesia en contacto con Robert Vore, un consejero cristiano de Atlanta que trabaja con jóvenes y brinda capacitación para las iglesias sobre temas de salud mental.

Vincent invitó a Vore a un evento de la iglesia llamado «Almuerza y aprende». Vore tuvo una charla con estudiantes y padres sobre algunas de las señales que indican que los adolescentes podrían estar enfrentando problemas de salud mental, así como sobre diversas formas en las que se pueden ayudar mutuamente. Más tarde, cuando varios estudiantes de la iglesia pasaron por alguna crisis de salud mental, Vincent llamó a Vore y la orientó para que hiciera las preguntas correctas.

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«Esto sucede en todo lugar donde doy una charla, ya sea en un grupo de jóvenes o en un ministerio universitario», dijo Vore. «Pronto termino escuchando al personal decir que están teniendo conversaciones que nunca habían tenido antes».

Esas conversaciones pueden significar que jóvenes cristianos de la generación Z busquen profesionales de la salud mental cuando los necesiten. Sin embargo, una mayor sensibilización acerca de las dificultades concernientes a la salud mental también abre nuevas posibilidades para el ministerio. Hegwood se dio cuenta de esto cuando él mismo estaba recibiendo consejería por primera vez.

«Hasta ese momento, ya llevaba diez años dedicándome al ministerio estudiantil», dijo Hegwood. «La experiencia de acudir a un consejero cristiano era lo más parecido al discipulado que había vivido en toda mi vida en la iglesia. Y eso que crecí en la iglesia».

Hegwood indicó que sabía, por ejemplo, que Segunda de Corintios 10:5 dice que llevemos «cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo» (NVI). Pero no sabía en realidad cómo hacer eso hasta que su consejero le enseñó a ser consciente de sus pensamientos y sentimientos, de tal forma que pudiera resistirlos cuando fuera necesario.

Vore dice que aprender a controlar las emociones es un gran primer paso hacia la salud mental. La gente tiene la tendencia a categorizar las emociones desagradables como la tristeza, el miedo o la ira como «malas» o «equivocadas». Según Vore, es importante ayudar a los estudiantes a entender que Dios los creó con emociones, y que es posible afrontar los pensamientos que no son verdaderos, sin invalidar ni negar sus sentimientos.

«Son una parte saludable de nuestro ser», anadió Vore. «Puedes examinar las Escrituras y ver que Dios tiene emociones. Jesús tiene emociones, incluso las que nosotros consideraríamos como desagradables... Tener esas emociones no es simplemente falta de fe».

Tanto Hegwood como Vincent han usado la película de Disney-Pixar Inside Out [Intensa-mente] para ilustrar este tema con sus estudiantes. La película está ambientada en el cerebro de una niña de 11 años llamada Riley, donde sus emociones se disputan el control. Alegría, por lo general la emoción dominante, siempre trata de mantener a Riley feliz, pero tiene que aprender que Tristeza también tiene un lugar en la vida de Riley.

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Vincent dirigió un retiro juvenil en el que relacionó esta película con los Salmos. Mostró a sus estudiantes la cantidad de emociones que había en los Salmos como una forma de demostrar que Dios creó las emociones humanas, y que Él no se sorpende con ninguna de ellas.

«Si hay algo que siento que mis chicos podrían repetir y enseñar a alguien más después de haber estado conmigo durante dos años, es que tenemos permiso para ser honestos con Dios acerca de lo que sentimos», dijo Vincent. «No tenemos por qué sentir vergüenza de eso. No tenemos que fingir ser felices delante de nadie, y menos delante de Dios».

Hegwood tampoco quiere que sus estudiantes finjan delante de él. Ha aprendido a hacerles preguntas difíciles durante el proceso.

«El énfasis en la comunidad fue lo que cambió mi forma de pensar respecto al ministerio de jóvenes», señaló. «Pero el énfasis especial en el individuo fue lo que cambió mi forma de pensar acerca del discipulado».

Ahora él sabe que discipular a sus estudiantes va más allá que solucionar sus problemas. Se trata de conocer sus corazones y mentes y, cuando sea necesario, conseguirles la ayuda que necesitan para estar mentalmente sanos.

Lanie Anderson es escritora y estudiante seminarista en Oxford, Mississippi.

Traducido por Renzo Farfán.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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