Los árboles de hoja perenne eran un antiguo símbolo de vida en medio del invierno. Los romanos decoraban sus casas con ramas de árboles perennes durante el año nuevo, y los antiguos habitantes del norte de Europa cortaban los árboles perennes y los plantaban en cajas dentro de sus casas durante el invierno. Muchos de los primeros cristianos se oponían a tales prácticas. Tertuliano, teólogo del siglo II, condenó a aquellos cristianos que celebraban los festivales de invierno, o que decoraban sus casas con ramas de laurel en honor del emperador:

«Que aquellos para quienes son inminentes los fuegos del infierno fijen en sus postes los laureles condenados a arder en breve: para ellos son apropiados los testimonios de oscuridad y los presagios de penalidades. Ustedes son una luz del mundo, y un árbol siempre verde. Si han renunciado a los templos, no se hagan su propia entrada a un templo».

Sin embargo, para la Edad Media había surgido la leyenda de que cuando Cristo nació en lo más crudo del invierno todos los árboles del mundo, milagrosamente, se sacudieron el hielo y la nieve y produjeron nuevos brotes verdes. En la misma época, los misioneros cristianos que predicaban a los pueblos germánicos y eslavos estaban adoptando un enfoque más tolerante ante las prácticas culturales: cosas como los árboles perennes. Estos misioneros creían que la Encarnación proclamaba el señorío de Cristo sobre todos los símbolos naturales que previamente se habían utilizado para adorar a los dioses paganos. No solo los seres humanos, sino también las culturas, los símbolos y las tradiciones debían convertirse.

Por supuesto, esto no significaba que toleraran la adoración de los propios dioses paganos. Según una leyenda, Bonifacio, misionero del siglo VIII, después de cortar un roble sagrado para el dios pagano Thor (y usado para sacrificios humanos), señaló a un abeto cercano, en cambio, como símbolo del amor y la misericordia de Dios.

Los árboles del paraíso

No fue hasta el Renacimiento que hay registros claros de usar árboles como símbolo de la Navidad: comenzando por Letonia en 1510 y Estrasburgo en 1521. La leyenda asigna al reformador protestante Martín Lutero el invento del árbol de Navidad, pero tiene poca base histórica.

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La teoría más probable es que los árboles de Navidad comenzaron con los teatros medievales. Los dramas que describían temas bíblicos comenzaron a ser parte de la adoración de la iglesia, pero para finales de la Edad Media se habían convertido en unas representaciones alborotadas e imaginativas dominadas por los laicos y que se llevan a cabo al aire libre. Las obras que celebraban la Natividad estaban relacionadas con la historia de la creación: en parte, porque el día de Nochebuena también se consideraba la festividad de Adán y Eva. Por lo tanto, como parte de la obra para ese día, el Jardín del Edén se simbolizaba con un «árbol del paraíso» con fruta colgada.

Estas obras se prohibieron en muchos lugares en el siglo XVI, y quizá la gente comenzó a preparar «árboles del paraíso» en sus hogares para compensar la celebración pública de la que ya no podían disfrutar. Los primeros árboles de Navidad (o ramas de árboles perennes) usados en las casas se llamaban «paraísos». A menudo se les colgaban obleas de hojaldre redondas para simbolizar la eucaristía, lo cual desembocó en los ornamentos de galleta que decoran los árboles de Navidad en Alemania hoy en día.

La costumbre fue ganando popularidad durante los siglos XVII y XVIII, en contra de las protestas del clero. El ministro luterano Johann von Dannhauer, por ejemplo, se quejó (como Tertuliano) de que el símbolo distraía a la gente del verdadero árbol perenne, Jesucristo. Pero esto no evitó que muchas iglesias prepararan árboles de Navidad dentro de los santuarios. Junto al árbol a menudo se colocaban «pirámides» de madera: pilas de estantes con velas, a veces una por cada miembro de la familia. Al final estas pirámides de velas se colocaron en el árbol, antecesoras de nuestras luces y ornamentos modernos en el árbol de Navidad.

Nicolás y Wenceslao

También pasó mucho tiempo antes de que los árboles se asociaran con los regalos. Aunque la leyenda conecta la idea de los regalos de Navidad con los regalos que los magos trajeron a Jesús, la historia real es más complicada. Al igual que los árboles, los regalos fueron en un principio una práctica romana: se intercambiaban durante el solsticio de invierno. Puesto que la Epifanía, y más tarde la Navidad, reemplazaron al solsticio de invierno como la época de celebración para los cristianos, la tradición de dar regalos continuó durante un tiempo. A finales de la Edad Antigua había desaparecido, aunque se seguían intercambiando regalos en el año nuevo.

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Los regalos también se asociaron con San Nicolás, obispo de Mira (en la moderna Turquía), que se volvió famoso por dar regalos a los niños pobres. Su festivo (el 6 de diciembre) se convirtió así en otra ocasión para el intercambio de regalos. Durante los comienzos de la Edad Media los regalos de Navidad a menudo tomaban la forma de tributos pagados a los monarcas, aunque algunos gobernantes, por el contrario, usaban la época festiva como una oportunidad para dar a los pobres o a la iglesia (los más destacados, el duque Wenceslao de Bohemia, cuya historia inspiró el villancico popular, y Guillermo el Conquistador, que escogió la Navidad de 1067 para hacer una gran donación al papa).

Al igual que los árboles, los regalos venían «de dentro» de la familia en la época de Lutero, cuando la costumbre de dar regalos a los amigos y a los miembros de la familia se había desarrollado en Alemania, los Países Bajos y Escandinavia. A menudo se daban de forma anónima o escondida. Una costumbre danesa era envolver un regalo muchas veces con diferentes nombres en cada envoltorio, para que el destinatario solo lo descubriera cuando se hubieran abierto todas las capas.

La Navidad victoriana

En el mundo anglosajón, la unión de regalos, árboles y Navidad se debe a la influencia de la reina Victoria y su marido, el príncipe Alberto, nativo de Sajonia (ahora parte de Alemania). Los inmigrantes alemanes habían traído la costumbre de los árboles de Navidad con ellos a principios del siglo XIX, pero se expandió ampliamente después de que Victoria y Alberto colocaran un elaborado árbol para sus hijos en el castillo de Windsor en 1841. En este momento lo normal era que los regalos de Navidad se colgaran en el mismo árbol.

Los inmigrantes alemanes y holandeses también trajeron sus tradiciones de árboles y regalos al Nuevo Mundo a principios del siglo XIX. La imagen de las felices familias de clase media intercambiando regalos alrededor del árbol se convirtió en un retrato poderoso para los autores estadounidenses y los líderes civiles que deseaban reemplazar las antiguas tradiciones navideñas más pendencieras y rebosantes de alcohol —como irse de fiesta— con una festividad más familiar. Esta imagen centrada en la familia se popularizó mucho en el poema de Clement Moore de 1822 conocido hoy como «Era la víspera de Navidad» (que también ayudó a darnos una descripción moderna de Santa Claus).

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Como muchos de nosotros hemos hecho de los árboles y los regalos el centro de nuestras prácticas navideñas, sería bueno que recordemos que al final no son nada más que símbolos que en todo caso deben apuntar a Aquel que se dio a sí mismo para unir cielo y tierra, y quien hace florecer todo lo estéril.

Edwin Woodruff Tait es profesor adjunto de Biblia y religión en la Universidad de Huntington. Jennifer Woodruff Tait es profesora adjunta de historia de la iglesia en el Seminario Teológico de Asbury.

Traducción por Noa Alarcón.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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