Pastores, predicadores y maestros bíblicos: ¿ya han pensado en su sermón o enseñanza para esta Navidad? Si quiere ayudar a la gente a celebrar la Navidad este año (y todos los años) apegándose a los hechos establecidos —no a leyendas tardías, tradiciones ni imaginaciones populares— comience evitando estos errores comunes.

1. No añada detalles que no están en el texto.

Esto puede parecer obvio, pero vale la pena repetirlo porque sucede muy a menudo. La masiva proliferación anual de tarjetas de Navidad, escenas de la natividad y especiales televisivos perpetúan estos detalles añadidos y da la impresión de que se trata de hechos.

Las narrativas de la infancia [de Jesús] en los evangelios no incluyen muchos de los detalles que se construyeron en los siglos posteriores. Por ejemplo, no nos hablan de la naturaleza del establo (una cueva, al aire libre, de madera, etc.); ni siquiera de si había un establo, ni de si había o no animales cerca en ese momento, ni del número de sabios. Estos magoi (que no eran reyes y no eran necesariamente tres) casi con seguridad no llegaron la noche del nacimiento, como lo representan la mayoría de las escenas de la natividad. Y no había una estrella suspendida justo encima del tejado. Sin la mención específica de un establo, el pesebre podía haber estado al aire libre, en un redil cercano a la casa, en una pequeña cueva o en el área de una casa utilizada para los animales.

Los textos tampoco mencionan que María y/o José montaran un burro. Es igualmente plausible —si acaso, incluso más— que hicieran a pie todo el recorrido desde Nazaret hasta Belén (a unos cien o ciento veinte kilómetros [setenta u ochenta millas]: al menos tres días de caminata regular). La idea de que María montaba un burro surge de una obra apócrifa del siglo II (el Protoevangelio de Santiago, capítulo 17). En realidad, tenía sentido que una adolescente embarazada de la antigüedad, con un estilo de vida activo, hiciera un viaje de este tipo a pie.

A pesar de lo que vemos en algunos espectáculos navideños, no se menciona a un posadero (ni malvado y desalmado, ni pesaroso por la falta de espacio disponible); Lucas sencillamente menciona que no había espacio en la kataluma (Lucas 2:7). La kataluma no era una posada formal profesional con un posadero, sino que puede señalar, o bien a un refugio público (como en la traducción al griego de Éxodo 4:24), o a la habitación de invitados en una casa personal (como en Lucas 22:11).

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Cuando predicamos y enseñamos es importante apegarnos a los hechos establecidos. Por supuesto, no hay nada malo en usar la imaginación histórica. Pero es importante mantener una clara distinción entre lo que sabemos que de verdad ocurrió, y las reconstrucciones imaginativas de cómo pudieron tener lugar los sucesos. El cristianismo está basado en hechos históricos. Esto es tan cierto para el nacimiento de Jesús como lo es para la crucifixión y la resurrección.

2. No ofrezca explicaciones espirituales para las prácticas culturales a fin de hacer que suenen bíblicas.

Nos encanta encontrar —o incluso inventar— razones espirituales para diferentes prácticas culturales relacionadas con la Navidad. Por ejemplo, decimos que el hacernos regalos nos recuerda el gran regalo de Dios al mundo que fue Jesús, o los regalos de los sabios a Jesús. Puede que suene bien, ¿pero es bíblico? ¿O será que realmente hacemos regalos porque es lo que hicieron nuestros padres y es lo que hacen todos los que conocemos (excepto los testigos de Jehová, los no religiosos radicales y algunos puristas religiosos)? ¿Qué clase de padre serías si no le dieras a tu hijo un regalo en Navidad (o, en muchos casos, toda una habitación llena de ellos)? Simplemente imagine: ¿y si no celebrara en absoluto la Navidad (como hacían los puritanos)? [enlaces en inglés]. Hay muy poco de intrínsecamente espiritual o bíblico en esta clase de expectativas. Son casi en su totalidad culturales. Eso no las hace ser necesariamente malas, pero no deberíamos inventar razones bíblicas para justificarlas.

Abundan los ejemplos. ¿Qué tiene que ver la decoración de un árbol de hoja perenne con la venida a la tierra de Jesús para rescatar a la creación de Dios? Puede que nos digamos a nosotros mismos que es un símbolo de la vida eterna porque siempre está verde, pero ¿es esa realmente la razón para poner un árbol de Navidad cada año? Del mismo modo, puede que señalemos a las velas como un símbolo de que Jesús es la luz del mundo, las ramas de acebo como un símbolo de la cruz de espinas que fue colocada sobre su cabeza, el color rojo como un símbolo de la sangre de Jesús derramada en la cruz, el tronco de Navidad como un símbolo de la cruz, el muérdago como un símbolo de la reconciliación, y las campanas como un símbolo para anunciar las buenas nuevas. Aunque algunas de estas asociaciones y símbolos son antiguas, no explican necesariamente por qué deberíamos incorporarlas a nuestras celebraciones de la Navidad hoy en día. Si somos sinceros, hemos de admitir que celebramos la Navidad de la forma en la que lo hacemos, en primer lugar, por causa de nuestras propias tradiciones culturales, aunque haya poca conexión real entre esas tradiciones y los relatos bíblicos del Jesús real viniendo a la tierra como un bebé.

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El peligro de llenar las prácticas culturales de razonamientos espirituales también se ve en algunas de las canciones de Navidad que cantamos en la iglesia durante el mes de diciembre. La violación más flagrante sería Oh, árbol de la Navidad [O Christmas Tree]. Tienes que buscar bien en las estrofas de este himno para poder encontrar algo relacionado con Jesús. Deberíamos sentirnos incómodos cantando este villancico en un grupo de cristianos reunidos puesto que básicamente es una canción que le hace un homenaje a un árbol. Solo porque la canción se ha asociado cultural o tradicionalmente con la Navidad, no significa que debamos incorporarla a nuestras celebraciones cristianas.

El peligro principal de todo esto es que presentamos prácticas culturales como si portaran un peso o una autoridad bíblicas. Oscurecer la línea entre la práctica cultural y la enseñanza bíblica no solo no ayuda y es confuso, sino que también representa un daño potencial para nuestra fe. Cuando ya no podemos distinguir lo que es bíblico de lo que es cultural, corremos el riesgo de aceptar y propagar ideas sincréticas, mezcladas de todo un poco, y sin fundamento bíblico. Nuestra fe ya no tendría como base la verdad sino, al menos en parte, estaría basada en mitos y leyendas.

No hay necesidad, por supuesto, de abandonar todas estas prácticas culturales en nuestras celebraciones familiares. Simplemente deberíamos mantener y comunicar una clara distinción entre los aspectos de nuestra celebración navideña que son heredados de la cultura y aquellos que están claramente enraizados en las Escrituras.

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3. No se avergüence del carácter judío de pasajes relacionados con la llegada de Jesús.

El primer capítulo de Lucas incluye dos largos himnos que tradicionalmente han sido llamados el Magnificat (el canto de María en Lucas 1:46-56) y el Benedictus (el canto de Zacarías en Lucas 1:67-79). Los títulos provienen de la primera palabra de estos himnos en latín. Estos pasajes —o al menos algunas partes de ellos— a veces se dejan en el olvido porque son bastante largos y porque expresan la esperanza de los judíos en la salvación de Dios sin una clara indicación de cómo sería esa salvación. Esta liberación, como sabemos en retrospectiva, vino a través de la muerte y la resurrección de Jesús, la expansión del evangelio más allá de Israel hacia los gentiles, y el regreso de Jesús al final de los tiempos.

El Magnificat celebra cómo Dios, a través del hijo de María, restaurará y ayudará a Israel mientras se opone a sus enemigos y opresores. El Benedictus describe el papel de Juan el Bautista en relación con Jesús, la figura principal en el cumplimiento del plan de Dios para restaurar Israel. El himno alaba las acciones de Dios de visitar y redimir a su pueblo al levantar al mesías davídico para liberar a su gente, todo en cumplimiento de sus promesas a Abraham y a su pueblo a través de los profetas del Antiguo Testamento. Esta liberación permitirá al pueblo de Dios servirle para siempre sin miedo y con justicia.

Quizá a veces hemos olvidado estos himnos en nuestros sermones de Navidad porque no son suficientemente «cristianos». Este olvido, sin embargo, conlleva una seria pérdida. Ambos himnos describen la salvación que resultará de la venida de Jesús a la tierra. Durante su primera venida, Él lidió de manera decisiva con el pecado de su pueblo, cumpliendo así pasajes como Miqueas 7:18-20. Seguimos esperando su segunda venida, cuando Él lo arreglará todo de muchas maneras —en lo político, lo económico, lo social y lo espiritual— de una vez por todas. Seguimos esperando el cumplimiento pleno y final de las declaraciones hechas en el Magnificat y el Benedictus. Ambos himnos son poderosos ejemplos de cómo alabar a Dios centrándonos tanto en sus atributos —su poder, santidad y misericordia— como en sus acciones al cumplir las antiguas promesas a su pueblo en, y a través del nacimiento de Jesús el Mesías.

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La fe cristiana está enraizada indisoluble e inexorablemente en la fe judía. Por esa razón, incluso Lucas, siendo un gentil, presenta la llegada de Jesús en términos del cumplimiento del Antiguo Testamento (Lucas 1:1). Al igual que Mateo, quien escribió su evangelio en primer lugar para los judíos, Lucas presenta la venida de Jesús dentro de un elenco completamente judío. Si dejamos de ver que nuestra fe cristiana tiene sus raíces en los acuerdos que Dios hizo con su pueblo Israel mucho tiempo atrás, probablemente esa fe resultará superficial y nos dejará con un evangelio y un canon truncados, por no mencionar una comprensión inadecuada de quién es Jesús y por qué vino.

4. No se deje persuadir por cuestionamientos que ponen en duda los testimonios bíblicos del nacimiento de Jesús.

Ambas narrativas del nacimiento de Jesús en las Escrituras están repletas de manifestaciones de sucesos sobrenaturales que rodearon al alumbramiento virginal: apariciones de ángeles, sueños, visiones, profecías que se realizaron con respecto a Jesús, Elisabet concibiendo más allá de sus años fértiles, Zacarías perdiendo el habla, las circunstancias que rodearon a la elección de los nombres tanto de Juan como de Jesús, la relación entre los dos nacimientos, y muchas cosas más. Mateo, por ejemplo, llega incluso a aclarar que María era la madre de Jesús, pero que José no era su padre real. Después de una larga cadena de referencias a hombres que son «padres» de un hijo, Mateo concluye su genealogía refiriéndose a José como «el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo» (Mateo 1:16, cursivas añadidas), indicando que José no era el padre real de Jesús. Jesús fue concebido por el Espíritu Santo en el vientre de María.

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Así pues, que no nos intimiden las objeciones críticas al nacimiento virginal o a otros aspectos sobrenaturales de la historia de la Navidad. Cuando lea a autores como Reza Aslan, quien asegura que las historias del nacimiento y la infancia se encuentran «visiblemente ausentes» de los primeros escritos del Nuevo Testamento —como las cartas de Pablo y el Evangelio de Marcos—, y que los primeros cristianos llenaron los huecos para alinear la vida de Jesús con varias profecías del Antiguo Testamento, incluyendo aquellas relacionadas con su nacimiento, no se alarmen. Según Aslan, los primeros cristianos confeccionaron el mito del nacimiento de Jesús en Belén para «llevar a los padres de Jesús a Belén y que de ese modo él pudiera nacer en la misma ciudad que David». Otros, como Andrew Lincoln, niegan la historicidad del nacimiento virginal con argumentos similares. No podemos responder con detalle aquí, aunque lo hemos hecho en otros sitios. En resumen, esta clase de argumentos reflejan intentos erróneos de negarles a las narrativas del nacimiento bíblico sus elementos trascendentes usando un razonamiento crítico para reinterpretar sucesos sobrenaturales y reescribir las narrativas en términos puramente naturalistas.

Por un lado, como ya se ha mencionado, seamos cuidadosos con no añadir detalles extraños al texto bíblico, aunque estén motivados por la tradición y no por el pensamiento crítico. Seamos firmes defensores de la fiabilidad de los testimonios bíblicos de la naturaleza sobrenatural del nacimiento de Jesús, que fue diferente a cualquier otro en la historia de la humanidad. La Biblia es inequívoca, y una investigación histórica cautelosa ciertamente favorece el hecho de que se necesitó un milagro —en realidad, toda una serie de milagros— para salvarnos. Eso no nos debería avergonzar ni intimidar.

5. No se enrede en lo trivial y pierda de vista el verdadero significado del nacimiento de Jesús.

Los académicos continúan debatiendo cuestiones como el año del nacimiento de Jesús, y que si nació o no el 25 de diciembre. Debaten la historicidad del censo de Cireneo, el año de la muerte de Herodes el Grande, los fenómenos que rodearon al nacimiento de Jesús —la estrella de Belén— y toda una serie de cuestiones cronológicas y de otros tipos. También debaten los posibles orígenes paganos de la Navidad, como por ejemplo, si se trató de un sustituto funcional a la Saturnalia romana y, como hemos mencionado, la aparición de diversas tradiciones asociadas con nuestra celebración de la Navidad. Todas estas interesantes cuestiones merecen ser exploradas, pero no permanezca excesivamente en esos asuntos periféricos. En cambio, céntrese en el mensaje central de la primera venida de Jesús: en la historia bíblica de la Encarnación.

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¿Quién fue Jesús, y por qué vino? El Evangelio de Juan coloca los orígenes de Jesús en la eternidad pasada como el Verbo que era en el principio con Dios, y que fue el agente mismo de la creación. Según Juan, en Jesús, Dios visitó el mundo que había creado, pero los suyos no lo recibieron (1:11). ¡Qué tragedia! ¡Qué inexcusable! Ese Verbo, nos cuenta Juan, se hizo carne en Jesús o, como dice Juan, «puso su carpa» (traducción literal) entre nosotros (1:14). En sus tres años y medio de ministerio, Jesús formó a doce discípulos y a otras personas para llevar a cabo su misión de llevar el Evangelio de la salvación hasta los confines de la tierra. Entonces, murió por nosotros en la cruz para pagar por nuestros pecados y reconciliarnos con Dios. Nuestra relación rota con Dios se enmendó. Aquellos que confían en Él disfrutan de una profunda plenitud espiritual y una conexión continua con Él ya mismo, en el aquí y el ahora, y lo seguirán haciendo por toda la eternidad.

Eso es digno de celebrarse en Navidad y en todo el año, con alegres canciones y una vida dedicada a la gloria de Dios en las alturas, en las cuales cantaron los ángeles aquella noche estrellada hace más de dos mil años.

Andreas Köstenberger es Profesor Investigador del Nuevo Testamento y de Teología Bíblica en el Southeastern Baptist Theological Seminary en Wake Forest, Carolina del Norte. Alex Stewart es decano académico y profesor adjunto de Lengua y Literatura del Nuevo Testamento en el Tyndale Theological Seminary en Badhoevedorp, Países Bajos. Ambos escribieron The First Days of Jesus: The Story of the Incarnation (Crossway, 2015).

Traducción por Noa Alarcón.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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