Con noticiarios al aire las 24 horas del día, entrevistas con eruditos en salud pública y expertos describiendo los pros y los contras de las diferentes estrategias de lucha contra esta enfermedad, todos recibimos un exceso de información y perspectivas acerca de la pandemia. Sin embargo, todavía hay muchas preguntas que nos cuesta responder con total certeza: ¿Por qué sucedió esto? ¿Qué debemos hacer en respuesta? ¿Dónde está Dios en todo esto? En su nuevo libro, God and the Pandemic: A Christian Reflection on the Coronavirus and Its Aftermath [Dios y la pandemia: Una reflexión cristiana sobre el coronavirus y sus consecuencias], el teólogo y autor N. T. Wright muestra lo que las Escrituras dicen para dar respuesta a nuestra confusión e incertidumbre. Andy Bannister, director del Solas Centre for Public Christianity en Escocia, entrevistó a Wright acerca de su libro.

Muchos cristianos ya han escrito libros sobre la pandemia, desde John Lennox hasta John Piper, e incluso personas que no se llaman John. ¿Qué le inspiró a contribuir con su propio libro?

En marzo, la revista Time me preguntó si me gustaría escribir un artículo sobre la pandemia. Su título fue bastante provocativo: “El cristianismo no ofrece respuestas sobre el coronavirus. No se supone que debería hacerlo.” Me interesaba decir que esta situación nos lleva a Romanos 8, donde el Espíritu gime por nosotros con gemidos indecibles (v. 26). Es extraordinario que Pablo diga esto. Y lo que me dice es que tenemos que ser humildes frente a esto y no pensar que deberíamos tener todas las respuestas.

Después de que el artículo fue publicado, comencé a recibir comentarios. Recibí correos electrónicos de gente preguntándome: ¿Cómo puedes decir eso? Y también me enteré de lo que la gente decía en Twitter (yo nunca veo Twitter por mí mismo). Mientras tanto, constantemente escuchaba a la gente usando las Escrituras de forma inadecuada. El libro es un intento de explorar cómo las Escrituras, en la totalidad de su narrativa, realmente hablan de las circunstancias que estamos experimentando hoy.

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Cuando la pandemia comenzó, a la mayoría de nosotros nos tomó por sorpresa. ¿Cree que la iglesia occidental ha vivido con comodidad y seguridad durante tanto tiempo que hemos olvidado cómo lidiar con la oscuridad, el sufrimiento y la crisis?

¡Absolutamente! Estaba platicando con el líder de una iglesia sobre esto hace unas semanas, y él comentó: “Sabes, Tom, no sabemos lamentarnos bien. No estamos acostumbrados. Pero tampoco celebramos bien. Parece que solo buscamos la autocomplacencia.” Y creo que tiene razón. Sigo oyendo a los cristianos preguntando: “¿Podría ser este el fin del mundo?” Y quiero recordarles que cosas como esta han sucedido una y otra vez. Por ejemplo, en 1917 y 1918, hubo una gran pandemia por gripe española, durante la cual, las iglesias de algunas partes del mundo estuvieron cerradas durante un año. Olvidamos que ya hemos pasado por circunstancias similares en el pasado.

Además, la mayoría de las personas de mi generación, los baby boomers, quienes crecimos después de la Segunda Guerra Mundial, no hemos enfrentado una guerra en nuestro territorio. No hemos pasado por una pandemia. Claro, hemos tenido un par de crisis económicas, pero hemos logrado lidiar con ellas de una u otra forma. Así que hemos batallado, pero hemos seguido adelante asumiendo que nada malo podría suceder. Nos olvidamos de la historia.

Quedé fascinado cuando recientemente releí las cartas de Martín Lutero, una de las cuales cito en el libro. Lutero tenía que lidiar con este tipo de cosas con relativa frecuencia, ya sea él mismo, o cuando la gente de las ciudades vecinas clamaban: “¡Ayuda! Tenemos una gran epidemia. La gente se está muriendo. ¿Qué hacemos?” Lutero habla en sus cartas acerca de obedecer las reglas relativas al consumo de medicamentos, ayudar prácticamente donde sea posible, y asegurarse de no contagiar a los demás en caso de que exista el riesgo de ser infeccioso. Él era muy pragmático, diciendo efectivamente: así es como se debe enfrentar una situación como esta. No hagamos un gran alboroto teológico al respecto.

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Su libro hace referencia a varios temas del Antiguo Testamento, especialmente de los Salmos y del libro de Job. Con respecto a este último, usted argumenta que “uno de los puntos clave del libro de Job es precisamente su carácter no resuelto”. ¿Cree que los cristianos de hoy parecen tener problemas con la ambigüedad porque carecen de una base más firme en el Antiguo Testamento?

Creo que el Nuevo Testamento también tiene un lugar para la ambigüedad. Hay muchos lugares en el Nuevo Testamento que terminan con una especie de puntos suspensivos y signo de interrogación; pero es porque eso se llama vivir por fe.

En general, creo que parte de nuestro problema es el racionalismo de los últimos dos o trescientos años en el mundo occidental, y que ha permeado en la Iglesia. Los racionalistas críticos del cristianismo han dicho cosas como: “¡Ajá, mira, la ciencia moderna nos muestra que el cristianismo es falso!” En respuesta, los cristianos racionalistas han dicho: “¡No, vamos a demostrarles cómo todo es completamente racional!” Eso puede llevarnos a querer tener la respuesta a todo, y por eso queremos decir cosas como: “Porque Dios es soberano, debe haberlo hecho deliberadamente o al menos haberlo permitido deliberadamente.” Creemos que deberíamos ser capaces de ver lo que Él está tramando. Pero realmente no creo que ese tipo de acceso nos haya sido dado.

Uno de mis momentos favoritos en el Nuevo Testamento está en la carta de Pablo a Filemón sobre el esclavo Onésimo. Escribe: “Tal vez Onésimo fue apartado de ti por un poco tiempo para que pudieras tenerlo de vuelta para siempre.” (1:15, PDT). En otras palabras, Pablo piensa que tal vez podría ser capaz de ver lo que Dios estaba tramando en esta situación. Pero no lo va a decir definitivamente.

Hay una humildad aquí que necesitamos profundamente. Ahora, nótese que esto podría convertirse en una actitud de “No sabemos nada, así que ¿a quién le importa?” Eso tampoco sería sabio, porque la Palabra nos da pautas. Pero conocer todos los detalles está, como dice el dicho [en inglés], “por encima de nuestro nivel salarial”. Es el trabajo de Dios. Por tanto, cuando Dios nos dice qué es lo que tenemos que hacer en una situación en particular, nuestro trabajo es hacerlo.

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Cuando hablas de los Evangelios, enfatizas el ejemplo de Jesús frente a la tumba de Lázaro, llorando. ¿Qué le dirías a alguien que no es cristiano, que está luchando con el problema del sufrimiento y que pregunta: “¿De qué sirve un Dios que llora? Yo puedo llorar. Cualquiera puede llorar. Lo que necesitamos es acción; ¡necesitamos hacer algo! ¿Qué ayuda ofrece ver a Jesús llorando?”

Hay mucha acción en la historia, y la acción crece a partir de las lágrimas. Como suele ser el caso, de hecho, las lágrimas en los Evangelios a veces son el elemento crucial. Lo que muestran es que el Dios que hizo el mundo, que se hizo humano como Jesús de Nazaret, no está sentado arriba en alguna parte, mirando hacia abajo y diciendo: “Está bien, voy a resolver su desorden.” Más bien, él es el Dios que viene y se ensucia las manos, y cuyas manos fueron atravesadas para poder llegar a donde estábamos y rescatarnos de allí. Es profundamente reconfortante saber que cuando me estoy lamentando, como dice Pablo en Romanos 8, Jesús se lamenta conmigo, y el Espíritu Santo se lamenta dentro de mí. Y esta es una de las cosas que marca la fe cristiana como distinta de cualquier otra cosmovisión que yo conozca.

¿Qué tiene que enseñarnos el resto del Nuevo Testamento, y en particular el papel del Espíritu Santo, acerca de nuestra respuesta a la pandemia?

Romanos 8, que acabo de mencionar, es uno de los pasajes más grandiosos de toda la Biblia. Cuando trabajaba como obispo, si entrevistaba a la gente para algún empleo en la parroquia, a veces preguntaba: “¿Cuál es el texto bíblico que te llevarías a una isla desierta?” Y para hacerlo más difícil, yo añadía: “Ya tienes Juan 20 y Romanos 8, así que no puedes contestar esos. Son demasiado obvios.”

Romanos 8 está lleno de gloria. Está lleno de salvación. Está lleno de la obra del Espíritu. Sin embargo, es fácil dejarnos llevar, e imaginar que una vez que atravesamos las partes difíciles de Romanos 7, podemos emprender el vuelo hasta la afirmación de Pablo de que nada puede separarnos del amor de Dios (8:38–39). Pero todavía tienes que atravesar el oscuro túnel de Romanos 8:18–30, especialmente los versículos 26 y 27, que hablan del Espíritu intercediendo por nosotros en nuestra debilidad.

Cuando el mundo es un caos, como lo es en general, pero particularmente en momentos como estos, sería muy fácil imaginar a la Iglesia dando un paso hacia atrás y diciendo: “Qué lástima que el mundo esté en esta terrible situación. Pero nosotros al menos sabemos las respuestas”. Pero no, Pablo dice que cuando el mundo está gimiendo con dolores de parto, entonces incluso nosotros mismos —que tenemos las primicias del Espíritu, la nueva creación de Dios moviéndose dentro de nosotros— gemimos mientras esperamos nuestra adopción como hijos e hijas, la redención de nuestro cuerpo (Rom. 8:23).

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Se podría decir: “Bien, así que la iglesia comparte el caos en el que está el mundo, pero seguramente Dios sabe lo que está haciendo”. Bueno, en cierto sentido, sí, Dios sabe lo que Dios está haciendo. Pero aquí llegamos al misterio del Dios trino, porque Pablo dice que en ese mismo momento, el Espíritu gime dentro de nosotros con gemidos indecibles. Además, aludiendo al Salmo 44, uno de los grandes salmos de lamento, Pablo dice que el Dios que examina el corazón conoce la mente del Espíritu, porque el Espíritu intercede por el pueblo de Dios según la voluntad de Dios (Rom. 8:27). En otras palabras, Dios Padre conoce la mente del Espíritu. Pero la mente del Espíritu es la mente que no tiene palabras para decir acerca de lo terribles que son las cosas en este momento.

Este es un asunto muy extraño. Pero lo que pienso que significa es esto: que para rescatar al mundo, Dios viene en la persona de su Hijo para tomar el peso del pecado sobre sí mismo. Y Dios viene en la persona del Espíritu para ser el que gime en la Iglesia, en el lugar donde el mundo está sufriendo. Así es como Dios se mueve por medio de esos dolores de parto, del estado actual de horror y vergüenza en el mundo hacia la salvación, la nueva creación total, que es lo que se nos promete.

La idea del Espíritu lamentándose y gimiendo me lleva de nuevo a algo que tocaste anteriormente: el lamento. A lo largo del libro dices que tenemos que “abrazar el lamento”. ¿Es algo que hasta cierto punto hemos olvidado en la iglesia moderna? Si es así, ¿cómo lo redescubrimos?

Sí, creo que algunos de nosotros lo hemos olvidado. Para aquellos de nosotros en una tradición donde usamos los Salmos todo el tiempo, nos ayuda bastante pasar a través del lamento con frecuencia. Cuando oro los Salmos todos los días, a menudo paso por uno de los salmos de lamento, y frecuentemente es justo eso lo que necesito, porque estas cosas malas que encuentro en los Salmos están sucediendo en mi vida.

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En otras ocasiones, paso por los salmos de lamento cuando personalmente me siento muy alegre. Así que, como ejercicio espiritual, trato de pensar en la situación de las personas que conozco en todo el mundo: ya sea amigos míos o personas que he visto en la televisión o en las noticias, que están en una situación terrible ahora, personas en un horrible y escuálido campo de refugiados, o cualquiera que sea el caso. Entonces oro los salmos de lamento tratando de abrazar a esas personas en el amor de Dios.

Debemos recordar que el lamento no es sólo para la Cuaresma. También es parte del Adviento, cuando nos preparamos para la Navidad. Esas son temporadas que podemos usar para desarrollar liturgias de lamento que lleven el dolor del mundo a la presencia de Dios, usando salmos de lamento, como los salmos 22, 42 y 88, que prefiguran lo que Jesús oró en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mateo 27:46). A veces esas oraciones salen del otro lado hacia la luz. Y a veces, como el Salmo 88, simplemente no lo hacen. Se quedan en la oscuridad. Y hay una sensación de que Dios está con nosotros en esa oscuridad.

Hacia el final del libro, usted habla de la Iglesia y su respuesta a varias órdenes de cierre. Usted argumenta que nuestra voluntad de suspender las reuniones en persona y llevar a cabo servicios en línea puede haber reforzado accidentalmente la idea secular de que la fe es una actividad privada. ¿Cómo sugiere que naveguemos a través de la tensión entre el llamado al culto corporativo y la importancia de la salud pública?

Empiezo con el punto que Lutero hizo acerca de que no debemos propagar la infección. Eso sería irresponsable. Eso sería jugar con la vida de otras personas. Y si amamos el edificio de nuestras iglesias más de lo que amamos a nuestro prójimo, entonces ¡ay de nosotros! La verdad es que la mayoría de las iglesias en el Reino Unido son edificios antiguos, lo que hace que sea muy difícil limpiarlas a profundidad. Y esto es algo que tomo muy en serio.

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Por otro lado, me preocupa que la iglesia en línea pueda fácilmente tentarnos a decir: “No necesitamos reunirnos en persona, porque estos son asuntos espirituales”.

Entonces, ¿puedes adorar a Dios en tu dormitorio, en pijama, tanto como en cualquier otro lugar? Bueno, en cierto sentido sí puedes. Pero el cristianismo es un deporte de equipo. Es algo que hacemos juntos. Pensemos, por ejemplo, en los frutos del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio (Gal. 5:22–23). Todas esas son cosas que hacemos juntos. No puedes practicarlas alejado de otros. Por lo tanto, entre antes podamos volver a reunirnos sabiamente, mejor.

En cuanto a recibir la Eucaristía, sí, podemos recibirla en la pantalla; pero también hay una sensación de ayuno, de privación, de exilio, porque el cuerpo de Cristo —la familia más grande del pueblo de Dios— no está físicamente presente con nosotros.

Durante mucho tiempo he pensado que la respuesta más importante al mal y al sufrimiento no son tanto las palabras, sino las acciones, incluso acciones que pueden ser costosas. Jesús es nuestro modelo en este sentido. Por lo tanto, a la luz del sufrimiento causado por la pandemia, ¿Qué deberían hacer los cristianos ahora? ¿Cómo deberíamos vivir?

Hay un pasaje fascinante en Hechos 11, donde los discípulos de Antioquía reciben mensaje de parte de un profeta diciendo que venía un periodo de hambruna (vers. 28). No responden: ¡Oh no! ¿Qué puede significar esto? ¿Estará Dios enojado con nosotros? ¿Significa que el Señor ya va a regresar? No. Son muy prácticos. Preguntan: ¿Quién va a estar en mayor riesgo? ¿Qué podemos hacer para ayudar?y ¿A quién debemos enviar? El resultado es que Pablo y Bernabé son enviados a Jerusalén con dinero para la iglesia pobre de ese lugar (v. 29–30).

Es similar al comienzo de Juan 9, la historia del hombre que nació ciego. Jesús fue implacablemente práctico y frenó a sus discípulos cuando le preguntaron de quién fue la culpa de que eso pasara, o si había un pecado que culpar (v. 3). En realidad no era culpa de nadie. La pregunta importante es qué es lo que Dios quiere que hagamos en respuesta.

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Así que, en nuestro caso, debemos comenzar con nuestros vecinos, amigos y familiares, preguntando a quién podríamos ayudar, llevándoles alimentos, herramientas o suministros médicos. Tal vez nuestra iglesia podría involucrarse con algo como dirigir un banco de alimentos. En resumen, debemos preguntar: ¿Qué podemos hacer?

En su maravilloso libro Dominion: How the Christian Revolution Remade the World, el historiador Tom Holland señala que muchas cosas que la iglesia, y sólo la iglesia solía hacer, ahora han sido asumidas por la sociedad secular en general. Así, muchos médicos y enfermeras que no se consideran cristianos han adoptado esta gran responsabilidad de cuidar a otras personas, incluso cuando esto pone en riesgo sus propias vidas. Eso es algo noble.

Pero en el mundo antiguo, sólo los cristianos hacían eso. Así que, en cierto sentido, parte de ese ideal cristiano se ha extendido al mundo. Y debemos dar gracias a Dios por eso. Pero la Iglesia ha estado haciendo cosas como la medicina, el cuidado de los pobres y la educación desde el primer día. Están en lo profundo del ADN de la iglesia. Así que los cristianos deberían estar recuperando esa tradición y aferrándose a ella. Y no solamente cuando haya una pandemia en marcha.

Traducido por Livia Giselle Seidel

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