Evelyn Perez intentó compartir su trauma. Hace cinco años, se reunía cada semana con un pequeño grupo de mujeres —a las que se refiere como “gente increíble”— en una megaiglesia no denominacional del área de la Bahía de San Francisco. Le contó al grupo de mujeres —conformado mayoritariamente por mujeres blancas y dos mujeres de color [en este artículo la expresión “gente de color” se usa para hacer referencia a las personas de cualquier origen étnico distinto a la raza blanca],— que su matrimonio se había vuelto peligroso. La relación se estaba resquebrajando y su marido se estaba comportando de manera abusiva, tanto física como emocionalmente.

Pero ella no se sintió comprendida.

“Cuando compartí mi historia, simplemente me dijeron: ‘Sentimos que estés pasando por esto, vamos a orar por ti’”, contó Evelyn, quien ahora tiene 37 años y está divorciada. “Nunca hubo una preocupación más profunda. Nunca escuché: ‘Queremos ser tu prójimo. Queremos sentarnos contigo en tu dolor. Queremos caminar a tu lado’”.

“This is our family. This is our culture. I don’t want you guys to ever lose it.” Evelyn Perez
Image: Courtesy of Evelyn Perez

“This is our family. This is our culture. I don’t want you guys to ever lose it.” Evelyn Perez

Evelyn, que había llegado con su madre desde Guatemala a los Estados Unidos cuando tenía dos años, no sintió que comprendieran cómo, en su experiencia, su marido de origen mexicano manifestaba “ya sabes, el alcohol y el machismo” que partió en dos su matrimonio.

Aunque mostraron empatía, las mujeres del grupo no reconocían por qué estaba dolida, ni lo profundo de su herida.

“No existía la voluntad de querer tener una comprensión más profunda de quién era yo, de dónde venía”, dice ella. “¿Cuál era mi cultura? Nunca me preguntaron”.

Así que se fue. Aunque al principio se resistió, Evelyn regresó a la Iglesia Maranatha Covenant en Richmond, California, la iglesia de mayoría inmigrante en la que había crecido.

Allí encontró una recepción completamente diferente.

Cuando Evelyn compartió el trauma de su matrimonio, “ellos me apoyaron, caminaron junto a mí”, dice. “Eran como una familia. Pude notar la diferencia entre las dos iglesias. Simplemente, había una comprensión mayor, y me sentí segura al compartir mi historia”.

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La historia de Evelyn acerca del sentido de pertenencia que encontró en una iglesia de mayoría étnica resuena con la de otros estadounidenses, descendientes de inmigrantes de segunda o tercera generación, que se sienten desilusionados por las grandes iglesias multiétnicas lideradas por gente blanca. Es un fenómeno con el que estos cristianos batallan, aunque el número de megaiglesias multiétnicas esté creciendo. Un nuevo estudio [enlace en inglés] llevado a cabo por los sociólogos Warren Bird y Scott Thumma ha revelado que, aunque el 58 por ciento de las megaiglesias ahora son multirraciales (definidas así por tener un 20 por ciento de la congregación perteneciente a un grupo racial minoritario) el 94 por ciento de los pastores principales son blancos.

Este es un momento trascendental para estos hijos y nietos de inmigrantes. Su grupo de población, formado en gran parte por estadounidenses de origen asiático y latino, constituye el grupo minoritario de mayor crecimiento, debido en parte a la aprobación del Acta de Inmigración y Nacionalidad de 1965, que eliminó el sistema de cuotas basado en el origen nacional y condujo a un rápido crecimiento del número de inmigrantes provenientes de naciones no europeas. Pertenecientes en su mayoría a la generación X y a la generación del milenio, los descendientes de los inmigrantes que llegaron después de 1965 a menudo comparten la experiencia de haber dejado la iglesia étnica de su juventud por iglesias multiétnicas lideradas por gente blanca, solo para descubrir que algo les faltaba.

Ahora, cuando les toca criar a sus propios hijos, muchos se plantean preguntas acerca del tipo de fe y del entorno cultural que quieren ofrecerles. A menudo eso significa buscar iglesias que estén dispuestas a incorporar sus historias, que abracen su legado y que contraten a líderes que se parezcan a ellos.

Este cambio ha apartado a muchos estadounidenses de segunda y tercera generación de las iglesias multiétnicas y los ha encaminado en diversos caminos alternativos. Uno de ellos es una especie de “efecto búmeran modificado”, en el cual estos cristianos regresan a iglesias étnicas similares a aquellas en las que fueron criados, aunque a menudo con expresiones más progresistas acerca de lo que significa seguir a Jesús, y más orientadas hacia la justicia.

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Michael O. Emerson, sociólogo cristiano que hace dos décadas coescribió el importante libro Divided by Faith: Evangelical Religion and the Problem of Race in America [Divididos por la fe. La religión evangélica y el problema racial en Estados Unidos], dice que los cristianos de color en términos generales, siguen dos caminos cuando se distancian de las iglesias multiétnicas lideradas por gente blanca: se unen a iglesias multirraciales lideradas por pastores de color, o bien abandonan los espacios religiosos por completo.

Sandra María Van Opstal, quien trabajó durante años con InterVarsity Christian Fellowship y es cofundadora de la organización sin ánimo de lucro Chasing Justice, dice que muchos cristianos de color han comenzado a rechazar los espacios multiétnicos liderados por gente blanca porque se han sentido orillados a causa de la falta de cuidado y de comprensión cultural.

Sandra María, de madre colombiana y padre argentino, creció asistiendo a una parroquia católica de habla hispana y dice que despertó a la fe cristiana en una iglesia Bautista del Sur predominantemente blanca. Más tarde, eligió pastorear la Iglesia Grace and Peace en el barrio Hermosa de Chicago. Aunque ya no trabaja allí, todavía considera que Grace and Peace, de mayoría puertorriqueña y negra, es su iglesia madre.

“Fui a Grace and Peace porque pensaba: ‘Necesito alejarme de toda esta gente blanca por un minuto si quiero sobrevivir’”, dice, describiéndolo como un proceso sanador. “Quería estar en la casa de mi madre. Y creo que esa es la imagen que tiene mucha gente de color. Es como decir: ‘La casa de mi madre no es perfecta, pero es la de mi madre, ¿sabes?’”.

Algunas investigaciones recientes han sustentado la idea de que las grandes iglesias multirraciales con liderazgo pastoral mayoritariamente blanco pueden, inadvertidamente, presionar a los feligreses a ajustarse a las conductas culturales blancas. Emerson dice que las iglesias multirraciales normalmente se han vuelven diversas cuando la gente de color se suma a ellas, y no al revés; además, dice, la gente blanca comienza a abandonar [enlace en inglés] las iglesias multirraciales una vez llegan a tener menos del 50 por ciento de gente blanca.

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“La visión es grande, y es bíblica: tenemos que estar todos juntos para crear verdadera unidad y reconciliación”, dice Emerson, quien es de raza blanca. “La realidad es que aquellos que tradicionalmente han tenido la mayor influencia, es decir, la gente blanca, continúan haciéndolo, así que las cuestiones que importan, las que se discuten, son aquellas que preocupan a la gente blanca. El resultado es, por supuesto, que la mayoría de la gente de color comienza a sentirse como: ‘¿Acaso importamos? ¿Realmente pertenecemos a esta iglesia?’”.

Emerson, que encabeza el departamento de Sociología de la Universidad de Illinois en Chicago, analiza esta desilusión en un nuevo libro que está programado para publicarse este año, The Great Betrayal [La gran traición], sobre el cual él comenta que describe “cómo los cristianos blancos en los EE. UU. eligen continuamente el ser blanco por encima del ser hermanos y hermanas en Cristo”.

Mientras llevaba a cabo la investigación, Emerson y su equipo les preguntaron a líderes cristianos de color qué ayudaría a remediar la decepción que sienten las personas de color en iglesias multirraciales lideradas por blancos. Él dice: “Su respuesta fue congruente, y yo creo que profunda, y es esta: analizar el problema que implica decir ‘iglesia multirracial liderada por gente blanca’. ¿Cómo es eso posible? Así que la respuesta es que no puede haber iglesias multirraciales lideradas por gente blanca. Y eso no quiere decir que no haya líderes de raza blanca. Quiere decir que tiene que haber lo que ellos llaman ‘poder compartido’. Tiene que haber un equipo multirracial. Ninguna iglesia está liderada por una sola persona. Hay una junta, hay diáconos, hay un equipo de liderazgo, lo que sea. Tiene que ser diverso. Y tiene que ser diverso no solo en apariencia, sino en las perspectivas reales”.

Construyendo puentes en las filas de la iglesia

Las diferencias en la diversidad étnica generacional se pueden perder de vista fácilmente si los líderes de la iglesia no tienen ojos para verlas.

Durmomo Gary, quien trabaja para World Relief en temas de compromiso de iglesia y de gestión de casos, sabe bien cómo los estadounidenses de segunda y tercera generación están enraizados tanto en la cultura de sus padres, como en la corriente predominante de la cultura estadounidense. Nacido en lo que hoy es Sudán del Sur, Gary recuerda cómo los adolescentes que asistían a la iglesia sudanesa que él pastoreó en Illinois durante cinco años tenían poco interés en participar en el servicio dominical centrado en los inmigrantes, pero se presentaban regularmente a los estudios bíblicos para jóvenes los domingos por la tarde.

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“La música que tocábamos (en los servicios) no les decía nada; ellos no sabían cómo cantar las canciones que cantábamos; la lengua que usábamos, tampoco la entendían bien”, dice. “Es más seguro para ellos venir a los estudios bíblicos porque yo hago las cosas de un modo que sí les habla. Cuentan chistes, traen sus Biblias. Y el problema con ese grupo es que, si llegan a un punto en que no tienen una iglesia que les reciba, sencillamente se apartan de la fe”.

Gary señala uno de los esfuerzos por hacer algo similar en una iglesia de mayoría blanca, la Iglesia Calvary en Orlando Park, Illinois, que creó un espacio para la creciente comunidad árabeamericana de segunda y tercera generación comenzando un ministerio en inglés y árabe llamado Noor (luz en árabe), liderado por un pastor árabeamericano, Lawrence Haddad.

“Entonces (Haddad) me invitó a entrar a una gran sala, y allí había como 150 o 200 personas”, dice Gary. “No escuché a nadie hablando en árabe. Tenían entre veinte y cuarenta años, y no encajaban en el tejido de la iglesia blanca estadounidense habitual”, pero tampoco estaban necesariamente interesados en un culto solo en árabe.

Sam George, director del Instituto Global Diaspora del Wheaton College, dice que es importantísimo que las iglesias levanten a la segunda y tercera generación de cristianos porque su habilidad para ser puentes culturales los convierte en fuerzas misioneras.

“Ellos llevan a cabo una función única en la misión de Dios”, dice George, que nació en las Islas Andamán en la India. “Cuando lo miras en perspectiva, ves a Dios trayendo gente hasta esta costa, y surge la siguiente generación, que restablece y reclama la fe, la vigoriza y la regenera de nuevas maneras”.

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Buscando raíces

Tanto los cristianos blancos como los de color se han lamentado durante mucho tiempo de la división racial de las iglesias estadounidenses, invocando la frase de Martin Luther King Jr. acerca de “el momento más segregado” de Estados Unidos. El exasperante desafío para las congregaciones multiétnicas incluso más resueltas, sin embargo, es que algunos cristianos afirman que las comunidades multirraciales son incómodas y exigen mucho emocionalmente, y por eso su fe prospera más en espacios culturalmente homogéneos.

Daniel Lee, de 35 años, quien nació a las afueras de Cleveland de padres inmigrantes originarios de Busán, Corea del Sur, habla del ciclo que él ha experimentado, de dejar de asistir a iglesias coreanas para ir a iglesias lideradas por gente blanca, para finalmente regresar a las primeras.

“Así fue como me quedé encallado en Willow”, dice Lee, refiriéndose a la Iglesia Willow Creek Community a las afueras de Chicago. “Estaba sirviendo en una iglesia coreana y entonces, tras tres años, llegué a estar tan cansado que la dejé. Y me escondí en Willow, pasando desapercibido, sin querer involucrarme, solo asistiendo a los servicios”.

Finalmente superó ese periodo, e incluso trabajó en Willow durante unos años. “Pero entonces me di cuenta de que mi copa no estaba llena con la comunidad de los creyentes”, dice Lee. “Creo que esa es la narrativa de mucha gente de color: van a una iglesia, a una megaiglesia, se esconden, no pueden encontrar una comunidad, y después se marchan. Y, después, lo que terminan haciendo es regresar a una iglesia étnica porque eso es a lo que están acostumbrados. Esas raíces son muy profundas”.

Lee pastorea ahora los ministerios de jóvenes en inglés de la Primera Iglesia Presbiteriana Coreana de Naperville. Dice que cuando está enseñando y lanza algunas pequeñas frases en coreano o referencias a ciertas comidas “eso sirve como un punto de conexión para los estudiantes”.

Algunos hijos de inmigrantes, como Tanya y Barry Jeong, nunca dejaron la iglesia étnica. Ambos nacieron en Chicago, Tanya de padres provenientes de Hong Kong y Barry de padres de la provincia china de Guangdong, y ambos asistían a la Iglesia Chinese Christian Union (CCUC) en la zona de Chinatown de Chicago desde niños. A diferencia de algunos de sus amigos, los Jeong se quedaron, asegurándose de que sus hijas, de ocho y diez años, experimentaran el singular mosaico de la comunidad de lenguas y culturas del cantonés, el mandarín y el inglés.

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Aunque Tanya, de 39 años, dice que “fácilmente podrían ir a una iglesia liderada por blancos” porque siente que “allí encajarían perfectamente”, realizan el trayecto de 30 minutos hasta la CCUC porque “hay algo especial en estar en una iglesia étnica y sentirse rodeados de otras personas chinas a las que no tienes que darles explicaciones. Me da la sensación de que cuando vas a una iglesia multiétnica estás constantemente explicando cosas, o conteniéndote. Eres muy consciente de que de algún modo representas a tu cultura”.

“I think that’s the narrative of a lot of ethnic people: They go to a church, a megachurch, to hide out, can’t find community, and then they leave.” Daniel Lee
Image: Courtesy of Daniel Lee

“I think that’s the narrative of a lot of ethnic people: They go to a church, a megachurch, to hide out, can’t find community, and then they leave.” Daniel Lee

En la CCUC, dice Tanya, sus hijas pueden comer dim sum en contexto. “A la gente no le da asco el hecho de que la comida favorita de una de mis hijas sean las patas de pollo. Ellas no son conscientes de esta clase de cuestiones culturales, que yo creo que a veces facilita que se abran”.

Barry Jeong, de 41 años, añade que, puesto que la mayoría de las amigas de sus hijas en la escuela y en su barrio residencial de Chicago son blancas, ir a una iglesia étnica las ayuda “a ver que son de ascendencia china y aprenden a estar orgullosas de ello, y a no querer ser más blancas para encajar”.

En California, Evelyn Perez dice que, aunque al principio le daba reparo regresar a la iglesia de mayoría inmigrante. “Sencillamente, estaba demasiado orgullosa de mí misma como para regresar”, dice. Ahora se siente agradecida de estar criando a sus hijos en una comunidad de creyentes que integra el lenguaje, la comida y las sensibilidades de la cultura latina. Sus hijos, de ocho y once años, antes estaban perdiendo interés en el español; ahora les emociona hablarlo en la iglesia, a veces con sus amigos.

“Me encanta que, para mí, regresar se sintió como decir: ‘Esta es nuestra familia. Esta es nuestra cultura. No quiero que ustedes la pierdan’”, dice Perez. “Por ejemplo, en nuestras iglesias, ¿cómo recaudamos dinero? Vendemos tamales”.

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La comunidad se ha convertido en algo más profundo y auténtico para ella y sus hijos. “Nos sentamos unos con otros”, dice Perez. “No es ‘Ah, hola, ¿cómo estás?’. No. Es: ‘Ven aquí. Tómate un pan con café conmigo’. Así es como hacemos comunidad. Realmente cuidamos unos de otros, y me alegra que mis hijos lo vean”.

Como muchos otros de la generación del milenio, Evelyn, quien ahora sirve en el equipo de liderazgo de la iglesia, también se ve a sí misma como alguien con las herramientas y la pasión necesarias para señalar las desigualdades del sistema y defender el cambio social.

“Como líder de iglesia, yo pienso de esta forma: ‘Parece que aquí existe una gran disparidad entre la comunidad latina inmigrante y la gente blanca’”, dice ella. ¿Qué puede hacer la iglesia para ayudar a eliminar esa diferencia en los ingresos? ¿En el acceso a los servicios de salud? ¿En la educación? “Creo que es importante que seamos capaces de entender a quién estamos sirviendo.”

Un injerto, no un ramo de flores

Mitch Kim, que nació en California de padres inmigrantes y se crió pasando largos periodos de tiempo en Japón antes de regresar a Estados Unidos para la universidad, ha experimentado varias de las situaciones comunes que experimentan los cristianos coreanos de segunda generación.

Asistió y trabajó en la Iglesia Korean West Alliance en Warrenville, Illinois, durante dos décadas. Hace diez años, con la bendición de la Korean West Alliance, Kim plantó la Iglesia Living Water Alliance en Wheaton, Illinois, una congregación formada en gran medida de estadounidenses de segunda y tercera generación que floreció y sintió el llamado a alcanzar a personas que vivían “entre” culturas.

Después, hace siete años, un superintendente de distrito de la Alianza Cristiana y Misionera le preguntó a Kim si la Iglesia Living Water estaría interesada en fusionarse con la Iglesia Blanchard Alliance, una iglesia de mayoría blanca cuya asistencia había comenzado a decaer. Al principio Kim pensó: “¿Por qué querría atarme al cuello la soga de esta gran congregación?”, dijo. “Pero entonces lo reconsideré: ‘¿Sería una clase de respuesta a nuestra oración? ¿Nos está llamando Dios a estar juntos?’”.

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Y así comenzó la Iglesia Wellsprings Alliance. En el momento de la fusión, los líderes de las iglesias dijeron que ambas congregaciones tendrían que ceder. Pero los de Blanchard pensaron que su congregación tendría que hacer el mayor esfuerzo al tener que adaptarse a tener un pastor principal de color.

Lo que ocurrió, sin embargo, fue lo contrario. “Lo que descubrimos después de la fusión fue que muchas de las personas que venían de Living Water de algún modo sintieron como que estaban perdiendo su casa, su propio espacio”, dice Kim. “Teníamos buenas relaciones, pero quedaba la sensación de haber perdido algo. Haber perdido un lugar donde no teníamos que dar explicaciones”.

“The multiethnic church often is a flower bouquet . . . its best day is the first day.”
Image: Courtesy of Mitch Kim

“The multiethnic church often is a flower bouquet . . . its best day is the first day.”

Aunque la iglesia ha batallado durante los últimos seis años por crear una nueva cultura, su congregación —aproximadamente un 60 por ciento blanca, un 25 por ciento asiática y un 15 por ciento negra y latina— ha crecido significativamente, de unos 500 a unos 800 adultos.

El último año, después de los asesinatos de George Floyd y de Breonna Taylor, la iglesia colocó dos carteles con el mensaje “Black lives matter” [Las vidas negras importan] en el exterior de su edificio principal. Colocó un letrero similar en su página web, con enlaces a diversos recursos y a una defensa teológica de esta declaración.

La gente de color de Wellspring “sintió que pedirles a los que pertenecen a la cultura mayoritaria que abrazaran las cargas y los dolores de sus hermanos y hermanas era algo muy concreto y costoso”, dice Kim. Algunos de los asiáticoamericanos que se sintieron frustrados por los cambios tras la fusión acudieron a Kim con palabras de ánimo: “Esto los había llenado de esperanza para nuestra iglesia multiétnica, que no sería simplemente un espacio para la mayoría cultural, salpicada de algo de color; que esa no sería la realidad, y que a sus hermanos y hermanas se les iba a permitir venir a la iglesia tal como eran”.

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Una iglesia multiétnica que deja espacio para que las personas crezcan unas junto a otras en plena expresión de quiénes son, dice Kim, es una iglesia que no corta las raíces de la gente y deja que se marchiten y se marchen.

“El peligro es que, a menudo, una iglesia multiétnica es un ramo de flores, donde cortas a personas de su cultura, las raíces de donde proceden, y los reúnes de tal modo que el mejor día siempre es el primero”, dice Kim. “Cuando los juntas a todos, tienes un ramillete colorido. ‘¡Mira, tenemos una latina! ¡Mira, tenemos a alguien negro! ¡Mira, tenemos chinoamericanos! Háblame de tu cultura’. Pero, con el tiempo, no hay raíces”.

Las iglesias multiétnicas deberían funcionar más bien como un injerto. En tu propio cuerpo has debido fusionar tu cultura inmigrante con la estadounidense. Y siempre estás luchando con la idea de ‘¿Quién soy yo en medio de todo esto?’, dice. “Hay un deseo ferviente : ‘Quiero ir a la iglesia tal como soy’. Así que esta es mi esperanza: Lo que las segundas y terceras generaciones han estado haciendo en sus propios cuerpos y familias, eso debemos aprender a hacer como familia de la iglesia”.

Erin Chan Ding es periodista freelance, y vive con su marido, su hijo y su hija en el área de Chicago. Ha escrito para The Washington Post, Chicago Tribune, y The New York Times, y es miembro del equipo del Detroit Free Press.

Traducción por Noa Alarcón

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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