Me crié en una familia musulmana en Teherán, Irán. Mi madre era profesora y directora de una escuela primaria. Ella sabía mucho sobre el Islam y se esforzaba por seguir sus enseñanzas. Me ayudó a aprender a leer el Corán, me enseñó a rezar al menos tres veces al día y me animó a ayunar durante el Ramadán.

Como adolescente musulmán, recuerdo que estaba lleno de miedo, concretamente, miedo a que mis padres murieran. Esto se debía a que mis creencias islámicas no me daban ninguna sensación de seguridad sobre si ellos, o cualquier otro musulmán practicante, alcanzaría la salvación de su alma. Tenía grandes preguntas sobre la vida en el más allá que mi fe no podía responder. La idea de perder a mis padres me asustaba hasta el punto de que entraba en su habitación a altas horas de la noche solo para asegurarme de que aún respiraban.

Medicina para mi alma

Un día, cuando tenía 17 años, vino de visita una persona de nuestra familia. Hacía poco que se había convertido en cristiana gracias a su relación con un misionero que trabajaba en Irán. Así que decidió venir a nuestra casa e intentar compartir el evangelio. «¡Jesús es el Señor!», recuerdo que dijo. «¡Y ha venido a salvarnos de nuestros pecados!». Apoyó sus afirmaciones con varios versículos de la Biblia, como Juan 3:16 y Juan 8:32: «y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres».

Como joven musulmán, me habían enseñado que la Biblia estaba corrompida, que la versión que leemos hoy es una distorsión de su contenido original. Pero mientras escuchaba a esta mujer leer las Escrituras, sentí algo de su poder, y me sentí seguro de que un libro capaz de atrapar mi corazón tan intensamente no podía estar corrompido después de todo.

Normalmente, mi madre se ofendía si alguien no estaba de acuerdo con sus valores islámicos. Sin embargo, aquel día ocurrió algo sorprendente. En lugar de defenderse, escuchó pacíficamente e hizo preguntas. No había ni rastro de una actitud defensiva; parecía que simplemente quería saber la verdad. (Más tarde, nuestra pariente nos dijo que había estado orando por nuestra familia antes de venir a compartir el Evangelio, y estoy convencida de que esas oraciones sirvieron para ablandar el espíritu de mi madre).

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Otra cosa llamó mi atención en la presentación del evangelio de nuestra pariente: su afirmación de que «Jesús puede liberarte del miedo y salvarte de la muerte eterna». Estas palabras fueron una medicina para mi alma y un alimento para mi corazón hambriento. Nunca había oído tales palabras de paz y tranquilidad de ningún líder espiritual del mundo islámico. De algún modo extraño pero poderoso, me pareció percibir la presencia y la autoridad de Dios en lo que decía.

En aquel momento, yo no entendía lo que significaba hacer una oración para recibir la salvación. No sabía cómo arrepentirme de mis pecados ni recibir a Cristo como Salvador. Pero mientras subía a mi habitación, no podía dejar de reflexionar sobre la idea de que Jesús tenía la llave de la vida eterna. De pronto, me encontré de rodillas. Al levantar la vista, dije: «Jesús, sé que Tú eres el Señor. Sálvame y libérame de mis miedos».

Al principio, me resistí a decirle a mi madre que me había hecho cristiano, porque temía su reacción. Sin embargo, resultó que ella estaba experimentando su propio despertar espiritual en ese mismo momento. Muy pronto, cuando ella confesó haber llegado a la fe, me atreví a decirle que yo había hecho lo mismo. Sorprendentemente, mi padre y mi hermano menor también se convirtieron al cristianismo.

Cuando informamos a nuestra pariente de nuestras decisiones, se alegró con nosotros e inmediatamente nos puso en contacto con una iglesia secreta que se reunía en una casa de Teherán. A veces nos daba miedo pensar que el gobierno islámico podía arrestarnos y condenarnos a largas penas de prisión, o incluso a la muerte. Pero el Espíritu Santo nos dio un valor extraordinario y un deseo creciente de compartir el evangelio con los musulmanes.

Durante los diez años siguientes, empecé a viajar a conferencias cristianas fuera del país para crecer en mi relación con el Señor. Estudiaba temas como el discipulado, el liderazgo de la iglesia y la plantación de iglesias, y luego traía esos cursos a Irán y los enseñaba a mis grupos pequeños. Me apasionaba tanto la misión de Dios que oraba de rodillas todos los días para que Dios me utilizara como ministro a tiempo completo.

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Tras años de oración, tuve un sueño en el que Dios me decía que iría a otro país. No me reveló el nombre del país, ni siquiera la región, solo el año en que haría mi viaje: el año 2013. Y sucedió que ese mismo año quedé atrapado en Turquía como refugiado. Dos años antes, la policía secreta iraní había detenido a uno de los líderes de nuestra red de iglesias, lo que no me dejó otra opción que huir del país.

Recuerdo mi último día en Irán, conduciendo con lágrimas en los ojos para dar el último adiós a todos los miembros de mi familia, sabiendo que nunca podría volver. Todavía puedo sentir el dolor de esa separación. Pero Dios fue fiel en el cumplimiento de sus promesas, trabajando por medio de la Organización de las Naciones Unidas para asegurar mi paso a los Estados Unidos, donde vivo hoy. Me dio una gran iglesia y una gran familia cristiana que se preocupó por mí. Me dio mentores maravillosos y piadosos que han derramado bendiciones y sabiduría en mi vida, y me han entrenado y han orado conmigo en los momentos difíciles.

Durante casi 21 años, he participado en el ministerio de la iglesia perseguida. He plantado varias iglesias en casas y he enseñado cursos de discipulado y liderazgo en ellas. Después de mudarme a los Estados Unidos, fui capaz de discernir un llamado para equipar a la iglesia perseguida a través de las plataformas de redes sociales. Mi objetivo es utilizar el poder de la educación en línea y los medios sociales para formar a nuevos líderes. Almaceno todas mis enseñanzas y videos en mis plataformas de redes sociales. Y soy mentor de todos mis aprendices en línea, reuniéndome con ellos en persona unas cuantas veces al año en un país seguro de Asia Central.

Mientras tanto, mi mujer y yo organizamos una confraternidad cristiana semanal en Instagram para personas de habla persa en iglesias secretas que se reúnen en casas en lugares como Irán, Afganistán y Tayikistán. La gente conecta desde todo el mundo, adoramos a Dios juntos y oramos unos por otros. Tenemos la oportunidad de compartir el evangelio con musulmanes que viven en regiones que nunca podríamos visitar.

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Liberado del miedo

Un año después de entregar mi corazón a Jesús, mi padre murió de cáncer. Fue una gran tristeza para nuestra familia. Pero se había convertido en un gran creyente y, en sus últimos días, alababa a Jesús en su cama, incluso en los momentos más duros de la quimioterapia. Recuerdo que me sentaba junto a su cama y le leía la Biblia. Después, oraba para que Dios lo sanara. Y mi padre levantaba las manos para mostrar que estaba orando y adorando junto a mí.

Cuando se fue con el Señor, el Espíritu Santo nos dio a mi familia y a mí una increíble sensación de paz. Me di cuenta de que Dios me había sanado y me había liberado del miedo a la muerte, tanto la de mis padres como la mía. Y me regocijé en la certeza de que, gracias a Cristo, algún día muy cercano, todos nos encontraríamos en la presencia del Dios vivo para siempre.

Nathan Rostampour es pastor de plantación de iglesias y entrenador de liderazgo. Sirve en la Iglesia Summit de Raleigh-Durham en Carolina del Norte.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.

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