En la mayoría de las temporadas navideñas, unos cuantos juguetes o accesorios «imprescindibles» del año aparecen anunciados en los programas de televisión y en las promociones pagadas en las redes sociales. Pero la gran historia de las compras navideñas de este año ha sido la ansiedad por los precios y el flujo de las cadenas de suministro [enlaces en inglés], y por saber si recibiremos todas las cosas que queremos a tiempo para desenvolverlas el 25 de diciembre.

Como cristianos, sabemos que no deberíamos dejar que las cosas que deseamos tengan tanta influencia sobre nosotros. A menudo dejo las cosas que mi familia ya no usa en los contenedores de donaciones de Goodwill, alejándome cada vez con las palabras «nada me faltará» resonando en mi cabeza. Y, sin embargo, en cuanto el cartel del centro de donaciones aparece en mi espejo retrovisor, vuelvo a adquirir el hábito de comprar cosas que realmente no necesito.

Mi mente se aclara de nuevo en los momentos en que me concentro más en la primera parte de esa línea del Salmo 23:1: «El Señor es mi pastor». Esta lucidez es como el primer día en casa después de un viaje de campamento o de una visita a un lugar lejano.

Tengo todo lo que necesito. Y me acompaña adondequiera que voy.

Cada vez que cierro una pestaña de compras en línea, pienso en lo que Wendell Berry describe como la «alegría de la resistencia a las compras», decidiendo prescindir de las cosas que ya había puesto en mi carrito. Cuando la temporada de rebajas y el estrés nos presionan, esta resistencia requiere un esfuerzo. Pero la esencia de nuestra verdadera esperanza permanece y nos ayuda a seguir adelante.

La esperanza, sin embargo, requiere práctica. Sigo olvidando que debo desprenderme de todo tipo de cosas. Me pongo sentimental con los viejos zapatitos de bebé, con los pantalones que digo que me pondré algún día y con los utensilios de cocina que dicen que ahorran tiempo y que, en realidad, solo ocupan tiempo y espacio. ¿Cómo podemos liberarnos de las cosas que nos poseen y, en cambio, fortalecer nuestra capacidad de tener esperanza?

Podemos practicar la satisfacción y el agradecimiento, por supuesto. Si todo lo que tenemos pertenece a Dios, entonces es necesario hacer un inventario honesto de lo que ya se nos ha dado. Y si ya pertenecemos a Dios, entonces no tenemos que adquirir más cosas para encontrar nuestra importancia o seguridad.

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Si aprender a desprenderse de las cosas es bastante difícil, es aún más difícil aprender que el «nada me faltará» a menudo también significa dejar de aferrarnos a las personas que amamos.

Nuestra familia se extiende desde Oregón hasta California, desde Colorado hasta Misuri y Florida. Desearía que viviéramos más cerca. Y cuando mis hijos mayores están en un campamento de verano y sus habitaciones están en silencio, su ausencia llama mi atención y me hace observar los artefactos que me hablan de quiénes son: su helado favorito, cierta canción en la radio, la gorra de béisbol aplastada bajo el sofá o los zapatos enlodados junto a la puerta trasera.

Siempre oro por mis hijos y familiares cuando los echo de menos. Pero también celebro la forma en que estas personas que amo están viviendo las vidas que Dios les ha dado para vivir, exactamente en el lugar a donde han sido llamadas. Cuando abro mi corazón a los grandes planes de Dios, me hago una idea más completa de las distintas formas en que Él obra en este mundo. Soltar y dejar ir es parte de lo que hace esto posible.

En el matrimonio, la amistad y la vida familiar, el amor se construye sobre una trayectoria de trampolín. Amar es recibir, soltar, lanzar y entregar. Cualquier don que los hijos reciben de sus padres, aunque sea imperfecto, está arraigado en la valentía fundamental de amar y soltar; en la confianza de que, sea cual sea el espacio que se alquile, Dios lo llenará con su presencia.

Cuando Jesús ascendió a las nubes tras su tiempo en la tierra, sus amigos se sintieron confundidos por su partida. Pero en su ascensión, Jesús dijo: «No te aferres a mí» (Juan 20:17, NTV). Jesús tuvo que irse, dejando espacio para enviar a un compañero aún más cercano. Envió al Espíritu Santo para que estuviera no solo a nuestro lado, sino en nosotros. El nuevo Regalo era uno que no habríamos sabido pedir.

El cambio es una constante. Los niños pequeños no se quedan pequeños. Nuestros suéteres favoritos se desgastan. Hasta los cielos se desgastarán un día. Por eso seguimos trabajando para no depositar nuestra esperanza en nada que vuelva al polvo o a los contenedores de donaciones de Goodwill. Podemos desprendernos de ellos, porque cada vez que lo hacemos, hacemos espacio para que el Dios que sigue siendo el mismo nos ofrezca más de sí mismo.

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Y cuanto más recibimos de su presencia, mayor es nuestra capacidad de amar sin apegos pegajosos y obstinados a los demás o a las cosas que tenemos.

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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